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Ollanta Humala desde Chile
Lun, 06/06/2011 - 23:57

Roberto Pizarro

El ataque del "establishment" chileno a los Kirchner
Roberto Pizarro

Economista de la Universidad de Chile, con estudios de posgrado en la Universidad de Sussex (Reino Unido). Investigador Grupo Nueva Economia, fue decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile,  ministro de Planificación y rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (Chile).

Ollanta Humala será presidente del Perú. En los largos dos meses que mediaron entre la primera vuelta electoral y el balotaje se aclararon dudas, se precisaron proyectos y se alinearon los inciertos. Keiko Fujimori asumió la continuidad del modelo económico instalado por su padre, y que representaron fielmente Toledo y Alan García: crecimiento sin distribución. Castañeda y Kuczynski le entregaron su apoyo, privilegiando la seguridad de los negocios antes que la incertidumbre de un eventual retorno de la corrupción y el autoritarismo. Alan García, a través de los pronunciamientos de su “ministra estrella”, Mercedes Aráoz, se la jugó por Keiko. Empresarios y la “gran prensa” no escatimaron esfuerzos en alinearse con Fujimori.

Humala, en cambio, se convirtió en el candidato de los descontentos, los que desconfían de un crecimiento económico que concentra sus frutos en San Isidro y Miraflores. No dudó en representar a los cholos de Lima, a los campesinos de la selva amazónica y a los indígenas de las zonas altas de Castilla y Arequipa. También se plegaron a su propuesta los intelectuales más destacados del Perú, entre los cuales hay que mencionar a Vargas Llosa y Bryce Echenique. Con esta base de apoyo el candidato aprovechó bien el periodo previo al balotaje para afinar su proyecto, explicitando coincidencias con el modelo brasileño de Lula antes que con el de Chávez. Y obtuvo el triunfo. Su triunfo es el de los plebeyos, de los invisibles.

Ollanta fue inteligente y no se quedó en el discurso de 2006, y mediatizó incluso sus afirmaciones de la primera vuelta electoral. Apeló al pragmatismo, a la real politik. Sostuvo que aceptaba la economía de mercado, el equilibrio fiscal, las inversiones extranjeras y la apertura al mundo. Pero, al mismo tiempo, señaló que no renunciaría a mejorar la distribución del ingreso, impulsar políticas sociales que privilegiaran las zonas del interior del país y apoyar a los pequeños empresarios con una banca estatal de fomento. De radicalismo esto no tiene un ápice. Lo más desafiante de sus propuestas económicas es su idea de aplicar impuestos a las ganancias de las empresas mineras, cuestión que hoy día no causa mayor escozor cuando los precios de las materias primas están en la cúspide.

En el plano político también se renovó y dijo, a quien quisiera escucharlo, que no intentaría reelegirse ni tampoco insistiría en modificar la Constitución. Vale decir, el hombre duro se convirtió en moderado. Y este aggiornamiento le significó el apoyo de su competidor Toledo.

El triunfo de Humala tiene raíces en las profundidades del Perú, pero también es expresión de los nuevos tiempos que recorren Sudamérica. Con la especificidad propia de cada país, en Venezuela, Paraguay, Ecuador, Bolivia, Argentina, Brasil y Uruguay ha emergido un nuevo liderazgo que reemplaza a los políticos tradicionales y que cuestiona el Consenso de Washington. Ahora le toca al Perú. Aún cuando estos gobiernos heterodoxos rechazan el neoliberalismo y se manifiestan críticos de las posturas hegemónicas de los EE.UU., todavía no han construido un proyecto económico manifiestamente alternativo al actualmente dominante. Por eso no debe sorprender el pragmatismo del nuevo Presidente peruano y su apuesta a la regulación antes que a la estatización.

La emergencia de Humala ha provocado cierto nerviosismo en políticos y empresarios chilenos. Su postura nacionalista es vista como un peligro para la seguridad de las inversiones y un dolor de cabeza para las relaciones diplomáticas de Chile.

Las preocupaciones son varias. Primero, las inversiones chilenas en Perú son muchas (US$10.000 millones), y los empresarios tienen incertidumbre por la continuidad de sus negocios. Segundo, la clase política observa con temor que la situación peruana se puede reproducir en Chile los próximos años. Ello se ve como un mal ejemplo. En efecto, el rechazo ciudadano a la clase política y al modelo de crecimiento sin distribución también se está presentado en Chile, con inéditas movilizaciones en las últimas semanas.

En tercer lugar, está la preocupación chilena con la contingencia diplomática. El temor se refiere al diferendo por los límites marítimos que presentó Alan García en la Corte de La Haya. A ello se agregan las demandas bolivianas para su salida al Pacífico y el eventual apoyo que podría prestarle el nuevo gobierno peruano.

Respeto de todos estos temas, Ollanta Humala ha sido claro en manifestar que no habrá cambios respecto de los inversionistas chilenos; que la controversia en la Haya seguirá su curso natural y Perú acatará el arbitraje; y, finalmente, que las exigencias de Bolivia sobre Chile son un asunto bilateral y mantendrá a su gobierno al margen.

Todo lo dicho es clarificador. Además, es probable que a Humala le resulte más fácil entenderse con Chile ya que siendo un duro nacionalista no necesita dar pruebas de firmeza para elevar su popularidad, como Alan García y Toledo, en momentos de dificultades internas.

Pero, en realidad, la emergencia de Humala no es el problema central para el gobierno de Chile y sus empresarios. La dificultad radica en la escasa lucidez de la política exterior chilena y ella es la que está complicando las relaciones con el entorno regional.

Chile se ha colocado al margen de América Latina. Su política exterior, en este gobierno y los anteriores, ha hecho énfasis en promover negocios con el mundo industrializado antes que privilegiar las relaciones políticas con sus vecinos. Ha preferido apoyar la globalización de las grandes empresas antes que preocuparse de la integración económica regional.  Hoy día, con el gobierno de Piñera, los vínculos con los vecinos se han complicado al extremo. En efecto, el brusco retiro del embajador Otero en Buenos Aires por dichos inaceptables a favor de Pinochet y la disputa de límites marítimos con Perú en La Haya han acrecentado los problemas vecinales. A ello se agrega el reciente acercamiento diplomático del Presidente Correa al Perú, que seguramente se acentuará con Ollanta en el gobierno.

Finalmente, las relaciones entre Chile y Bolivia durante varios años estuvieron plagadas de largas conversaciones y palabras de buena voluntad. Ello no ha terminado en nada concreto. El Presidente de Bolivia no tiene la misma empatía por Piñera que por Michelle Bachelet y, en consecuencia, ha optado por denunciar la falta de voluntad política del gobierno chileno e intenta llevar sus demandas de salida al Pacífico a instancias multilaterales.

En suma, los tiempos son difíciles para la política exterior de Chile. Su extrema ideologización, escasa voluntad integracionista, el interés prioritario por los países del norte y su estricto apoyo a las grandes empresas globalizadas han aislado a nuestro país de Sudamérica. El nuevo presidente del Perú sólo agregará un desafío más a una política exterior que ha marchado por un rumbo equivocado.

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