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Breviario de las recesiones en México
Lun, 25/03/2019 - 08:44

Fernando Chávez

Los saldos económicos de la guerra mexicana contra el poder narco
Fernando Chávez

Fernando Chávez es economista y docente de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM). Actualmente es coordinador del sitio de divulgación económica El Observatorio Económico de México. Su línea de investigación abarca remesas y migración, política monetaria, banca central, federalismo fiscal y macroeconomía. Desde 1984 se desempeña en el ámbito editorial como autor y coordinador de publicaciones, boletines, revistas y secciones de periódicos.

A veces a la mayoría le preocupa el futuro y a veces a muy pocos el pasado. Con la idea fatua de anticiparse a los hechos del porvenir, los ejercicios prospectivos en el campo económico son solicitados compulsivamente por los grandes tomadores de decisiones. Normal, pero aturdida, la pretensión de librarse de las incertidumbres angustiantes que marcan nuestras vidas, individuales o colectivas.

Pero hurgar en el pasado tampoco lleva a esbozar siquiera los sucesos económicos venideros. Quizá la retrospectiva nos deje la ventaja bizantina de sacar algunas lecciones provechosas, aunque con muchos asegunes y limitantes.

Una recesión existe cuando hay una caída anual generalizada en la producción, en el empleo, en la inversión, en el consumo, en el PIB per cápita y, muy probablemente, en las exportaciones y en las importaciones y, como síntoma particular, cuando un mayor desempleo alcanza niveles desestabilizadores. Un porcentaje negativo en el PIB real anual expresa todo lo anterior, con el riesgo de padecer inflaciones feroces, aderezadas con una penetrante inestabilidad financiera. El capitalismo padece las recesiones de frecuencia irregular (no periódica) y no hay forma de pronosticarlas. Puede haber similitudes entre ellas, pero se sabe que nunca son iguales, ni en duración ni en profundidad.

La explicación de sus orígenes divide a los economistas. Papel y tinta en cantidades ingentes han registrado las controversias encendidas sobre esta cuestión – teórica y práctica-, nada fácil de abordar con serenidad política. Los marxistas, por ejemplo, igual que los cristianos primitivos y modernos, suelen ver y percibir estos duros traspiés económicos de forma apocalíptica (evocando sus terribles cuatro jinetes: la guerra, el hambre, la muerte y las enfermedades). No en balde el término teórico que adoptan los marxistas para analizarlas, “la crisis”, los ha llevado a sugerir invariablemente el fin del capitalismo, su derrumbe estrepitoso, lo cual no ha sucedido. Pero tienen mucha razón en decir que las “crisis” traen mil rezagos, más pobreza, mayor desigualdad y un desperdicio escandaloso de recursos de todo tipo. De su desesperanza congénita algo sale para documentar nuestro pesimismo coyuntural, no más.

Por otra parte, los liberales fundamentalistas, declaran impúdicamente que las recesiones permiten sanear al mercado, deshaciéndose de los ineficientes, postulando así una suerte de darwinismo económico, crudo e inexorable. Excluyen acciones contra cíclicas a través de políticas económicas (fiscales y monetarias) para paliar los efectos depredadores de las recesiones, justo como aquellas que los keynesianos de todo tipo reivindican en medio del griterío histérico que acompaña toda recesión, sin presumir de redentores o sepultureros del capitalismo, como lo hacen liberales y marxistas, respectivamente.

Ofrezco ahora una breve historia descriptiva, escasamente analítica, de las recesiones económicas en México en 118 años (excluyendo el siglo XIX), que han sido momentos de duras penurias económicas, envueltas casi siempre en episodios políticos conflictivos que complicaron la salida de ellas, pero trascendentes de alguna forma para el orden social.  

