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La batalla de la Luna
Lun, 03/09/2012 - 09:02

Alfonso Reece

‘¿Cuándo se jodió el Perú?’
Alfonso Reece

Alfonso Reece es ecuatoriano, y se ha desempeñado como escritor y periodista. Posee estudios de Derecho y Sociología en la Universidad Católica del Ecuador. Como periodista se ha desempeñado en los canales de televisión Ecuavisa y Teleamazonas, mientras que en prensa escrita ha colaborado en las principales revistas de su país, como 15 Días, Vistazo, SoHo, Mango y Mundo Diners. Actualmente es columnista en el diario El Universo (Guayaquil, Ecuador).

Una noche, hace 55 años, caminábamos por mi pueblo, yo a hombros de mi padre. Él me enseñaba el nombre de los astros y me dijo que estaba seguro de que yo vería la partida de la primera nave que viajaría a Alfa Centauro.

Eso creíamos poco antes de que empezara la fabulosa década del 60. En 1961, el soviético Yuri Gagarin orbitó la Tierra. Apenas ocho años más tarde, Neil Armstrong caminó en la Luna. Dábamos por descontado que en la década siguiente estaríamos en Marte. Nos parecía que cuando Arthur Clark predijo que en el 2001 recién estaríamos en Saturno, era demasiado conservador. Sin embargo, unos meses después del primer alunizaje cesaron los viajes a otros mundos. Y no se han reanudado.Lo que entonces nosotros, el público, no entendíamos era la esencial naturaleza militar de la “carrera a la Luna”. Fue una de las batallas de la Guerra Fría, en la que Estados Unidos, adalid del Occidente cristiano, republicano y capitalista humilló a las dictaduras socialistas representadas por la Unión Soviética. No fue un hecho simbólico sin más, se jugaban factores de imagen, sí, pero había aspectos estratégicos más importantes. El que domina el espacio domina la Tierra a través de satélites y otros artilugios astronáuticos, sin dejar de considerar los importantes desarrollos tecnológicos concomitantes, que no se habrían logrado sin el acicate de la batalla de la Luna. Pero lo definitivo fue el vector económico: la riquísima nación capitalista al implicar en esta competencia al imperio socialista económicamente atrasado, lo obligó a hacer un esfuerzo que lo postró. La siguiente batalla espacial, la Guerra de las Galaxias, en la que el gran Ronald Reagan involucró a los soviéticos, condujo al colapso y derrota total del mundo comunista.

Que la llegada a la Luna fue un montaje lo cree mucha gente, sobre todo en el Ecuador, donde con entusiasmo resentido acogemos cualquier disparatado rumor antinorteamericano. Lo verdaderamente falso fue el documental que difundió esa idea. No era un fraude, se trataba de un experimento artístico con aire de broma, pero millones lo toman todavía en serio. Aparte de inconsistencias tales como que el secreto de la estafa debían compartirlo por lo menos cinco mil personas, surge siempre la pregunta: ¿por qué el engaño no fue develado por los soviéticos, los principales perjudicados por la hazaña de los Apolo? Además, ¿cómo es que energúmenos, tipo Michael Moore, siempre prestos a desprestigiar a su país, no han insistido en tan jugosa historia?

Ha muerto Neil Armstrong, el primer soldado de la batalla de la Luna. Fue un héroe porque condujo la peligrosa misión que marcó el triunfo norteamericano. No me explicó la cicatería moral del presidente Obama al resistirse a concederle un funeral de Estado, como lo han recibido otros héroes y también mandatarios que no hicieron proeza alguna. Pero así están las cosas, las nuevas generaciones no estamos a la altura de nuestros inmediatos predecesores. Así no alcanzaremos en nuestros días las estrellas.

Pero así están las cosas, las nuevas generaciones no estamos a la altura de nuestros inmediatos predecesores.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.

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