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Venezuela: una mirada sin prejuicios
Jue, 10/01/2013 - 10:08

Felippe Ramos

La huelga de policías y el tema de la inequidad en Brasil
Felippe Ramos

Felippe Ramos es sociólogo, director del Instituto Surear para la Promoción de la Integración Latinoamericana y investigador becario del Instituto de Investigación Económica Aplicada (IPEA). Fue profesor del departamento de Sociología de la Universidad Federal de Bahía (Brasil) y profesor visitante del Central Arizona College en Casa Grande, Arizona (EE.UU.), como becario de la Fulbright Association. Su área de investigación actual es la integración regional en Latinoamérica y los problemas de la democracia y del desarrollo brasileño y latinoamericano. Vive en Caracas, Venezuela, a fin de desarrollar investigaciones acerca de la cooperación bilateral Brasil-Venezuela.

Los análisis acerca de Venezuela -a la izquierda y a la derecha, dentro y fuera del país- han sido, en general, marcados por el sesgo típico de coyunturas políticas con fuerte polarización. Aunque manteniendo el rol de la prensa de informar acerca de los hechos diarios y de transmitir opiniones distintas acerca de las incertidumbres recientes alrededor del presidente Hugo Chávez y su salud, pienso que el mayor reto para comprender lo que pasa en Venezuela es definir una profunda agenda de investigación aún por empezar. Es decir, si a veces se critican las ciencias sociales porque son demasiado alejadas de la realidad, en Venezuela, al contrario, es necesario alejarlas -un poco y un rato- de la lucha política para lograr ver con más claridad las complejidades de los fenómenos.

Un libro recién publicado me ha dado una buena pista para la investigación del fenómeno político del Chavismo. El politólogo brasileño André Singer ha intentado interpretar el  fenómeno del liderazgo del ex presidente Lula en Brasil en su nuevo libro “Os sentidos do Lulismo: reforma gradual e pacto conservador”. Para Singer, el Lulismo se ha consolidado a partir del segundo mandato del presidente Lula, cuando hubo un cambio en el electorado: la clase media pasó a votar en la oposición y los más pobres -que jamás habían votado como clase en el Partido de los Trabajadores (PT)- abrazaron las políticas del gobierno Lula. Para lograr el apoyo de los más pobres, el Lulismo hizo un pacto con las élites del país: iba a mantener y fortalecer políticas neoliberales en la economía, pero profundizando la inversión social para reducir la pobreza extrema. Por lo tanto, este “pacto conservador” dejó espacio solamente para una “reforma gradual”, lo que lleva Singer a concluir que el Lulismo es un “reformismo flojo”, contra la trayectoria histórica del PT que siempre había defendido un “reformismo fuerte”.

¿Qué sería un reformismo fuerte? Singer no lo dice, pero podríamos pensar en el contrario de la definición de reformismo flojo. Reformismo fuerte sería, en ese sentido, la aplicación de un programa político de transformación tal como planteado por la agenda de un actor político colectivo (partido, movimiento), aunque para lograr los objetivos sea necesario movilizar el conflicto contra los demás actores políticos que deseen frenar estas transformaciones.

En Venezuela, en la actual coyuntura de discusión acerca de la juramentación del presidente electo Hugo Chávez el 10 de enero, Elías Jaua, ex vicepresidente, dijo: “no aceptamos la propuesta de la MUD (oposición) porque se trata de la sugerencia de un pacto de élites, pero la Constitución de 1999 sólo acepta la soberanía del pueblo”. El político deja claro que el oficialismo chavista es una élite, pero las élites del país -del chavismo y del antichavismo- tienen programas distintos cuya conciliación no es posible desde arriba. La novedad del chavismo para Venezuela es que él rompe con una tradición democrática de pacto entre élites que se alternaban en el poder nacional a través de un sistema de dos partidos -lo que es conocido como el régimen puntofijista- para reemplazarla por una “democracia del conflicto” que hace posible un reformismo fuerte.

La crisis del puntofijismo, en los 80 y 90, dio origen a movimientos que planteaban la transformación del modelo de democracia vigente en el país. En ese contexto de demanda por reemplazo del modelo democrático, el golpe de 1992 intentado por Chávez no pudo lograr sus objetivos. Solamente tras la adopción de una agenda democrática y electoral, el programa de transformación del país planteado por Hugo Chávez le pudo alzar al poder en las elecciones de 1998.

En aquel entonces, el programa político de Chávez, de orientación nacionalista, tuvo el apoyo de amplios sectores de la clase media y de sectores militares alineados con un pensamiento conservador. Para aquella elección, solamente 63,4% de los electores salieron a votar y Chávez recibió 56,2% de los votos. Es decir, el candidato vencedor obtuvo menos de 4 millones de votos en un país con más de 25 millones de personas para aquella fecha. La clase media fue decisiva como base electoral de la primera fase del chavismo. La elección de 2000, bajo la nueva Constitución, siguió el mismo padrón, con Chávez confirmado en el poder casi con la misma cantidad de votos.

