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Guatemala: el ministro López Bonilla, un caza fantasmas
Dom, 06/10/2013 - 13:51

Martín Rodríguez Pellecer

Destruir la política en Guatemala
Martín Rodríguez Pellecer

Martín Rodríguez Pellecer (1982) es periodista y guatemalteco. Estudió Relaciones Internacionales (una licenciatura) en Guatemala y luego una maestría en Estudios Latinoamericanos en la Universidad Autónoma de Madrid (España). Aprendió periodismo como reportero en Prensa Libre entre 2001 y 2007, desde la sección de cartas de los lectores hasta cubrir política e investigar corrupción. En 2007, ganó un premio de IPYS-Transparencia Internacional por el caso Pacur. Ha trabajado en think tanks (FRIDE, Flacso e ICEFI), aprendido varios idiomas, viajado por dos docenas de países, es catedrático en la URL y columnista de elPeriódico. Es director y fundador de Plaza Pública.

Alguna vez describí al ministro Mauricio López Bonilla con la oximorónica imagen de “militar culto”. Y tras la elección del presidente Pérez Molina y la vicepresidente Roxana Baldetti, me pareció que tenía credenciales para dirigir el tema de seguridad en Guatemala en tiempos de democracia. Pero no está dando la talla.

Es una injusticia para los hombres y mujeres públicos que sus servicios a la sociedad no se recuerden por las horas de trabajo diario, sino por sus actuaciones en momentos clave. López Bonilla ha encajado, él solito, cada gol inmenso, absurdo, que sólo porque el PP no tiene ningún cuadro mejor que él, ya merecería la banca de suplentes.

Empezó trabajando codo a codo junto a la fiscal Claudia Paz, y durante 2012 aportó a que se mantuviera el descenso de homicidios que lograron, en tiempos de la UNE, el ministro de Gobernación Carlos Menocal y la Fiscal. Pero poco a poco se ha empequeñecido.

La estrategia militar para la seguridad ciudadana es un fracaso, no hay resultados en captura de capos ni en evitar que se roben granadas militares.

Pero el declive de López Bonilla empezó antes, con la criminalización de la protesta social contra las industrias extractivas, que tuvo como corolario la masacre de Totonicapán hace un año. El papel de López Bonilla fue lamentable. “No llevaban armas”. “No dispararon”. “Dispararon hacia el cielo”. Y ocho muertos por balas del Ministerio de la Defensa.

Luego en Oriente, con la oposición a la Mina San Rafael fue algo parecido. Que los xalapanes eran narcotraficantes. Que eran de Lider. Que había mucha violencia y criminalidad y por eso se establecía un estado de sitio. Mentiras.

Y ahora se gradúa con eso de “darnos a respetar, proteger nuestra soberanía y echar a los extranjeros que participan en manifestaciones”. No sólo destila ese falso patriotismo y xenofobia de los militares de la segunda mitad del siglo XX, sino que apunta a otro rincón de ese pensamiento. Si los extranjeros vienen en saco y corbata –o son narcos–, y de paso dejan alguna mordida para diputados o ministros, bienvenidos. Aló Perenco, aló la empresa catalana que recibió el Puerto en concesión, aló las minas, aló cárteles. No importa si se imponen a la voluntad popular, si esquivan pagar impuestos o si se pasean en nuestro país.

Pero si los extranjeros tienen el pelo largo, pantalones flojos y camisas de estrellas rojas, ahí sí que no, uf, fuera, chís, chusma, invasores del país, conspiradores junto a la Unión Soviética, digo, ya no existe, pero fuera, fuerita, que aquí somos soberanos.

Muchos de estos cooperantes vienen a arriesgar su vida en la protección de activistas de derechos humanos, ambientalistas o líderes comunitarios, acusados de criminales y terroristas cada vez que exigen sus derechos individuales o colectivos. En vez de intimidarlos como lo hace el ministro López Bonilla, podríamos agradecerles y garantizar su integridad.

Así seremos más coherentes cuando agradecemos a los migrantes guatemaltecos que –aunque no tengan visa– manifiestan en EE.UU. para exigir que se les reconozcan sus derechos.

*Esta columna fue publicada originalmente en Plaza Pública.org.

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