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Ollanta presidente: el inicio de una nueva era o el comienzo del fin
Mar, 07/06/2011 - 12:06

Emilio Humberto García

Perú, marca país: ¿estamos preparados para que nadie nos pare?
Emilio Humberto García

Emilio Humberto Garcia Vega es profesor, consultor, asesor de empresas, e investigador de Estrategia Empresarial y Marketing. Licenciado en Administración y MBA de la Universidad del Pacífico (Lima, Perú). Ha desarrollado libros y publicaciones diversas en los temas mencionados, además de realizar asesorías, dictado de cursos y seminarios en el Perú, Argentina, Uruguay, Guatemala y Costa Rica. Es docente de la citada universidad desde 2003 e investigador asociado de la misma. Es especialista en Planeamiento, Implementación y Control de Estrategias Empresariales y de Marketing. Autor de los libros “¿Con quién compite nuestra empresa?” (2013), “¿Cómo generar Valor en las empresas” (2012), “¿Qué hace especiales a las empresas?: La Ventaja Competitiva a inicios del Siglo XXI” (2011) y “Una Aproximación al Retail Moderno” (2011).

El domingo 05 de junio hacia la medianoche, las afueras del Hotel Bolívar -ubicado en el centro de Lima- lucían ciertamente desoladas. Allí se observaba al personal de limpieza de la municipalidad de Lima, recogiendo los restos de lo que podía haber sido el mitin de la primera mujer presidente del Perú. Keiko Fujimori apareció sobre un balcón del mencionado hotel para agradecer a sus partidarios que la arengaban, como pidiéndoles explicaciones para la derrota. 

A no muchas cuadras de allí, en la popular Plaza Dos de Mayo, una serie de conciertos de ritmos populares calentaron el ambiente para que Ollanta Humala diera su primer discurso inmerso en la popularidad y la seguridad de sentirse el nuevo presidente del Perú. Militar cauto y estratega, esperó que las cifras de la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) lo dieran como ganador -con cierta claridad- para afirmar su victoria. Primero, en un hotel cinco estrellas del barrio exclusivo de San Isidro, y luego en la mencionada plaza en la cual se dio su primer gran baño de popularidad como mandatario. Entre vítores anunció un “gobierno de concertación” y de “crecimiento económico con inclusión social”. Los que vimos estas escenas en vivo y en directo y los que estuvieron en dicho espacio público, fuimos testigos del final del proceso electoral más duro y disputado de la historia del país, y del inicio de una nueva era o del comienzo del fin del “milagro peruano”.

Dice la frase que “la voz del pueblo, es la voz de Dios”. Sin embargo, un poco menos que la mitad de los electores peruanos deben estar descontentos y preguntándose por qué perdió su candidata. Aunque muchos están más inquietos porque la Bolsa de Valores de Lima ha tenido la peor caída de su historia, justo el día después de las elecciones. La mañana del domingo, las élites políticas y económicas comenzaron a exigir una rápida manifestación de Humala acerca de puestos clave como el ministro de Economía, el director del Banco Central de Reserva y su premier. Los entendidos afirman que estos puestos -sobre todo los dos primeros- son las señales que esperan los inversionistas para seguir confiando en el Perú. Por eso es que la confianza que costó tanto construir, podría desaparecer entre días de jolgorio y decisiones politizadas, nada racionales.

Estas elecciones han sido la clara muestra de un país sin un sistema de partidos políticos. En el Perú, éstos simplemente no existen. Son movimientos que giran en torno a caudillos. Los seguidores de los mismos son más simpatizantes que practicantes de una forma de ver la política, la economía y el mundo. El único partido debidamente organizado (el APRA) ni siquiera presentó candidato a la presidencia en estas elecciones, y en la primera vuelta electoral logró una representación menos que paupérrima en el congreso. Veamos además que los símbolos de los partidos que pasaron a la segunda vuelta son una “K” de Keiko, en el caso de Fuerza 2011, y una “O” de Ollanta en el caso de Gana Perú.

¿Por qué perdió Keiko? En primer lugar, porque nunca se deslindó adecuadamente de su padre y de la sombra oscura del peor fujimontesinismo. Keiko ha cargado con las culpas y pecados de su papá. Todo ello no fue gratuito, ya que entre sus colaboradores se puede encontrar a muchas figuras conocidas del régimen de Alberto Fujimori. El tema de los derechos humanos, las esterilizaciones no consentidas, la corrupción, entre otros, menguaron su poderío. Keiko pidió perdón, pero nunca asumió los errores de la gente que trabajó con su padre. ¿Era tan complicado remover algunos personajes de sus listas presidenciales y congresales, o admitir que se cometieron errores garrafales y dejar de lado a aquellos que fueron responsables de éstos? Además, nunca dio muestras contundentes de concertación, sino hacia el final de la campaña. Pienso que tenía dos condiciones que explotadas mejor le pudieron dar un mejor resultado. Primero, se trata de una mujer, y segundo, es joven. Es decir, representaba la esperanza femenina y la fuerza de la juventud. Estos aspectos jamás fueron explotados. Finalmente, el mitin de cierre de campaña en el cual compartía el estrado con jugadores de fútbol, deportistas y cómicos también me hizo recordar al estilo de comunicación del fujimorismo de los 90 en el cual, el contenido era totalmente opacado por el circo. Las encuestas la mantuvieron al frente -por uno o dos puntos la mayoría del tiempo-, diferencia que perdió en la última semana, lo que de verdad importa. Esto es una muestra de falta de estrategia, similar a lo que le pasó a Alejandro Toledo en la primera vuelta.

