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Una nueva variable para el modelo económico: la geografía
Mar, 19/07/2011 - 17:44

Pablo Osses McIntyre

Una nueva variable para el modelo económico: la geografía
Pablo Osses McIntyre

Pablo Osses Mclntyre es especialista en Economía Agraria de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha trabajado desde 1996 en planificación y desarrollo del turismo en Chile, especialmente en sectores remotos como el desierto de Atacama, la cordillera de los Andes, la Patagonia y Tierra del Fuego. Actualmente es el responsable de Geografía Proyectos UC, oficina encargada de la venta de servicios del Instituto de Geografía de esta casa de estudios chilena, abarcando tanto el ámbito público como privado.

Al revisar los acontecimientos de la naturaleza ocurridos en Chile y Sudamérica durante el último año y medio, recuerdo un célebre libro del 2003 llamado “América Latina: ¿condenada por su Geografía?”, donde sus autores señalan que tanto la economía como otras ramas de las ciencias sociales han redescubierto la geografía y el rol que ésta tiene en el desarrollo económico y las condiciones sociales de los países.

Al revisar la lista de eventos geográficos encontramos el fatídico terremoto 8,8 Richter y maremoto del 27 de febrero 2010 en Chile; la alerta de maremoto producto del terremoto japonés 8,9 Richter, aluviones o huaycos por alta intensidad de precipitaciones en los Andes; erupciones volcánicas con inconmensurables cantidades de cenizas; sequías que alcanzan niveles excepcionales dentro del registro del siglo pasado y lo que va del presente; nevazones que aíslan a miles de pobladores, vientos que levantan poblaciones completas, en fin. Concluyo que ha sido la propia geografía la que se ha encargado de mantenerse vigente y posicionada, tanto en el subconsciente como en la realidad cotidiana de la población, los empresarios y los gobernantes.

¿Pero por qué dar importancia a estos temas y fenómenos tan distantes del crecimiento del producto y de los indicadores económicos? Simplemente porque Chile, así como otros países de la región, tiene cerca de la mitad de su producto interno bruto asociado directa e indirectamente a la explotación de recursos naturales, ya sean estos procesados o semiprocesados.

Consecuentemente, el conocimiento y consideración de la dinámica de los sistemas naturales, los períodos de retorno de determinados eventos climáticos o geológicos y sus magnitudes máximas, constituyen información relevante para la toma de decisiones, tanto en el sector público como en el privado, más eficientes y con menores niveles de incertidumbre. Más aún, el contar con escenarios determinísticos (y no probabilísticos) implica información de mayor calidad, menor incertidumbre y, por lo tanto, menor riesgo en la gestión.

Lo anterior redunda en una reducción de costos inciertos, aquellos inesperados, asociados a  emergencias o al comportamiento de esta naturaleza “indomable” en que nos desenvolvemos. Por lo tanto, en la medida que incorporamos y proyectamos de manera seria los posibles fenómenos de la naturaleza, estaremos aumentando las certezas y planificaremos de mejor manera los escenarios futuros, reduciendo los costos por imprevistos o seguros, y si consideramos la componente social, sin duda, mejorando calidad de vida en el mediano y largo plazo, concediendo eso sí, un eventual aumento de costos de inversión en el corto plazo.

Al respecto, no se puede dejar de mencionar el caso de Japón y el maremoto que lo afectó en marzo de este año. Un país que cuenta probablemente con la mejor infraestructura para defender a su población, su inversión y su estructura de producción frente a fenómenos naturales de este tipo. El maremoto ocurrido solo tiene un símil histórico hace más de mil años atrás, aun así, los japoneses han decidido aumentar y mejorar las medidas de infraestructura y procedimientos que ya tenían implementadas. Una evaluación costo-beneficio de estas inversiones, que considere la probabilidad de ocurrencia de un fenómeno de estas características seguramente indicaría que hay proyectos alternativos con mejores condiciones de rentabilidad social,  sin embargo, en Japón ya están invirtiendo para enfrentar casos de mayor dimensión que el recientemente ocurrido.

Chile, con sus cerca de 4.300 km de extensión latitudinal, presenta una variedad de paisajes, climas, culturas y claramente una gran exposición a diversas manifestaciones de la naturaleza, tal como ya lo hemos experimentado. Si realmente pretendemos, tanto en Chile como en Latinoamérica, tener un crecimiento económico de largo plazo, con efectivas mejoras en las condiciones socioeconómicas de nuestra población, debemos empezar a incorporar entre las variables de toma de decisiones, tanto a nivel de inversión como en el proceso de planificación, la dinámica de esta geografía en que vivimos. Esto no implica necesariamente ser restrictivo, sino más bien una adecuada consideración de lo que pueda pasar. No puede ser que cada vez que cae nieve en la cordillera de la región de la Araucanía, en Chile, como ocurre casi cada invierno, tengamos cientos de agricultores temiendo por la vida de sus animales, con riesgo de que su inversión del último año se vea seriamente dañada. Todo esto tiene enormes costos en términos de seguros y esfuerzos de emergencia, lo que en visiones de corto plazo pudiera verse justificado para un país pobre, pero no es aceptable socialmente si consideramos los avances que ha hecho el país en materia macroeconómica en los últimos años. Es como tener una casa muy bonita por fuera, pero que en los cimientos no tenga la profundidad que impida que al menor movimiento se caiga.

Si realmente queremos superar la pobreza y construir un país que enfrente las próximas décadas de manera sólida y consistente, sin duda que debemos agregar una nueva variable al modelo, esto es, las condiciones geográficas, expresadas en las características de los sistemas naturales en que nos desenvolvemos, tanto para estimaciones de valoración social, costos de inversión y proyecciones de crecimiento.

Demás está señalar que las decisiones de inversión pública así como los instrumentos de planificación territorial y ambiental, que afectan a todos los ciudadanos de un país, debieran ser las primeras en considerar seriamente la incorporación de estos componentes en su estructura de decisiones.

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