Pasar al contenido principal

ES / EN

Yo, espía
Jue, 08/07/2010 - 18:29

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Aunque ilegal, durante la Guerra Fría el espionaje entre los Estados Unidos y la Unión Soviética era considerado un gaje del oficio. Junto con la diplomacia, el espionaje constituía precisamente uno de esos oficios dedicados a garantizar que la guerra en cuestión se mantuviera gélida (opción siempre preferible a la alternativa: una guerra termonuclear).

Finalizada la Guerra Fría, la KGB cambio de siglas (Vg., FSB en el frente interno y SVR en el frente externo), pero no de hábitos. Más aún, tanto en las postrimerías del régimen soviético (con Yuri Andropov), como en los albores de la nueva Rusia (con Vladimir Putin), connotados dirigentes de la comunidad de inteligencia asumieron un papel medular en la conducción del Estado.

Y mientras se desvanecía el temor a un ataque nuclear, surgieron nuevas fuentes de aprehensión en la relación entre Rusia y los Estados Unidos: desde la intervención de la OTAN en Kósovo (otrora provincia de Serbia, antiguo aliado ruso), hasta la incursión militar rusa en Georgia (candidato a integrar la OTAN), pasando por la contienda por esferas de influencia en Kirguistán (país que alberga bases militares de ambos Estados).

Con la administración Obama llegó una nueva perspectiva sobre la relación bilateral al gobierno de los Estados Unidos. Según ésta, los intereses en común entre ambos países eran más importantes que sus diferencias. Y en esos temas de interés común la cooperación de Rusia era indispensable para el logro de objetivos medulares en la agenda exterior de los Estados Unidos, como detener la proliferación nuclear, aprobar nuevas sanciones contra Irán, combatir el islamismo militante en Afganistán, pero también en algunas antiguas repúblicas de la Unión Soviética, incluyendo a la propia Rusia.

Fue por ello que la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, propuso “resetear” (sic) una relación bilateral que había padecido un sensible deterioro durante la administración Bush (al punto que la industria editorial comenzó a publicar libros que desde el título auguraban una reedición de la Guerra Fría).

Este es el contexto en el cual el FBI revela la existencia de una red de espionaje en favor de Rusia dentro de los Estados Unidos. El gobierno ruso alega que se trata de una conspiración urdida por sectores del viejo stablishment de seguridad que, urgidos de nuevos enemigos para justificar su existencia, pretenden sabotear el acercamiento entre ambos países. Es decir, precisamente lo que uno esperaría escuchar de un inculpado que busca evadir la acusación en su contra.

Sin embargo, pese a esas legítimas suspicacias, algunos indicios sugieren que esa posibilidad no debe ser descartada: según el propio FBI la investigación habría durado una década y, de súbito sin mediar ningún nuevo hallazgo, se hace pública cinco días después de un encuentro entre el presidente Obama y el presidente ruso Medvedev. La prueba de que no hubo ningún nuevo hallazgo es el hecho de que, pese a que agentes del FBI se refirieron a los inculpados como parte de una red de espías, los cargos en su contra no incluyen el de espionaje: se les acusa de actuar como agentes foráneos sin la debida autorización y de lavado de dinero.

No existe hasta ahora indicio alguno de que los inculpados hayan accedido, a través de medios vedados a información clasificada (o, en buen romance, que hayan cometido actos de espionaje). Entre otras razones, porque ninguno de ellos ocupaba un cargo público, y ninguno parece haber tenido acceso a alguna fuente de información reservada. ¿Cuál podría, entonces, ser el propósito de una red de inteligencia como esa? Salvo que esperasen tropezar accidentalmente con información confidencial, su propósito no parece haber sido el espionaje.

Pero la labor de inteligencia no se restringe a ese mundo de glamour e intriga inmortalizado por las novelas de John Le Carre. Incluye además labores más prosaicas como recabar información de fuentes públicas, analizar esa información y contrastar diversas fuentes de información y de análisis para verificar que la información sea fidedigna, y que el análisis no se vea lastrado por sesgos institucionales o intereses subalternos. Todo lo cual no hace sino describir un escenario hipotético, en tanto no se demuestre su veracidad ante una corte de justicia.

Países
Autores