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El apoyo de Turquía a Nicolás Maduro
Mié, 30/01/2019 - 13:20

Esther Shabot

Amos Oz, más allá de la literatura
Esther Shabot

Esther Shabot Askenazi es licenciada en Sociología de la UNAM (1980, México), con estudios de maestría en Sociología en la UNAM y con especialización en Estudios Judaicos en la Universidad Iberoamericana (1982-1985). De 1983 a 1986 fue colaboradora semanal del periódico "El Nacional", tratando asuntos del Oriente Medio. Desde 1986 hasta la fecha es editorialista semanal en el periódico Excélsior, donde trata asuntos internacionales.

Turquía, de la misma manera como lo han hecho Cuba, Bolivia, Nicaragua y Rusia, ha asumido una defensa a ultranza de la dictadura venezolana, lo cual no sorprende dadas las similitudes evidentes entre esos regímenes, cuyas trayectorias han estado marcadas por una erosión sistemática de los principios democráticos. En efecto, Maduro y el presidente turco Erdogan, comparten la fascinación por el monopolio unipersonal del poder, objetivo en aras del cual han maniobrado, reprimido y chantajeado a sus respectivas poblaciones a lo largo de años, violando sin reparo alguno los derechos humanos. Igualmente, ambos han encarcelado opositores a pasto, han silenciado mediante censura férrea a medios disidentes y recurrido constantemente a la acusación a Occidente, en general, de tratar de imponer su dominio intervencionista en beneficio de intereses espurios de índole imperialista.

El analista experto en Turquía, Nicholas Danforth, del Bipartisan Policy Center, ha señalado en ese sentido que “Erdogan se ve a sí mismo reflejado en Maduro, asumiéndose como un líder democráticamente electo acosado por la guerra económica librada contra él por Washington, y obligado a enfrentar un intento de golpe de Estado porque se atrevió a desafiar a Occidente”.

Esa afinidad ideológica-política entre los dos dictadores —que no por nada utilizan el término “hermano” para referirse uno al otro— se ha manifestado repetidamente en el tiempo. Maduro visitó Turquía en cuatro ocasiones en un lapso de dos años, asistiendo, incluso, a la toma de posesión del Presidente turco en junio, mientras que Erdogan reciprocó esas visitas en diciembre pasado cuando prometió que empresas turcas invertirían cuatro mil 500 millones de euros en Venezuela. No cabe duda que ambos mandatarios son compañeros de una misma visión política, aunque por supuesto existe una serie de intereses económicos muy puntuales que consolidan aún más esa relación.

Turquía es un fuerte importador y refinador de oro venezolano, que por cierto es extraído bajo infames condiciones laborales. Tan sólo en los primeros nueves meses de 2018, el país sudamericano exportó a Turquía 900 millones de dólares de ese metal, y no es casual, también, que, hasta la fecha, Turkish Airlines sea una de las pocas líneas aéreas internacionales que sigue operando vuelos a Caracas. Por esa vía, la agencia de ayuda humanitaria turca TIKA traslada el 69% de las raciones alimentarias que son distribuidas entre la hambrienta población venezolana. Un dato significativo de la solidez de las relaciones y la amplitud de intereses compartidos es que inmediatamente después del pronunciamiento de Juan Guaidó, se detectó el despegue de un jet perteneciente al multimillonario turco Turgay Ciner, emprendiendo el vuelo hacia Venezuela con escala en Moscú.

Por supuesto, los gobiernos defensores de Maduro —Turquía uno de ellos— acusan a quienes hoy desconocen al dictador venezolano, de estar ejerciendo una injerencia intolerable en los asuntos internos de ese país y, por ende, de estar atentando contra la soberanía venezolana. Sin duda se trata de una curiosa acusación en boca del ministro de Relaciones Exteriores turco, Mevlut Cavusoglu, al ser éste representante de un gobierno que, como es ampliamente sabido, está metido militar y políticamente hasta las entrañas de la devastada Siria, donde busca destruir cualquier germen de autonomía kurda local en nombre de sus intereses geoestratégicos y de sus particulares obsesiones discriminatorias contra su propia población kurda.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.

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