Lo que llamo reformismo fuerte era designado, en aquel entonces, sencillamente como Bolivarianismo, es decir, un tipo de nacionalismo que no rechaza el internacionalismo, una vez que es simultáneamente latinoamericanista (defensor de “la patria grande”) tal como lo hizo Simón Bolívar en sus luchas contra el dominio español. Las dificultades de llevar a cabo el programa planteado de “reconstrucción nacional” con estas bases sociales y políticas, tras la aprobación de la nueva Constitución en 1999, generó una coyuntura de respuesta de los sectores que deseaban frenar las transformaciones. El golpe de 2002 y el paro de 2002/2003 fueron acontecimientos que conllevaran un proceso de cambio en las bases sociales del chavismo que se puede fechar hasta los conflictos en la Universidad Central de Venezuela, en 2007, en consecuencia de las protestas contra el proyecto de reforma constitucional para permitir la elección indefinida del presidente. En este período de más o menos cinco años, el chavismo perdió el apoyo de importantes sectores de la clase media, principalmente de los expertos, profesores y estudiantes, es decir, de agentes formadores de opinión. Sin embargo, en las elecciones de 2006, Chávez dobló sus electores (más de 7 millones), en elecciones con más de 15 millones de inscritos para una población de 27 millones de personas. Por lo tanto, la tatica del chavismo fue ampliar la participación y, con apoyo de las bases que salvaron el presidente del golpe, impulsar la agenda de transformaciones aunque en contra de parte de la sociedad y de sus primeros apoyadores.

Tres consecuencias políticas (y teóricas) pueden ser subrayadas como posibles lineamientos para futuros debates e investigaciones.

1.- La relación entre democracia, derecho y transformación social. La democracia no es un régimen inmutable, pero uno en el cual los cambios en la sociedad pueden ser hechos bajo la ley para alcanzar la voluntad popular (de la mayoría) sin la cual la democracia podría convertirse en tiranía de la minoría en contra la mayoría (hay que cuidarse igualmente para el peligro contrario de la tiranía de la mayoría). Al mismo tiempo, estos cambios, en una tradición democrática y republicana, no pueden herir los derechos ya conquistados, en la medida que estos derechos no se hayan convertido en privilegios. La ingeniería de la transformación es, de ese modo, muy difícil, siendo inevitable la existencia de desacuerdos y conflictos entre actores interesados en la manutención del status quo y actores que impulsan los cambios. Estos conflictos también son típicos de la vida democrática y pueden generar coyunturas conservadoras, reformistas (flojas o fuertes) o revolucionarias. Sin embargo, cuando se invoca la existencia de una revolución, como el Chavismo ha planteado desde 2006/2007, la búsqueda de equilibrio entre derecho a la transformación y derecho a la permanencia es deshecha, una vez que la revolución abre espacio para la transformación radical de la sociedad y sus estructuras con la suspensión del derecho a la permanencia. La revolución suspende el derecho existente para crear una nueva estructura del derecho, generando, en el momento en que ocurre, una coyuntura de incertidumbre y quizás inseguridad jurídica. Hay que ver, entonces, como punto a ser investigado, la relación entre democracia constitucional y defensa de una revolución en la Venezuela bajo el chavismo y cuales las consecuencias institucionales y para el derecho. Es decir, es necesario hacer un cálculo acerca de los riesgos y beneficios de dicha transformación.

2.- El regreso de la lucha de clases y de la dicotomía izquierda-derecha. Si el chavismo tiene como rasgo fundamental el impulso a una agenda de transformación con conflicto social, eso quiere decir que no se trata, en absoluto, de un tipo de populismo, como el fenómeno es casi siempre nombrado por la prensa internacional y, a veces, incluso por supuestos expertos. El populismo se caracteriza por traer para el interior del Estado los conflictos de clase, disminuyendo la conflictividad social fuera del campo de regulación estatal. Los distintos grupos de interés son involucrados en una dinámica de conflictos arbitrados por el liderazgo populista, tal como se observó con Vargas, en Brasil, y Perón, en Argentina. Para Singer, de alguna manera Lula ha hecho lo mismo en el Brasil contemporáneo. El neopopulismo diseñado por el Lulismo, según Singer, llevó la distinción entre izquierda y derecha a caer en el olvido en Brasil y la división entre ricos y pobres pasó a desempeñar el principal rol político en el país. En Venezuela, por otro lado, la polarización es el tema político fundamental, tal como se puede comprender a través del trabajo investigativo de la socióloga venezolana Margarita López Maya, en su libro “Venezuela: confrontación social y polarización política”. La brecha entre ricos y pobres fue transformada políticamente en un conflicto entre derecha e izquierda a partir del momento en el cual el chavismo cambió su base social y electoral de apoyo para seguir impulsando un reformismo fuerte. La división entre pobres y ricos es movilizada, entonces, como “lucha de clases” y los conceptos de derecha e izquierda volvieran a ser parte del léxico político venezolano, teniendo como consecuencia el regreso del tema del socialismo, ahora llamado “del siglo XXI” justamente porque mezcla democracia y voluntad de transformación radical (revolución).  

