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Los cercos de Evo
Mié, 25/08/2010 - 10:16

Harold Olmos

La apuesta de Lula
Harold Olmos

Periodista boliviano, se ha desempeñado activamente en su profesión durante más de cuatro décadas. Trabajó como redactor y asistente de la dirección en el diario Presencia, de La Paz, y ha sido director de AP en Venezuela (1982-1993) y Brasil (1993-2006). Ahora reside en Santa Cruz de la Sierra. En diciembre de 2009 la Asociación de Periodistas de La Paz lo distinguió con el Premio Nacional de Periodismo 2007.

Los niños bolivianos aprenden en las escuelas que era tanta la abundante plata del cerro de Potosí , descubierta por el indio Diego Huallpa cuando vio hilillos resplandecientes que descendían desde donde había plantado una vela para iluminarse durante la noche, que era posible con ese metal precioso construir un puente de plata entre Potosí y España.

Bolivia surgió como nación gracias a Potosí y a la riqueza que generó, abundancia que, como decía una leyenda anterior a la llegada de los españoles al Nuevo Mundo, no sería riqueza para los potosinos. No obstante, mitos y comparaciones aparte, lo cierto es que esas enseñanzas contribuyeron a forjar la idea ilusoria de que Bolivia es como un pobre sentado en una silla de oro, y a fundamentar los reclamos de Potosí, que entre julio y agosto de 2010 se han manifestado en un paro cívico que puso contra las cuerdas al gobierno de Evo Morales.

Si bien  la riqueza que generaba el cerro atrajo a cientos de miles y Potosí llegó a ser una de las urbes más pobladas del mundo, la ciudad llegó a la época moderna sin vencer el encierro impuesto por su geografía montañosa y sin una vertebración carretera esencial, ni siquiera con un aeropuerto digno de ese nombre. No es casualidad que los potosinos tuvieran la construcción de un aeropuerto entre sus reclamos básicos al gobierno que habían apoyado masivamente y que mantuvieron en jaque durante una huelga que paralizó y cerró el departamento durante casi tres semanas.

El movimiento de Potosí no deja dudas de que los tiempos políticos en Bolivia están cambiando rápidamente. Evo Morales, el campeón de los bloqueos y cercos de carreteras, se vio afectado por su propia medicina, que para él había resultado exitosa en su camino hacia el poder. Los potosinos se lo recordaron cuando públicamente le dijeron: “Aprendimos de Ud., señor presidente, que hay que llevar al enemigo a negociar al lugar del conflicto”. No cedió y no fue a negociar a Potosí. Ni sus ministros lo hicieron. Pero tuvo que enviar una frondosa delegación ministerial a hacerlo en Sucre, la ciudad capital cuya riqueza había sido creada por Potosí, y allí su gobierno se comprometió a atender todas las demandas potosinas.

Muchos bolivianos grabaron una imagen que marcaba otros tiempos para el líder indio: su imagen, representada por un muñeco de cartón blanco, tuvo la cabeza pisoteada en medio de gritos en las calles, luego prendida fuego al grito de “Potosí  federal”, un término que sonaba a anatema para el gobierno. A la región oriental de Santa Cruz le habían endilgado el cartel de separatista por insistir en ser departamento autónomo. El movimiento autonomista era tan fuerte que acabó cediendo, pero una autonomía cuyos propulsores en el oriente la consideran mínima y sólo el comienzo de un largo proceso.

El movimiento de Potosí, que el gobierno ha tratado de descreditar acusando a sus dirigentes de ser parte de una conspiración, es sólo el primero por su magnitud y por haber partido de las regiones occidentales, donde se creía que el gobierno de Morales gozaba de un poyo compacto.

Pero las realidades mudan con mayor rapidez cuando la billetera está escasa de recursos. Evo Morales llegó al gobierno cuando empezaba una curva ascendente de precios para las materias primas que exporta Bolivia. El país vivió un auge pocas veces visto en sus 185 de vida independiente. Adicionalmente, contaba con la ayuda militante de Hugo Chávez, de cuyo “nuevo socialismo” Morales es tributario. Pero el auge se está acabando, y los recursos que venían de Venezuela, que el presidente administraba discrecionalmente sin rendir cuentas a nadie, también.