El siglo XX registró (cuando menos) 17 recesiones de diferente calado, siendo la más grave la de 1932 (14% cayó el PIB), fruto amargo de la Gran Depresión originada en los EUA, que contagió a todo el planeta, como bien se sabe. Como parte de esa ola recesiva mundial quedan obviamente 1929 y 1930 (con -3.1% y -6.6%, respectivamente). La de 1927, con un -2.4%, aparece como un hecho vinculado a una recesión internacional y a conflictos políticos internos graves. (E. Cárdenas registra 1928 también como un año recesivo, aunque mis datos me indican sólo una desaceleración severa).

Destaco que hubo seis recesiones de poca monta, pues registraron tasas negativas anuales menores del 1%: 1906, 1911, 1913, 1921, 1953 y 1982. La de 1953, subrayo, puede asociarse al fin de la guerra de Corea, que generó una recesión ligera en la economía norteamericana y que nos llegó de rebote. La de 1982, leve, marcó el año final del efímero auge petrolero y del proyecto del nacionalismo revolucionario (PRI), al tiempo que se hicieron los preparativos para impulsar el proyecto neoliberal (PRI + AN).   

Durante la etapa final del régimen porfirista le tocaron dos recesiones, la de 1906 -ya referida- y la de 1902, bastante profunda: -6.3%. El modelo primario-exportador de la época tuvo estos dos tropiezos, que para algunos historiadores son los que abonaron el terreno político para la rebelión política maderista de 1910.

En la fase de la Revolución (1910-1920) hubo 4 recesiones: en 1914 (muy profunda, de

-10%), 1912 (-3.5%) y las de 1911 y 1913, ya apuntadas como leves, por ser menores a -1%. No está demás comentar precavidamente que los datos del primer cuarto de siglo pueden ser objetables, sin duda alguna. Hay que tomarlos como estimaciones que solamente expresan ordenes de magnitud, nunca un porcentaje exacto e incuestionable.  

De la etapa neoliberal son tres las recesiones identificadas: 1983, 1986 y 1995, siendo esta última de origen plenamente interno, vinculada al desastre cambiario de 1994. Podríamos explicar que las de 1983 y 1986 arrastraron los efectos de la descomposición del modelo económico petrolizado y de un endeudamiento externo excesivo, que nos llevó previamente a la fatídica moratoria de 1982, de graves consecuencias desestabilizadoras internas y en la región latinoamericana. No hay que soslayar que los años ochenta confirmaron lo que muchos economistas e historiadores llamaron la “década perdida” de América Latina. En México, una de las consecuencias políticas de esto años fue el aparecimiento de la oposición democrática al PRI encabezada por el neocardenismo.    

Es útil señalar que las recesiones tienden a estar acompañadas de procesos deflacionarios (caída generalizada de los precios), que reflejan el colapso de la demanda agregada; en efecto, así sucedió en México en varios años recesivos del siglo XX.

Sin embargo, hubo situaciones peores: cuando a la recesión se le anexó un fuerte brote inflacionario y turbulencias financieras, donde las abruptas devaluaciones de la moneda nacional estuvieron en el epicentro de este escenario desestabilizador. Cuatro años emblemáticos de este entorno macroeconómico adverso fueron: 1982, 1983, 1986 y 1995.

El siglo XXI mexicano ya lleva en su haber una recesión: la de 2009 (-6.5% cayó el PIB, similar a la de 1995), que está asociada a la Gran Recesión, que se originó en los EUA. No tuvo impactos cambiarios y financieros culminantes. Destaco que allí la inflación anual registró un descenso respecto al año anterior, lo cual fue normal y esperado.

Las recesiones, si son profundas y largas, tienden a cimbrar el andamiaje político establecido, llegando en algunos casos a desgarrarlo. Remontarlas requiere frecuentemente de pactos reformadores de largo aliento, de los que surgen protagonistas –individuales o colectivos- que replantean las antiguas agendas y entierran los paradigmas existentes en busca de nuevos consensos políticos.

*Nota del autor: No incluí 2001 y 2002 como años recesivos, con caídas menores a -1% en el PIB, pero al fin y al cabo fueron recesiones. El error me lo señaló J. Heath, a quien agradezco su observación. Ofrezco una disculpa a mis lectores por esta omisión.