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El desafío de las reflexiones
Lun, 17/09/2012 - 14:43

Mario Antonio Sandoval

Elecciones en Guatemala: el mapa político entre Patriota y Líder
Mario Antonio Sandoval

Mario Antonio Sandoval Samayoa es periodista, escritor y comunicador social. Es miembro de la Real Academia Guatemalteca de la Lengua, correspondiente a la RAE, y ha sido dos veces presidente de la Asociación de Periodistas. Ha escrito dos libros, varios ensayos y es columnista estable de Prensa Libre (Guatemala).

Ricardo Bendala Perdomo acaba de entregar su libro “Guatemala, una Historia repensada y desafiante”, algunos meses después de haber publicado “La Iglesia en la Historia de Guatemala”, por lo cual en cierta forma ambos libros se complementan.

Presentan la historia nacional desde la perspectiva de un sacerdote jesuita, un humanista y un analista desde la perspectiva de un izquierdismo moderado y por tanto aceptable, aunque estoy consciente de la fragilidad de este concepto. Lo utilizo para enmarcar la línea de pensamiento del autor, quien merece el crédito de su evidente intento por ser lo más balanceado posible, incluso cuando comenta algunas posiciones eclesiásticas, con un éxito cuya importancia dependerá de quien lo lea.

En la presentación del libro, Alfredo Guerra Borges señala la mala información, no la ausencia de información sobre la historia nacional. Es cierto. Pero ello se debe, a mi juicio, a la a veces absurda posición de quienes se colocan en un fundamentalismo ideológico para relatarla, o en una actitud hasta romántica de la relación histórica. Los hechos históricos adquieren las cualidades de maldad o de bondad según quien los narra. Por eso se justifica la vieja frase de “la historia es escrita por los vencedores”. No se puede ser historiador sin ser juez, porque esos hechos son absueltos, condenados o simplemente dejados sin castigo o premio, según quien los escribe o narra, porque hacerlo implica escoger unos y dejar fuera otros. En ese sentido, ciertamente nadie puede escribir una historia completa de ningún país. Guatemala no es la excepción.

El autor escribe con fluidez. Se lee fácil, aunque por infortunio la aparente prisa por publicar el libro, dejó fuera la importante actividad de mejorar la puntuación, sobre todo en los capítulos de hechos más recientes. Pero es pecata minuta. Coincido plenamente con su idea de explicar los orígenes de Guatemala desde el tiempo de los mayas, los acontecimientos políticos europeos tanto previos a la conquista como la época colonial, para llegar hasta los tiempos actuales. Al libro se le deben dar al menos dos leídas: una, general, para conocer la obra en su conjunto. La otra, particular, para especializar la lectura en determinados capítulos, referentes a épocas históricas específicas. Esta forma de leerlo permitirá conocer más, profundizar más.

Se trata de una muy buena visión panorámica de la historia nacional. La adjetivación de los hechos tiene como resultado abrir la discusión, y ojalá así sea.

Mientras más años han pasado de los hechos narrados, es menor la posible reacción anímica acerca de la lectura. La cercanía en el tiempo aumenta esa percepción de parcialidad, pero esto es algo imposible de evitar. Los jóvenes en Guatemala tienen una edad demasiado corta como para ser afectados por las emociones encontradas surgidas de los adultos cuya edad les permite haber vivido los hechos, sufrido o gozado, aprobado o reprobado sus consecuencias. En ese sentido, el libro es didáctico y le permitirá a muchos enfrentarse con un pasado donde se deben buscar las raíces del presente.

Una idea central de la obra es la reflexión: se nos ha enseñado, o malenseñado, la historia desde la perspectiva del conquistador, del criollo o del ladino, pero no de los indígenas, quienes resultan ser personajes secundarios. En ese sentido la obra es una invitación inconsciente a algún historiador de sangre maya a analizar los hechos y figuras históricas desde la perspectiva de los conquistados, pero sobre todo su forma de ver los acontecimientos, por ejemplo, a partir de la revolución de octubre de 1944. Se justifica por eso la inclusión de la palabra “desafiante” en el título: desafiar significa afrontar el enojo o enemistad, contrariándolo en sus deseos y acciones.

*Esta columna fue publicada originalmente en PrensaLibre.com

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