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Osama Bin Laden: el "sirviente del mal"
Vie, 06/05/2011 - 10:27

Bernardo Navarrete Yánez

El imperio en Chile: los efectos de la visita de Obama
Bernardo Navarrete Yánez

Bernardo Navarrete Yáñez es Profesor Asociado de la Licenciatura en Estudios Internacionales de la Universidad de Santiago de Chile (Usach).

Carl Schmitt sostenía que el debate, la deliberación y la persuasión oscurecen lo que es esencial para la política: decisiones firmes y soberanas para enfrentar a los enemigos políticos. Barack Obama acaba de informarnos que cumplió una de sus promesas de campaña: enfrentó a su principal enemigo, Osama Bin Laden, y el resultado de ello fue la muerte del “sirviente de mal”, en palabras de George Bush.

Con este hecho, asumimos que se cierra el ciclo del discurso sobre el bien y el mal, lo que sería muy positivo ya que, -siguiendo a Bernstein-, en lugar de invitarnos a cuestionar y a pensar, el discurso del mal es utilizado para poner mallas de contención al pensamiento, tendiendo a lo que Nietzsche llamó el “consuelo metafísico”, es decir, la suficiencia y la pretensión de superioridad moral que surge cuando nos engañamos, al convencernos de que tenemos bases firmes y absolutamente ciertas para sustentar nuestras convicciones.

Barack Obama, tras diez años desde los atentados del 11 de septiembre, enfrentó el ya generalizado pesimismo sobre las políticas contra el terrorismo internacional. En su alocución pública sobre la muerte de líder de al-Qaeda, nos recordó que las discusiones soberanas nunca son justificadas por la razón; siguiendo a Schmitt, basta con la dicotomía amigo-enemigo. Pero pensar la política y actuar la política son dimensiones que no siempre van de la mano y en ese espacio debemos reconocer, parafraseando a Arendt y Jaspers, que los crímenes modernos no están contemplados en los diez mandamientos. En este sentido, y asumiendo lo discutible de la solidez de los argumentos que dieron inicio a la escalada bélica post 11 de septiembre, sí habría que reconocer que, en nuestra historia reciente como nunca antes, todos somos víctimas potenciales del terrorismo.

Por ello, el largo camino hacia las elecciones del 2012 puede llevar al gobierno de Obama desde tocar el cielo -como ha sido desde las primeras reacciones luego de la noticia de la muerte del terrorista, ya que la información proporcionada por el presidente está lejos de someterse a criterios de veracidad por parte del electorado norteamericano-, a descender al infierno en el caso del más mínimo atisbo de engaño. En este sentido, bajo ninguna circunstancia puede “resucitar” Bin Laden como tampoco los temidos atentados terroristas de Al-Qaeda. Ambos tendrían un alto impacto en la población norteamericana.

Frente a esta realidad, cabe preguntarse si el aumento de popularidad de Obama es sostenible en el tiempo sólo en base al éxito de la operación militar contra Bin Laden. Haciendo un parangón con la administración de George W. Bush, quien subió su nivel de aprobación tras la captura de Saddam Hussein, en diciembre de 2003, para volver a bajar al mes siguiente, cabe la posibilidad de que los réditos del éxito de Obama sean pasajeros, si pensamos que está a 17 meses de la elección presidencial.

Si bien, el ejercicio profesional de la oposición republicana es de temer, parece que la reelección de Obama depende más de él que de sus opositores. Aún cuando quienes se beneficiarán de este “triunfo” no son pocos: la CIA, que con su operación recupera el prestigio perdido, el cual deberá valorizarse en la discusión presupuestaria del próximo año, y los militares quienes podrán legitimar su presencia en exterior y la lógica de una guerra global contra el terrorismo, nadie puede asegurar que votarán por la reelección del actual presidente.

Ha muerto un representante del mal, el cual puede ser incorporado a la Historia Universal de la Infamia de Jorge Luis Borges, libro en el cual se accede a un catálogo escogido de malvados; lamentablemente, aún no tenemos héroes del bien, una tragedia que es de todos.