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El demonio de las elecciones resucitó en el Perú
Mar, 19/04/2011 - 08:47

Bernardo Navarrete Yánez

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Bernardo Navarrete Yánez

Bernardo Navarrete Yáñez es Profesor Asociado de la Licenciatura en Estudios Internacionales de la Universidad de Santiago de Chile (Usach).

Es difícil no compartir que las elecciones son el medio por cual los ciudadanos pueden expresarse a favor o en contra de sus líderes políticos y enjuiciar su actuación y/o las políticas que éstos han realizado a lo largo de su mandato. La posibilidad de reemplazarlos depende del hecho de quiénes se han presentado, y Ollanta Humala no es el primer ex militar que busca alcanzar el poder por la vía de los votos y no de las balas, y Keiko Fujimori no será la última hija de presidente que quiera emular la trayectoria de su padre. 

Si bien la ola electoral en América Latina es de centro izquierda y, en una primera aproximación, los resultados de la primera vuelta nos podrán llevar a incorporar a Perú, su realidad es mucho más compleja; de hecho, tampoco es posible reconocer la dinámica electoral y política de aquí a la segunda vuelta en un par contrapuesto: nacionalismo versus populismo.

En efecto, a la distancia nos cuesta entender lo poco tradicionales que son los políticos peruanos. Desde los ´90, con la llegada de Fujimori, quien está actualmente preso por delitos contra los derechos humanos y corrupción, entre otros cargos, su sucesor, Toledo,  que mantuvo el modelo económico liberalizador de Fujimori y terminó su mandato con una desaprobación levemente superior al 90%, y por último, Alan García, de quién se sostenía que jamás podría volver a ser presidente en el Perú, tras su primer mandato acaecido entre 1985 y 1990. Visto así, la sucesión de cada presidente no ha contribuido al realce de sus predecesores.

Lo anterior nos recuerda dos paradojas. La primera, que la figura presidencial y su reputación se mueve en ciclos, levantándose y cayendo por errores propios o por campañas de demolición de quienes saben que un presidente siempre puede volver a la primera magistratura, y la segunda, que dada la retórica exaltada y las grandes expectativas que rodean al presidente, los éxitos parciales los define el público como fracasos.

En este contexto, hay que reconocer que la insatisfacción de los peruanos con la manera de hacer políticas de estos poco tradicionales políticos, termina en una suerte de ley de hierro; indefectiblemente el respaldo popular al final del mandato será bajo.

Para obtener ese esquivo respaldo, nada mejor que mirar hacia el sur y declarar que estamos en deuda, ya que es difícil polarizar el discurso dado que las palabras de uno pueden terminar amarrando a las del otro candidato. Por ello, se agradecen las palabras de Keiko Fujimori en torno a que “los celos internacionales no deben ser temas de la campaña política”. 

Pero una vez que se dirima quién gobernará y asuma la primera magistratura, es esperable que el tema reingrese a la agenda de temas públicos, pero no más que eso. Los temas relevantes serán otros y estaremos atentos a los cambios que se puedan producir, ya que existe suficiente evidencia de presidentes que acceden al poder con una agenda programática de izquierda y terminan con políticas de derecha, en un escenario donde los problemas para el ciudadano común no están en la frontera, sino dentro del país y tienen que ver con la economía.

Los peruanos pueden entender que para repartir la riqueza, primero hay que crearla, pero les cabe la duda de cuánto tienen que esperar. Esto será un desafío para la pedagogía electoral del presidente que asuma y no sólo para los ciudadanos de a pie, sino -muy especialmente- para quienes toman decisiones económicas.

Por lo anterior, los resultados electorales de la primera vuelta no han dejado a los peruanos ante una disyuntiva perversa. Ollanta Humala ya ha sostenido que, para corregir la mala distribución de la riqueza, no se requiere “una salida del modelo económico” y Fujimori ha dado señales en el mismo sentido. No obstante, la ambigüedad es una variable a tener presente: ese estilo perverso que consiste en decir una cosa que no se acaba de hacer y hacer otra que no se acaba de decir.

Cualquiera que asuma, sabe que contará con poderes constitucionales pero no partidarios, ya que en el Legislativo no hay mayorías claras y el transfuguismo en una forma de hacer política, con lo cual, se deberá negociar todo y ese proceso será complejo y esperablemente polémico.

Finalmente, al revisar la prensa, especialmente la internacional, se hace evidente el escepticismo acerca de la posibilidad de una política democrática en el Perú, asumiendo que votación y discusión democrática carecen de sentido, desconociendo la inteligibilidad de la democracia de las mayorías. Nuestros vecinos no se merecen esta visión pesimista, primero porque las preferencias subyacentes de los electores no pueden inferirse de los votos y porque cualquiera puede ser elegido presidente, todos pueden serlo. Cualquiera de los dos candidatos que resulte electo en lo que dice relación a su conducta verbal, tendrá que ajustar sus creencias y preferencias a las de la mayoría y -en especial- a sus expectativas y temores.

En verdad, en el caso peruano y cada cinco años, a ciertos medios y personajes les resucita el demonio maligno de las elecciones.

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