Pasar al contenido principal

ES / EN

Armas químicas y represalia. ¿Qué sigue?
Jue, 13/04/2017 - 09:00

Esther Shabot

Amos Oz, más allá de la literatura
Esther Shabot

Esther Shabot Askenazi es licenciada en Sociología de la UNAM (1980, México), con estudios de maestría en Sociología en la UNAM y con especialización en Estudios Judaicos en la Universidad Iberoamericana (1982-1985). De 1983 a 1986 fue colaboradora semanal del periódico "El Nacional", tratando asuntos del Oriente Medio. Desde 1986 hasta la fecha es editorialista semanal en el periódico Excélsior, donde trata asuntos internacionales.

Por si faltara dramatismo a la inmensa tragedia que vive el pueblo sirio desde hace seis años, se agregan ahora el episodio del ataque con armas químicas sobre la población civil de Idlib, presuntamente ordenado por el régimen de Bashar al-Assad, y dos días después, el contrataque lanzado por Estados Unidos a la base aérea desde donde partió la embestida con agentes químicos venenosos. Cincuenta y nueve misiles Tomahawk, que fueron activados a larga distancia por órdenes del presidente Donald Trump, constituyeron la inmediata respuesta al horror de dos días antes, desatando con ello un cambio sustancial en el escenario que había prevalecido a lo largo de los últimos meses en la guerra civil siria.

Tan sólo un par de días antes del ataque con gas sarín el mandatario norteamericano había declarado que la salida del poder de Bashar al-Assad no era ya una prioridad para Estados Unidos —en sentido contrario a lo que la administración de Obama sostuvo siempre— y, sin embargo, dio la orden de atacar la base aérea siria sin solicitar autorización de su Congreso. Nada induce a pensar que este operativo será ampliado y constituirá el punto de arranque de una intervención militar que involucre a las fuerzas estadunidenses más allá de su actual participación en el combate aéreo contra el Daesh o Estado Islámico en otra zona del país. Trump bien sabe —y así lo afirmó durante su campaña— que sumergirse en el pantano sirio es igual de peligroso que lo que han sido los casos de Irak y Afganistán. Pero un golpe puntual y avasallador como el dado la madrugada del viernes pasado puede ser enormemente útil para objetivos de corto plazo, que no incluyen, por supuesto, la solución de fondo del conflicto sirio.

En concreto y en el plano de lo inmediato, Trump ha tenido el acierto de castigar una de las tantas infamias cometidas por Al-Assad sin arriesgar demasiado. Por el contrario, ante los países árabes sunitas enemigos de Al-Assad, de Irán y de Hezbolá, Trump quedó con ese acto como el valiente personaje capaz de dar una lección avasalladora y una eficaz advertencia a esos temidos adversarios pertenecientes al mundo musulmán chiita. Ante la comunidad internacional y buena parte de su público en casa protagonizó al fin un episodio exitoso que compensó las muchas pifias de sus primeros 75 días en la Presidencia. De igual modo, envió el mensaje de que puede estar hablando en serio cuando presume que dará una lección a Corea del Norte si continúa con sus desafíos. Y el otro gran tema se refiere a Rusia y a Putin. Dada la madeja de sospechas y presuntas complicidades entre Trump y el mandatario ruso que han desprestigiado y puesto en aprietos a la nueva administración norteamericana, el encontronazo que han tenido ambos mandatarios en este episodio sirio, en el cual se ubican en posiciones políticas diametralmente opuestas, cumple a la perfección con la misión de disipar por un rato las suspicacias de que Trump se había convertido en un títere de Putin en razón de oscuros contubernios.

Así que por lo pronto, Trump vive unos cuantos días de gloria y, sin duda, de euforia, no obstante la posibilidad de un escalamiento en las tensiones con Rusia y China. En cuanto al pueblo sirio, es evidente que sus sufrimientos siguen ahí por más que las armas químicas no sean usadas de nueva cuenta. De hecho, su tragedia sigue agravándose a tal grado de que puede calificarse ya como la más vergonzosa mancha de nuestra humanidad de esta segunda década del siglo XXI.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.

Autores