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Los taxis como paradigma
Lun, 11/07/2011 - 13:05

Alfonso Reece

‘¿Cuándo se jodió el Perú?’
Alfonso Reece

Alfonso Reece es ecuatoriano, y se ha desempeñado como escritor y periodista. Posee estudios de Derecho y Sociología en la Universidad Católica del Ecuador. Como periodista se ha desempeñado en los canales de televisión Ecuavisa y Teleamazonas, mientras que en prensa escrita ha colaborado en las principales revistas de su país, como 15 Días, Vistazo, SoHo, Mango y Mundo Diners. Actualmente es columnista en el diario El Universo (Guayaquil, Ecuador).

Conozco a dos jóvenes que tenían buenos empleos en empresas de Quito, que dejaron sus empleos seguros para “meterse” de taxistas. Optaron por asociarse con parientes que ponían como capital el vehículo y ellos aportaban su trabajo. Y me parece bien que lo hayan hecho, se trataba de individuos emprendedores, dispuestos a arriesgarse en una microempresa (que eso es a la cuenta un taxi) en busca de un futuro. Ojalá muchísimos jóvenes se atrevieran a dejar la seguridad de un cargo para desafiar al destino en un negocio propio, así se engrandecen los individuos y con ellos las sociedades.

Mas, esto también demuestra que tener un taxi es un buen negocio, lo que a su vez prueba que hay demanda de este servicio. Es decir, no hay exceso de vehículos de alquiler. Lo dice el único que es capaz de poner reglas en la economía: el mercado. Pero a cada rato oigo que existe una proliferación excesiva de carros dedicados a este menester. Hay “planificadores” que determinan “técnicamente” cuántas unidades debe haber. ¿En qué se basa esta supuesta “técnica”? ¿En razones ambientales? Si es así, cuando se retiren las varias decenas de miles de taxis que sobran, se supondría que van a ser reexportados, o van a permanecer definitivamente embodegados para que no contaminen los aires nacionales, o simplemente desguazados. Ninguna de estas hipótesis es posible. ¿Razones de tránsito? La respuesta es muy parecida.

¿Por razones de sostenibilidad económica? Si ese es el caso quienes mejor lo saben serán los propios dueños de taxis, en el momento en que haya un exceso que haga de este un mal negocio, inmediatamente se dedicarán a algo más rentable, restableciendo el equilibrio entre la oferta y la demanda. En cambio sí se puede convertir a esta actividad en un Gran Negocio, en el cual los dueños de los “cupos” legales cobren lo que se les ocurra, ofreciendo un pésimo servicio.

En la actualidad suelo recurrir a los servicios de una cooperativa que me envía un vehículo registrado, con taxímetro y que me factura a fin de mes con precios muy razonables. No se me ocurre arriesgarme a un secuestro express buscando otra clase de taxis. Es un servicio excelente acicateado por la competencia. Con el sistema de “cupos” o “puestos”, se crea un oligopolio. ¿Un oligopolio de 30 mil actores? Sí, porque un oligopolio es un sistema en el que un grupo puede imponer condiciones al mercado, tanto en calidad como en precio, no interesa si son dos o miles.

Todo esto no quiere decir que el transporte en taxis se convierta en tierra de nadie. No, las autoridades deben imponer condiciones rigurosas a los vehículos y conductores que se dediquen a este negocio, tanto en lo ambiental, como en lo técnico y en la seguridad. Para eso existe el Estado. ¿Pero a cuántas unidades? Eso lo decidirá la sabia mano del mercado, siempre más acertada que el cerebro de los planificadores. Ahora, si se quiere disminuir el número de taxis hay una manera legítima y certera de hacerlo: creando sistemas masivos de transporte, cómodos, seguros y eficientes.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.

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