Paralelamente, empieza a percibirse un descontento porque demora en llegar el “vivir bien” que proclamó una nueva Constitución Política del Estado como su razón de ser. Al gobierno no parece resultarle fácil explicar a su audiencia que se trata sólo de un concepto, una figura retórica que sólo señala una meta general. La nacionalización de los hidrocarburos, que debía ser el cimiento de “la nueva Bolivia”, no se ha transformado en fuente de industrias. Las reservas de gas natural caen y el país apenas logra cumplir sus compromisos con Brasil y Argentina, aunque se esfuerza por asegurar acuerdos con mercados potenciales como Uruguay, Paraguay y, eventualmente, Chile. Pero eso requiere de inversiones multimillonarias que Bolivia, sola, no está en condiciones de realizar. Y no se sabe que haya alguna empresa importante, fuera de las que ya operaban en Bolivia antes de la nacionalización, dispuesta a arriesgar capitales.

La empresa estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB), anunció para este año la perforación de dos pozos, frente a medio centenar que anualmente perforaba… 40 ó 50 años atrás. Un ingeniero de la industria comentaba que era tanta la necesidad de mostrar alguna acción que el propio presidente asistió a la inauguración de la preparación para la perforación de uno de los pozos, que debía realizarse con equipos que todavía no habían llegado al país. La gestión administrativa se ha vuelto el mayor desafío para el gobierno social-indigenista. Sabe que no puede llegar al final de su segundo mandato sin entregar un país no sólo diferente socialmente, sino un país con síntomas firmes de progreso económico.

Con un crecimiento que este año puede bordear el 4% del PIB, muy saludable en América Latina, pero insuficiente para Bolivia, no se puede llegar muy lejos. Descontado el crecimiento demográfico que holgadamente supera el 2%, con lo que resta -y en la hipótesis de que se mantuviera constante durante un largo período- pasarían décadas antes de disminuir la pobreza extrema (37% en áreas urbanas y 64% en las rurales, según el Instituto Nacional de Estadísticas) hasta niveles soportables o de brindar empleo a la mayoría.

Las mayores fuentes de empleo residen en la construcción y en la informalidad que, dada la ausencia de inversiones y problemas de educación, se consolida como pilar de sustentación económica. Ambos son, por su naturaleza, precarios. La construcción llega por oleadas y el comercio informal se nutre principalmente del contrabando. Éste último, a su vez, conspira contra la escasa industria establecida en el país, especialmente la textil. Como se trata de un sector renuente a pagar impuestos, el gobierno de Morales quiere poner en marcha una política draconiana de represión al contrabando, que los empresarios aplauden pero que irrita a quienes viven de él y que estos días han iniciado concentraciones callejeras en todo el país para “flexibilizar”(léase volver inoperable) la ley anti-contrabando.

Tras haber logrado casi la totalidad del poder y de inmovilizar a toda oposición organizada, el gobierno de Morales parece haber llegado al mismo punto de bloqueo al que llegaron sus antecesores. El bloqueo tiene lugar desde bases infraestructurales, que llevaría décadas superar. ¿Y ahora qué?

Los observadores descartan una salida forzada y subrayan que Morales cuenta aún con un respaldo masivo y con algunos logros notables: ha logrado levantar el “ego” de su gente, que ahora se siente más ciudadana que nunca; ha creado bonos que ayudan a paliar la pobreza extrema, pero sin que se pueda asegurar cuánto durarán, y ha sido duro con quienes, dentro de su gobierno, resultaron envueltos en casos de corrupción. Este último punto ha sido algo que sus antecesores no se atrevieron a hacer y que, al final, ayudaron a pavimentar el ascenso de Morales.

Pero la superación de los cercos demanda tiempo. Que lo digan Corea del Sur o la India. El nudo gordiano a cortar está entre la partida y la meta. Y nada indica que exista otro camino civilizado y democrático que no sea el de la persistencia en la meta bajo reglas aceptables por todos, desde el respeto pleno a las leyes, aún si favorecen al enemigo, la adhesión sincera a los derechos humanos hasta la aceptación de que el adversario también puede tener razón. Eso luce incompatible, en la teoría y en la práctica, con el Socialismo del Siglo XXI que tiene sus ejes centrales en Caracas y Cuba, y que Morales proclama como su fuente inspiradora.

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