 ¿Por qué ganó Humala? En muchos círculos me he ganado problemas por tildar esta campaña como una de las mejores campañas políticas de los últimos años, en términos de marketing, sólo comparada con la campaña aprista del 2006 en la que Alan García se encargó de recordarnos a cada instante que Humala era el “pichón” de Chávez. Pero, cinco años después, Humala -u Ollanta y sus asesores- ha cambiado el rumbo de su suerte. Ha logrado lo que a la izquierda en otros países le demoró mucho más tiempo. Si se revisan vídeos del Ollanta del 2006, se puede observar la gran diferencia. Ese cambio expresivo no pudo ser espontáneo. El nuevo presidente mantiene mucha calma en sus expresiones, se le ve mucho más mesurado que su versión de cinco años atrás. Se nota que internalizó que su polo (camiseta, t-shirt) era el blanco de 2011 y no el rojo de 2006. Arremetió la segunda vuelta -al día siguiente de la primera- buscando consensos y tocando puertas. Se “jaló” al equipo de Perú Posible y finalmente, logró el apoyo de su líder principal, el ex presidente Alejandro Toledo. Probablemente, Toledo y Humala sean los candidatos con mayor potencial entre los niveles socioeconómicos más bajos. Tomó como bandera a la concertación y flameó con ella hasta el mismo momento de su victoria. Esperemos que esta estrategia sea verdadera y no sólo una herramienta para llegar al poder. Entre hoy y el 28 de julio nos daremos cuenta de ello.

Estas duras elecciones han dejado una serie de elementos positivos: 

En primer lugar, la mayoría empezó a hablar de política; así, sobre todo los más jóvenes se han preocupado por ella, lo cual es un triunfo rotundo para el país. 

Segundo, se ha  puesto en el tapete las extremas diferencias que existen en el país y frente a las cuales nadie hace absolutamente nada o se hace muy poco. 

Tercero, el que ha ganado ha tenido que moverse de la izquierda hacia el centro, porque con el 30% de apoyo directo, le era imposible ganar la segunda vuelta; ha tenido que hacer concesiones que ojalá se cumplan en la vida real. 

Cuarto, se trató de una fiesta electoral sin ápice de fraude. 

Quinto, un congreso tan fraccionado es positivo porque será un organismo que de verdad límite al mandatario de turno, así para lograr acuerdos se tendrá que concertar constantemente. 

Sexto, es la primera vez que unas elecciones presidenciales son decididas por las provincias, desplazando a Lima en su determinación del ganador, así políticamente se ha dejado en claro que el Perú es mucho más que su ciudad capital. 

Séptimo, la inclusión social ha sido un tema de discusión fundamental, así la necesidad de que todos los peruanos tengan un bienestar económico y un futuro con oportunidades es algo que se ha discutido a cada momento y durante toda la campaña presidencial.

Es evidente que también hay saldos negativos que se podrían explicar en los siguientes aspectos. En primer lugar, es una verdadera lástima que uno de los candidatos haya mencionado la posibilidad de fraude. Fue innecesaria su presión. No imaginamos qué hubiera sucedido si los resultados no lo favorecían. Segundo, la incapacidad de la derecha, de la clase empresarial o de los abiertamente “pro mercado” de ponerse de acuerdo por el bien del país. En tercer lugar, la intolerancia presente en todos lados: en la calle, en las oficinas, en las aulas universitarias, programas televisivos, radiales, prensa y un largo etcétera. Pareciera que no nos damos cuenta que estamos discutiendo entre peruanos. 

En cuarto lugar, la violencia innecesaria que se vio en los ataques entre ambos bandos. Quinto, la intransigencia de los dueños de la verdad, de aquellos que saben todo, que critican, utilizan los medios de comunicación sin ser objetivos o de una gran cantidad de peruanos que no escuchan al que piensa diferente a ellos. Sexto, la falta de propuestas concretas para sacar al Perú para adelante. Muchas promesas y pocas estrategias específicas hacen pensar en la demagogia como la principal arma para ganar elecciones en el Perú. Séptimo, la intervención de peruanos ilustres que no viven en el país es decir, que pase lo que pase, sea bueno o malo, no estarán en el día a día del país. Octavo, la incapacidad del sector académico de intervenir en los procesos verdaderamente relevantes en el destino del país, con propuestas viables, concretas, relevantes y concisas.

Finalmente, hay que mirar el futuro con esperanza -dicen que es lo último que se pierde-. Sé que es muy difícil, porque para muchos las dos opciones eran malas (recordemos qu{e pensaba la mayoría de Ollanta y Keiko en la primera vuelta). Sin embargo, no creo que Ollanta Humala quiera pasar a la historia como el presidente que llevó al Perú a la ruina y que puso fin a su crecimiento económico. Tiene la gran oportunidad histórica de ser el “Lula peruano”, cuenta con la base económica ideal y con el mejor entorno que haya tenido algún presidente peruano al asumir un mandato.

Ojalá que su necesidad de trascendencia histórica sea superior a las razones políticas o proyectos anacrónicos. Lo que queda claro es que si Humala diera señas de ser el transformador del país, habría que apoyarlo porque en cinco, en diez, 15 o 20 años, la bandera, el himno y esos elementos que nos hacen sentir peruanos, serán los mismos y el fracaso de su gobierno será el de todos los peruanos. Solo queda desearle la mejor de las suertes al ex comandante y brindarle apoyo por una razón muy simple: su éxito nos conviene a todos los peruanos.

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