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El aura (percudida) de Álvaro Uribe
Lun, 02/06/2014 - 09:40

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Coincido con la mayoría de las críticas que la prensa privada de América Latina endilgó en su momento a Hugo Chávez, y al régimen político que fundó. Pero creo que la prueba ácida de la motivación detrás de esas críticas (V., ¿era una cuestión de principios, o de animadversión ideológica?), es la indulgencia con la que parte de esa prensa trató siempre al ex presidente colombiano Álvaro Uribe.

Los fallos de la Corte Suprema de Justicia de Colombia recuerdan, por ejemplo, cómo consiguió Uribe postular a la reelección: ofreciendo prebendas a cambio de votos en el Congreso. Lo supimos por la confesión de la otrora congresista Yidis Medina, quien con quejumbrosa amargura alegaba que el gobierno de Uribe no había cumplido con entregar los sobornos prometidos (V., cargos públicos para ella y su entorno inmediato). El proceso judicial que estableció la responsabilidad penal de Yidis Medina dio origen a otro de los neologismos con los que el gobierno de Uribe engalanó nuestro vocabulario: el de la “Yidispolítica”. Dentro de ese proceso, la Corte Suprema condenó a penas de prisión a otros dos ex congresistas (Teodolino Avendaño e Iván Díaz Mateus).

A su vez, ese neologismo se acuñó por asociación con otro más ominoso: la “Parapolítica”, merced a la cual docenas de congresistas, ex congresistas y funcionarios fueron procesados (y muchos de ellos, condenados), por sus vínculos con organizaciones paramilitares. Los paramilitares, al igual que las FARC, se financiaron a través del narcotráfico y la extorsión, y son parte de la explicación de que sólo Siria supere a Colombia como el país con el mayor número de desplazados internos en el mundo (unos cinco millones y medio de personas). Nada de lo cual impidió que el gobierno de Uribe negociara su desmovilización a cambio de condiciones particularmente generosas: por ejemplo Salvatore Mancuso, quien confesó ser autor material o intelectual de más de 300 homicidios, fue condenado a purgar alrededor de una semana de prisión por cada una de esas muertes, pudiendo servir parte de su condena en una colonia agrícola (dados sus vínculos con el narcotráfico, uno podría especular sobre el tipo de sembríos a los que se hubiera dedicado). Y cuando desde prisión Mancuso declaró que organizaciones como la suya habían respaldado en 2002 la elección de Uribe, fue extraditado a los Estados Unidos junto con otros dirigentes paramilitares.

Podría alegarse que las concesiones hechas a los paramilitares eran un mal menor comparado con el beneficio que reportaría su desmovilización. Pero Uribe no encontró persuasivo ese mismo argumento cuando su sucesor lo esgrimió para justificar las negociaciones con las FARC. Entonces acusó a Juan Manuel Santos de connivencia con el “castro chavismo”, olvidando que su gobierno negoció con las FARC la liberación de rehenes a través de la mediación de Hugo Chávez: fue sólo cuando esa mediación se frustró, que Uribe y Chávez se convirtieron en la némesis el uno del otro.   

Fue también durante el gobierno de Uribe que se produjeron las ejecuciones extrajudiciales conocidas como “Falsos Positivos” (en donde se hacía pasar a civiles asesinados a sangre fría como terroristas muertos en combate). Y fue Uribe quien como presidente le dijo a Daniel Ortega durante la Cumbre del Grupo de Río en 2008, “tenga usted toda la seguridad de que lo único que estamos haciendo es esperar lo que defina la Corte de La Haya, y lo respetaremos totalmente”. Pero apenas la Corte se pronunció, alegó que su país debía desconocer el fallo, y sugirió que acatarlo equivalía a un acto de traición a la patria.

Ahora alega que la campaña de Santos en 2010 recibió dinero del narcotráfico (negándose ante requerimiento judicial a brindar pruebas). Cabría preguntarle cuándo se enteró de eso, pues en 2010 respaldó esa candidatura. Cabría también preguntarse por sus fuentes, dado que cuando era presidente se constató la existencia de escuchas y seguimientos ilegales por parte del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), contra opositores, magistrados, y periodistas. Uribe alega que no sabía nada al respecto, pero aún hoy tiene acceso a información clasificada, como prueba el hecho de que revelara las coordenadas del lugar en el que serían recogidos dirigentes de las FARC para ser trasladados hacia La Habana (con el fin de participar en las negociaciones con el gobierno de Santos).

Es cierto que la gestión de Uribe tuvo logros importantes (a los que nos referimos en otros artículos), que explican su popularidad. Pero quienes coincidimos en criticar a Hugo Chávez jamás concedimos que su popularidad lo librara de la responsabilidad por sus actos.

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