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Autocensura
Mar, 19/07/2011 - 10:15

Alfonso Reece

‘¿Cuándo se jodió el Perú?’
Alfonso Reece

Alfonso Reece es ecuatoriano, y se ha desempeñado como escritor y periodista. Posee estudios de Derecho y Sociología en la Universidad Católica del Ecuador. Como periodista se ha desempeñado en los canales de televisión Ecuavisa y Teleamazonas, mientras que en prensa escrita ha colaborado en las principales revistas de su país, como 15 Días, Vistazo, SoHo, Mango y Mundo Diners. Actualmente es columnista en el diario El Universo (Guayaquil, Ecuador).

George Orwell termina su novela 1984 de la manera más trágica posible. El protagonista no muere en las cámaras de tortura de la dictadura, como por un momento parece que va a suceder. Pasa algo peor, se derrumba, lo liberan ya insignificante y acaba llorando de amor por el Gran Hermano.

En el Ecuador no ha habido palizas a periodistas u otros procedimientos más o menos brutales. No, a los que han sido marcados por el poder, y hablo bien claramente de Jorge Ortiz, Emilio Palacio y Carlos Vera, no se los ha encarcelado ni agredido físicamente. Se ha recurrido, más bien, a un acoso sistemático, insidioso, a través de andanadas de insultos, cuya banalidad y vaciedad potencia el desagrado que provocan.

Ante eso, los tres citados periodistas decidieron replegarse, dejando lamentables espacios vacíos. Quizá fue una estrategia, pero es terrible que esto haya sucedido, porque será grande el efecto multiplicador que tendrán estas aparentes victorias del poder.

Seguramente ya se encontrarán otro chuki, otra cabeza empalada, sobre la que descargarán todas las culpas de la prensa corrupta. Mientras el grueso de los comunicadores optarán, ¿optaremos?, por la autocensura, por callar para no atraer los rayos de Júpiter Tonante.

Y eso es tan trágico como las lágrimas del personaje orwelliano. El chuchaki (resaca) del miedo es espantoso, pues llega con vergüenza y sensación de fracaso. ¿Seguiremos las sugerencias de los que nos quieren, y claro, de los que no nos quieren?

“Anda por la sombra, tapadito, calladito, mimetizado, embozado, ponte careta, agacha la cabeza, perfil bajo, sácate la corbata, las manos en alto, no te bañes...” ¡Qué asco en lo que podemos terminar!

Ya les he contado que a mí me gusta hablar sobre el amor y la muerte, sobre las flores y los pájaros, sobre plástica y cine, sobre historia y literatura… No me parece nada malo hablar de política, solo que no es mi vocación. Por eso me siento forzado cuando considero que tengo la obligación ética de decir “esto no se puede aceptar”.

Los ataques a mi familia, a mis amigos, a la religión y a la libertad de expresión, no me pueden pasar desapercibidos. Si callo en eso, no me sentiría capaz al día siguiente de hablar de orquídeas y poesía, estaría sucio, camuflado con excrementos. Lo haré aunque “baile el rey de Roma”, decíamos antes. El que no tiene valor, no vale, como se desprende de la semántica misma de las palabras. Como ya me he muerto, sé que la muerte es un incidente anodino y no me espantan las calaveras de plástico Made in China.

Entonces, estimado lector, si te cuento de la visión asombrosa de la Carpodectes hopkei, de una tarde de Ángel Teruel hace 40 años o de un poema de Keats, no me estoy corriendo, estoy en lo mío, hablándote de lo mejor del mundo. Lamento más bien cuando te importuno escribiendo sobre ignorantes, pícaros y abusivos. Disculpa, pero es en defensa propia, es en tu defensa.

Es terrible que esto haya sucedido, porque será grande el efecto multiplicador que tendrán estas aparentes victorias del poder.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.

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