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¿Brasil como gran potencia?
Lun, 04/10/2010 - 12:28

Matthew M. Taylor

¿Brasil como gran potencia?
Matthew M. Taylor

Profesor del Departamento de Ciencias Políticas en la Universidad de São Paulo, donde actualmente es director de Estudios de Posgrado. Es el autor de "Judging Policy: Courts and Policy Reform in Democratic Brazil" (Stanford University Press, 2008) y coeditor de "Corruption and Democracy in Brazil: The Struggle for Accountability" (de pronta publicación).

Como la elección de su sucesora "escogida a mano" es casi una certeza, el presidente brasileño Luis Inácio Lula da Silva dejará el cargo triunfante. Ha logrado recuperarse ileso de un escándalo de corrupción que devoró a muchos de sus más cercanos colaboradores en 2005. La próxima década traerá la Copa del Mundo y los Juegos Olímpicos a Brasil, y las señales apuntan a un continuo y frenético interés en los commodities del país y en sus casi 200 millones de consumidores emergentes.Como a Lula le gusta decir, como "nunca antes en la historia de este país" las cosas han estado tan bien.

En el ámbito mundial, la presidencia de Lula ha coincidido con el creciente aumento de peso del país en la escena internacional. Los observadores resaltan el papel de Brasil como una fuerza de paz en Haití, su intervención en los conflictos desde Irán a Honduras, y su papel como una de los dos únicas democracias en el grupo BRIC de potencias emergentes. Brasil ha tratado de valerse de este nuevo peso para obtener influencia de largo plazo en las instituciones financieras multilaterales, el G-20 e incluso una representación permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Hay muchas buenas razones por las que Brasil podría desempeñar un papel aún más importante en la política mundial, incluyendo su dinamismo demográfico y económico, la percepción de que es un actor neutral en muchos de los conflictos globales, y su papel pacífico en asuntos planetarios desde la Segunda Guerra Mundial.

Brasil sería bienvenido como una nueva potencia mundial, sin embargo, un papel de liderazgo a nivel mundial aún no parece estar en la baraja. De hecho, es probable que la posible elección de Dilma Rousseff resalte algunos de los retos que este país debe enfrentar de alcanzar la cúspide del poder global.

La elección de Rousseff como la primera mujer presidente de Brasil sería un hito y su historia personal como ex subversiva es fuente de inspiración. Pero la elección de una tecnócrata que era desconocida para la gran población, hace tan sólo seis meses, es también un signo de alerta de la debilidad de su mandato, basado casi exclusivamente en el éxito económico de su antecesor.

Rousseff regirá una coalición conformada por socios "sparrings" que se mantienen alineados en gran medida sólo por el carisma personal del presidente Lula y su considerable popularidad. El gobernante Partido dos Trabalhadores (PT, al cual Rousseff es una recién llegada) está compuesto por muchas facciones que estarán haciendo presión para obtener un espacio en la próxima administración. Dominar los intereses en conflicto en su propio partido (para que hablar de los diez partidos que forman la coalición gobernante), será uno de los desafíos que más tiempo le consumirá a Rousseff.

El "presidencialismo de coalición" tiene una larga historia en la democracia brasileña, y los presidentes ejercen con una gran cantidad de poder, lo que ha proporcionado un mínimo de gobernabilidad. Pero como el escándalo de corrupción de 2005 mostró, estas coaliciones no están a menudo unidas por la buena fe y ideología solamente. El número de nombramientos políticos ha crecido vertiginosamente en la última década, y la inclinación estatista de las recientes políticas del gobierno aumentan las posibilidades de torcer al Estado para fines privados. Las consecuencias perniciosas de este sistema de gobierno se reflejaron una vez más cuando el sucesor de Rousseff, como jefe del gabinete presidencial, renunció el 16 de septiembre, frente a las acusaciones de tráfico de influencias.

Además, cuando Lula acabe su mandato en enero, marcará el final de 16 años de liderazgo de estadistas históricos: primero, Fernando Henrique Cardoso, un reconocido académico y líder mundial del movimiento pro-democracia, y luego Lula, cuyo liderazgo del movimiento obrero en la década de 1970, y principios de los 80, apresuró el colapso del régimen militar. La salida de ambos del escenario político abre el juego a una nueva generación que es poco probable que traten a Rousseff con suavidad, compitiendo por una posición en la campaña para las primeras elecciones presidenciales desde 1989, en el que ninguno de los dos estará en la papeleta. Así, el fraccionamiento dentro de la coalición de gobierno, los escándalos de corrupción, ineficacia y una legislatura ineficiente, son considerables riesgos políticos para el nuevo gobierno.

En el frente económico, así como a la campaña de Rousseff le gusta señalar, Brasil fue uno de los últimos países en entrar a la crisis económica mundial y uno de los primeros en salir. La estabilización de la moneda del país -iniciada por Cardoso y mantenida por Lula- ha traído enormes ganancias. Pero el dinamismo económico del Brasil actual es insostenible, provocado por el fuerte gasto público y el crédito fácil durante el período previo a la elección.

Aunque el programa de inversiones del gobierno ha sido uno de los puntos clave de Rousseff, los cuellos de botella en la infraestructura es probable que salten constantemente en los próximos años, como cualquiera que haya volado fuera de los atestados aeropuertos de Brasil o manejado por sus ciudades atochadas, puede dar fe.

Además, el PT ha mostrado una preocupante tendencia a intervenir en los organismos reguladores autónomos supuestamente, y uno de los cuestionamientos más importantes sobre el nuevo gobierno es en qué medida mantendrá el compromiso de Lula con la autonomía del Banco Central. Sin ella, un retorno al pasado inflacionario de Brasil, y de todo el caos que implica, es terriblemente posible.

Si es elegida, Rousseff tendrá sin duda las manos llenas lidiando con estos desafíos. La futura prominencia mundial de Brasil depende en gran medida de su capacidad para hacerlo con éxito.

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