3.- La relación entre límites constitucionales y transformaciones institucionales. El chavismo, que solamente después de 2006 empieza a considerar que se trata de una “revolución socialista”, hace uso de este concepto para impulsar los actores políticos a la acción transformadora, aunque no se trate, en términos clásicos, de una revolución de hecho. Las instituciones de la Constitución de 1999 siguen existiendo, aunque se plantee ir más allá de ellas para crear una sociedad socialista desde el interior de una sociedad capitalista, pero manteniendo -en lo que sea posible- las líneas puestas por la Constitución. La Carta Magna es abrazada en cuanto pueda defender el proceso de cambio impulsado por el chavismo y se torna un límite indeseable cuando cambios más profundos o rápidos son necesarios para seguir con los planes oficialistas (el tema de la constitucionalidad del planteamiento de la creación del Estado comunal es el mejor ejemplo). La difícil fórmula venezolana es que, en verdad, la Revolución es un objetivo que, debido a la coyuntura y a la correlación de fuerzas, se expresa a partir de procesos más lentos de transformación del Estado desde dentro del propio Estado y a partir de la expansión de los espacios de participación ciudadana. Se mezclan acciones llevadas a cabo por el gobierno y por espacios participativos (como los consejos comunales), generando confusiones institucionales típicas de una transformación rápida, pero no revolucionaria. Revolución y socialismo son, por lo tanto, discurso y objetivos estratégicos, planteados y desarrollados a lo largo del proceso político chavista, todavía no muy bien definidos y tampoco alcanzados.

De todos modos, la política no acontece en el cielo: es siempre basada en la realidad económica de la sociedad. La base de la pirámide social se deja involucrar en ese complejo proyecto político planteado por el chavismo (un juego entre la democracia y la revolución), debido a los beneficios claros que tuvieron desde la llegada de Hugo Chávez a la presidencia. Las mejoras sociales en términos de disminución de la pobreza (de 48,6% para 27,8%), erradicación del analfabetismo, acceso a la salud, acceso a vivienda, entre otras, son muy conocidas, reportadas por instituciones internacionales y no es necesario repetirlas aquí. Además de eso, hay el incremento de la participación y de la ciudadanía. Los problemas, claro, siguen siendo estructurales: inseguridad, inflación, baja productividad del trabajo. Pero, en el cálculo popular, los logros son más importantes y las clases más bajas no aceptan perderlos. A los ojos de la gente, la protección de estos nuevos derechos está asegurada por el liderazgo movilizador del presidente Hugo Chávez.

El error de cálculo es la sobrevalorización del liderazgo de Chávez. Por supuesto, la revolución bolivariana en Venezuela sólo fue posible de la manera como ha pasado por la presencia fuerte de su líder. Sin embargo, el chavismo sin Chávez es una realidad que los actores políticos del oficialismo necesitan pensar si desean mantener el proyecto tras una posible salida de escena del presidente. El chavismo es un campo político con múltiples orientaciones agregadas, hoy, por el liderazgo, real o virtual, del presidente. Pero la enfermedad de Chávez ha generado una situación real de low profile del comandante. Al contrario de haber perdido espacios de poder, el Chavismo sin Chávez ya ha garantizado victorias importantes, como el 16D, cuando obtuvo 20 de 23 gobernaciones en una campaña sin la presencia de Chávez.

Lo que la controversia acerca de la juramentación el 10 de enero del presidente electo Hugo Chávez para un nuevo período constitucional deja claro es que el chavismo, más que Chávez, tiene miedo de seguir su curso sin su líder máximo. La interpretación de la Constitución es legítima: el artículo 234 no deja razón para el poder ser ejercido por el presidente de la Asamblea y, por lo tanto, el vicepresidente Nicolás Maduro es legítimo en sus funciones de tocar el país adelante. Pero el objetivo político del oficialismo es tardar lo máximo una posibilidad de un chavismo post Chávez y pierde, de ese modo, la oportunidad de centrarse en la agenda más importante: prepararse para seguir su rumbo ya como movimiento que, además de su gran líder, tiene vida propia, tal como el Kirchnerismo en Argentina o mismo el Lulismo en Brasil. Chávez ya ha cumplido la parte más importante de lo que había planteado como rol histórico para si mismo en la vida política del país. Y aunque no les guste a los críticos y opositores, es muy cierto, como dijo el periodista brasileño Paulo Nogueira, que el mayor adversario de Chávez hasta hoy fue el cáncer.

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