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Las idas y venidas de Stephen Hawking
Mar, 12/10/2010 - 08:07

Alberto Benegas Lynch

 Las llamadas "barras bravas"
Alberto Benegas Lynch

Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina. Él es profesor Emérito de Eseade (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas en Buenos Aires), institución en la cual se desempeñó como decano por 23 años. Benegas Lynch es un académico asociado del Cato Institute y un miembro de la Mont Pelerin Society.

Hablamos del muy conocido personaje egresado de las universidades de Oxford y Cambridge, cuyos intereses básicos son la relatividad, la termodinámica, la mecánica cuántica y la cosmología.

Cuando tenía 32 años fue diagnosticado con una atrofia neuromuscular irreversible y progresiva. Su padre era un reconocido biólogo y su madre, que influyó mucho en la vida de su hijo, militaba en el Partido Comunista en Gran Bretaña. Enseñó en Cambridge de 1979 a 2009, y fue el integrante más joven de la Royal Society de Londres. Se casó con Jane Wilder, que a su vez se doctoró en literatura medieval y quien declaró que “si no hubiera sido por Dios no hubiera podido sobrellevar la enfermedad de mi marido”, quien siempre subraya que ella le cambió la vida, “ya que me hizo pasar de la concentración en mi enfermedad, a concentrarme en mi trabajo”.

Su libro más conocido es A Brief History of Time, del cual se vendieron diez millones de copias y se tradujo a una treintena de lenguas (seguramente mucho más vendido que leído). En el último párrafo de esa obra se consigna que cuando se explique por qué existimos nosotros y el universo, “estaremos en condiciones de conocer la mente de Dios”, tal como lo habían subrayado autores como Michel Faraday, Hugh Ross, Henry Schaefer y Frederick Burnham, quien escribe que “hoy es más creíble la idea de Dios que hace un siglo”.

Incluso ateos que tanto han escrito y enseñado sobre la inexistencia de Dios, como el profesor Anthony Flew, reconsideraron su postura y en base a los adelantos de la ciencia (según este autor, principalmente debido al desarrollo del ADN) se declaran deístas en el mismo sentido que lo eran Thomas Paine, Voltaire, Thomas Jefferson y Benjamin Franklin.

Ahora el profesor Hawking manifiesta, a raíz de su nuevo libro The Grand Design, escrito en coautoría con Leonard Mlondinow, que “Dios puede existir, pero la ciencia puede explicar el universo sin la necesidad de un creador (…) Dada la existencia de la gravedad, el universo puede crearse a sí mismo”.

Y, demás está decir, nada hay objetable en cambiar de opinión, la historia de la ciencia es la historia de cambios de opinión, puesto que el conocimiento está asentado en la provisionalidad y abierto a posibles refutaciones, de allí la sabiduría del lema de la mencionada Royal Society: nullius in verba (no hay palabras finales).

Pero veamos el aspecto medular respecto a la existencia de Dios más de cerca. Ahora estamos leyendo estas líneas quienes provenimos de nuestros padres, abuelos, bisabuelos, etc., pero naturalmente no podemos llevar esta sucesión regresiva ad infinitum, puesto que si esto fuera así equivale a afirmar que las causas que nos dieron origen nunca comenzaron, ergo no podríamos estar leyendo ahora estas líneas, puesto que sencillamente no existiríamos. Por ende, una primera causa se torna inexorable. Esta primera causa se suele denominar Dios, Alá, Yahvé o sus equivalentes, lo cual para nada es incompatible con la fundada conjetura del Big-Bang, que es un fenómeno contingente y no necesario como lo es la primera causa o causa incausada.

Altas temperaturas generadas por una explosión inicial produjeron y continúan produciendo mayor energía y mayor velocidad que, a su vez, conducen a coaliciones entre partículas que así se multiplican, todo lo cual genera la expansión del universo. A su turno, esta expansión se traduce en menores temperaturas que a su vez producirían una contracción del universo o Big-Crunch final. Por su parte, los agujeros gravitacionales primero tienden a frenar la expansión y luego acelerarían la referida contracción. Si el Big-Bang, a través de un proceso evolutivo, se traduce en los componentes físico-químicos de la creación, que no son autosuficientes sino contingentes, no pueden constituir la causa incausada o ser necesario y autosuficiente, que ontológicamente debe estar separado de la creación y no ser la creación misma.

Por otra parte, la psique, el alma o la mente es inexorable en el ser humano puesto que, de lo contrario, si fuéramos kilos de protoplasma, no habría tal cosa como proposiciones verdaderas o falsas, ideas autogeneradas o la posibilidad de argumentar y revisar nuestros propios juicios. Si hacemos las del loro o somos máquinas como sostiene el materialismo filosófico (o el determinismo físico para recurrir a la terminología popperiana en cuyo contexto refuta a quienes niegan los estados de conciencia), no podríamos ni siquiera intentar una defensa del propio materialismo sin negarlo al abdicar de la condición humana.

Por todo esto es que científicos como el premio Nobel en Física, Max Plank, en su conferencia “Religion and Naturwissenschaft”, ha dicho que “Donde miremos, tan lejos como miremos, no encontraremos en ningún sitio la menor contradicción entre religión y ciencia natural: antes al contrario, encontraremos perfecto acuerdo en los puntos decisivos. Religión y ciencia natural no se excluyen, como algunos temen hoy en día, sino que se complementan y se condicionan una a la otra (…) precisamente, los máximos investigadores de todos los tiempos, Kepler, Newton, Leibnitz eran hombres penetrados de profunda religiosidad”.

El premio Nobel en Neurofisiología, John Eccles, ha escrito en La psique humana que “Abrigo la esperanza que la filosofía expresada (en este libro) contribuya a restituir a la especie humana la creencia en el carácter espiritual de una naturaleza que toda persona posee que está superimpuesta a su cuerpo y cerebros materiales. Esta restitución traerá de la mano una iluminación religiosa que dará esperanza y significado a la inefable existencia como yo conciente a la persona humana […Me] he esforzado en mostrar que la filosofía dualista-interaccionista conduce a la creencia en la primacía de la naturaleza espiritual del hombre, lo que a su vez conduce a Dios”.

Y Albert Einstein -en cita de R. B. Downs en su monumental Albert Einstein: Relativity the Special and General Theories- ha proclamado que “Mi religión consiste en una humilde admiración del ilimitado espíritu superior que se revela en los más mínimos detalles que podemos percibir con nuestra mentes frágiles y endebles. Mi idea de Dios se forma de la profunda emoción que proviene de la convicción respecto de la presencia del poder de una razón superior, que se revela en el universo incomprensible”.

Por supuesto que todo lo dicho tiende a arruinarse, desfigurarse y degradarse a través de mentes calenturientas, desviadas y arrogantes que pretenden hablar en nombre de Dios y que dicen saber su “pensamiento”, lo cual ha desencadenado y desencadena masacres inquisitoriales y guerras “santas” que han liquidado y que liquidan buena parte de la civilización en nombre de la “bondad” y la “misericordia divina”. Tamaños energúmenos desde el púlpito y otras tribunas han hecho mucho y hacen mucho para la desaparición de todo vestigio religioso con sus prédicas colectivistas y otras variantes disolventes y supersticiosas, que a veces calan hondo en feligresías desprevenidas e inocentes. Estos discursos inauditos y absurdos de charlatanes inescrupulosos constituyen una fábrica macabra de producir ateos en serie, y muchas veces anulan esfuerzos serios por demostrar la naturaleza y el significado de la religatio.

*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Libremente del centro de estudios públicos ElCato.org.

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