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Camino de perdición
Lun, 14/02/2011 - 08:41

John C. Edmunds

Milagro brasileño de doble filo
John C. Edmunds

John C. Edmunds es doctor en Administración de Empresas de la Universidad de Harvard, profesor de Finanzas de Babson College en Boston y coautor de Wealth by Association.

La prímula es una flor silvestre que crece en el Hemisferio Norte durante el verano. En la tradición inglesa, “seguir el camino de la prímula” es dejarse engañar o corromper por un hipócrita, vivir una vida de lujuria y libertinaje que se paga con el infierno.

Shakespeare lo menciona en Hamlet y Macbeth (dos príncipes que terminaron mal). Desde este punto de vista, muchos países latinoamericanos lo estarían siguiendo, aunque tienen por consuelo que China, Japón, el Reino Unido y los tigres asiáticos lo están haciendo hace años.

Si no es el infierno la parada final del camino de la prímula, al menos es un lugar con bastantes problemas, donde los países terminan subsidiando a las naciones derrochadoras.

Hablando más concretamente, Brasil, Chile, Perú, Colombia y algunos otros países han estado acumulando reservas en moneda extranjera. Esto es el resultado de políticas monetarias prudentes y buenas oportunidades de inversión. Todos estos países han tomado medidas, o amenazado públicamente de hacerlo, para neutralizar el torrente de inversión extranjera que inunda sus mercados domésticos de acciones y bonos.

Décadas atrás, los mercados financieros mundiales eran bastante menores en relación al valor anual de la producción de bienes y servicios, y los mercados financieros de América Latina eran minúsculos e inaccesibles para pequeños inversionistas extranjeros. Durante esta era remota, las cuatro naciones recién mencionadas no hubieran tenido que enfrentar semejantes flujos descontrolados de capital. En años recientes, sin embargo, la prudencia ha traído beneficios pero también castigos.

Chile, como siempre en cuestiones financieras, es el adelantado y el creador de tendencias en el continente. Los flujos que ingresaban a su mercado financiero eran de tal magnitud que se tragaban los flujos de salida orquestados por las autoridades chilenas para contrarrestarlos. Chile relajó las restricciones a la inversión de los fondos de pensiones en el extranjero. En el pasado, cuando Chile aumentaba la proporción de activos de los fondos invertidos en títulos fuera del país, la jugada siempre debilitaba al peso. Los fondos vendían activos en moneda nacional, luego los utilizaban para comprar moneda extranjera para invertir afuera.

Esta vez el peso no se debilitó. De hecho se siguió fortaleciendo conforme los extranjeros compraban, o se cansaban de comprar más pesos de lo que los fondos de pensión estaban dispuestos a vender. El peso chileno se fortaleció de 560 por dólar hace un año a 467 el mes pasado. A esta tasa los exportadores de vino, fruta fresca, madera y otros productos pierden dinero. Para obtener utilidades razonables necesitarían que el tipo de cambio se debilitase a unos 600 pesos por dólar, o deberían alcanzar ganancias de productividad mayores y mucho más rápidas de lo que es generalmente factible. De modo que en Chile el acertijo es fácil de percibir: en los sectores de exportación sensibles a los precios, los trabajadores están sufriendo, mientras que los tenedores de activos financieros chilenos prosperan.

El problema de Brasil es igualmente serio. Su respuesta fue imponer un gravamen a las transferencias financieras, que no es lo suficientemente grande como para disuadir a los inversionistas de cartera que, por estos días, están completamente enamorados de Brasil. Su affair con el país, de hecho, comienza a parecer más bien un amorío largo que un tórrido encuentro furtivo. Si la confianza de los inversionistas se mantiene firme, la cuestión de cómo enfrentar los flujos de entrada persistirá.

En el corto plazo, el remedio más obvio es emitir moneda local y usarla para comprar los dólares que siguen llegando. Luego, para evitar que la oferta monetaria crezca en exceso, el paso necesario es emitir bonos en moneda local para sacar de circulación el circulante recién emitido. El gobierno brasileño, por ejemplo, emite bonos en reales que pagan 12% al año, y los dólares que compra los invierte a menos de un 1%.

Este remedio resuelve el agudo problema de la apreciación excesiva de la moneda local. Pero beneficia a extranjeros que disfrutan de una apuesta segura, que les ofrece un rendimiento bastante superior al que pueden obtener en casa.
Éste es el remedio chino. Los países latinoamericanos con monedas fuertes lo están usando como un paliativo de corto plazo, pero sabiendo que no se están alejando del camino de la prímula. Todo lo contrario, se están metiendo en un problema de largo aliento.

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