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Egipto: cuando se caen los tiranos pro EE.UU.
Jue, 10/02/2011 - 10:43

Ted Galen

Egipto: cuando se caen los tiranos pro EE.UU.
Ted Galen

Ted Galen Carpenter recibió un doctorado en historia diplomática de los Estados Unidos en la Universidad de Texas y es parte de las juntas editoriales del Mediterranean Quarterly y del Journal of Strategic Studies. Es partidario de una política de "independencia estratégica", la cual substituiría la obsoleta visón de alianzas de la Guerra Fría y el envolvimiento en misiones de construcción de naciones. Es autor de seis libros y el editor de otros diez sobre relaciones internacionales. También es autor de más de 300 artículos y estudios de políticas públicas. Sus artículos han sido publicados en New York Times, Washington Post, Los Angeles Times, Wall Street Journal, USA Today, Boston Globe, Financial Times, Foreign Policy, Foreign Affairs, National Interest, World Policy Journal y el Asian Wall Street Journal. Es vicepresidente de Estudios de Defensa y Política Exterior del Cato Institute.

Mientras que el régimen del presidente egipcio Hosni Mubarak pende de un hilo, la especulación en Washington acerca de qué podría venir después, cambia casi a diario. “Solamente él sabe lo que va a hacer”, dijo Barack Obama acerca de Mubarak este domingo.

Los optimistas expresan una esperanza cautelosa de que un gobierno sucesor verdaderamente democrático, uno que también sea amigable con Occidente, surgirá del caos. Los pesimistas temen que Egipto en 2011, en cambio, será preocupantemente similar a Irán en 1979, con la Hermandad Musulmana haciendo a un lado a facciones más seculares y creando un Estado testarudamente islámico y anti estadounidense.

El destino de Mubarak hoy puede que solo refuerce la lección de la historia. Washington casi siempre se ha avergonzado -o peor- por su habitual respaldo a mandatarios autoritarios. Aunque hay momentos en los que Washington podría necesitar encontrar un punto en común con regímenes desagradables para proteger intereses cruciales de EE.UU. -esas ocasiones deberían ser la excepción y no la regla.

Un viejo y autocrático estado satélite de EE.UU. es el Túnez de Ben Ali, cuyo gobierno ya cayó. Ahora Mubarak está claramente bajo una creciente presión -aunque todavía existe una remota posibilidad de que sobreviva. Mientras tanto, en lugares como Yemen y Jordán, hay señales de un creciente descontento con los regímenes pro EE.UU.

Washington ha transitado este camino antes -en muchas partes del mundo. Durante la Guerra Fría, los líderes estadounidenses mantuvieron numerosos aliados y estados satélite autocráticos, cuyas autoridades profesaban ser anti soviéticos. Rebeliones populares derrocaron muchos de esos líderes, a menudo con una velocidad sorprendente. Las consecuencias cubren un amplio espectro -desde la elección de gobiernos estables, democráticos y pro EE.UU. en Corea del Sur, hasta el caos y la guerra civil en Zaire, ahora conocido como la República Democrática del Congo.

Con la posible excepción de Zaire, la revolución islámica de Irán simbolizó el peor escenario posible: la aparición de un régimen aun más represivo que su antecesor y un enemigo declarado de EE.UU.

Pero los resultados en otros países fueron mejores -en varios casos, dramáticamente mejores. Una vez que el dictador Chun Doo-hwan renunció al poder, en gran parte, nunca se materializaron las preocupaciones acerca de amargos sentimientos anti americanos en Corea del Sur . De igual forma sucedió con los temores generalizados frente a la inestabilidad y el anti americanismo en las Filipinas, después de que la administración de Reagan abandonó al corrupto y autocrático Ferdinand Marcos, para favorecer la revolución de “poder popular” liderada por Corazon Aquino.

Aún así, otros resultados estuvieron en medio de estos dos extremos de posibilidades. Cuando Anastasio Somoza de Nicaragua fue derrocado, el nuevo régimen no fue tan malo como el gobierno clerical de Irán -con respecto a derechos humanos o intereses de la política exterior de EE.UU. Pero el régimen de los sandinistas, liderado por Daniel Ortega, fue lo suficientemente malo, ayudando a otras insurgencias de izquierda y ayudando a fomentar caos a lo largo de Centroamérica durante los 80.

Estas experiencias históricas deberían provocar precaución entre los expertos y funcionarios estadounidenses acerca del resultado de los actuales desórdenes en Egipto y otras partes en el mundo árabe. No está claro si los debilitados autócratas en Egipto y otros países seguirán el camino de Ben Ali hacia la jubilación obligatoria, ni mucho menos cuáles serán las características de los regímenes sucesores.

Los funcionarios estadounidenses a lo largo de las décadas han sido demasiado promiscuos en sus relaciones con estos líderes. La desventaja de esa estrategia cínica es que cuando los pueblos que han sufrido por mucho tiempo finalmente derrocan a sus líderes opresivos, dirigen su ira hacia EE.UU. por haber patrocinado a esos regímenes.

Hemos tenido suerte de que las respuestas hostiles no se han dado en cada nación donde un Estado satélite de EE.UU. ha sido derrocado. Y hasta ahora, tanto en Egipto como en Túnez, el anti americanismo no ha sido una característica destacada en las manifestaciones.

Ojala que sigamos teniendo buena suerte. Pero los últimos disturbios deberían servir de recordatorio a los funcionarios estadounidenses, para que mantengan a los tiranos, incluso a los supuestamente amigables, a la distancia en lugar de respaldarlos con tanto entusiasmo.

Las poblaciones descontentas están viendo lo que hacemos.

*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org.

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