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El cuerpo de las mujeres y el caso de Rosalba Almonte
Jue, 23/08/2012 - 11:22

Alejandra Araya B.

Ser universitario en Chile: la experiencia de una deudora
Alejandra Araya B.

Alejandra Araya es periodista de la Universidad de Santiago (Chile). Ha trabajado en medios de comunicación chilenos como el diario La Segunda, Radio Agricultura y El Mostrador.cl. Durante su ejercicio profesional ha tenido la oportunidad de reportear en Asambleas Generales de la ONU y en Cumbres latinoamericanas, donde ha entrevistado a figuras como José Miguel Insulza, Evo Morales y Carlos Mesa. Asimismo, ha sido parte de los equipos de comunicaciones de los ministerios chilenos de Economía y de Agricultura. Es periodista de AméricaEconomía.com. desde octubre de 2009.

Dieciséis años, embarazada, enferma. Leucemia. La hija de Rosa Hernández murió el viernes 17 de agosto en un hospital de República Dominicana.  No respondió adecuadamente a la quimioterapia y el jueves su cuerpo rechazó la transfusión de sangre que se le aplicó. Finalmente sufrió un aborto y luego un paro cardiaco. No pudieron revivirla. Podría parecer un número más para agregar a las estadísticas terribles del cáncer. Pero es más que eso.

El caso de la hija de Rosa,  llamada Rosalba Almonte, había despertado una intensa discusión sobre el aborto en un país donde está estrictamente prohibido, aún cuando esté en peligro la vida de la madre. Así, en una primera instancia no se usó la quimioterapia para evitar la muerte del feto. Organizaciones feministas reclamaron que le dieran la terapia a la menor; los sectores conservadores se opusieron bajo el argumento de que había que aplicar la Constitución Dominicana que dice que "el derecho a la vida es inviolable desde el momento de la concepción y hasta la muerte". Mientras, Rosa rogaba: “la vida de mi hija es lo más importante. Sé que (el aborto) es un pecado y que es ilegal, pero la salud de mi hija es primero”. Tras largas discusiones, el ministerio de Salud y los médicos decidieron aplicar la quimioterapia. Habían pasado 20 días desde que Rosalba había ingresado al hospital.

Los periodistas convivimos con la tragedia. Escribimos sobre guerras, masacres, desastres naturales, hambre. No es muy lejana la caricatura del editor preguntando sobre cuántos muertos hay en un determinado hecho para evaluar si la noticia será publicada. Pero a veces, en esa lista interminable de sufrimientos humanos, surge un nombre que nos conmueve y quedamos detenidos en su historia. Para mí, ese nombre es el de Rosalba Almonte, la hija de Rosa Hernández, quien rogaba afuera del hospital que le dieran a la adolescente el tratamiento adecuado para mantenerla con vida. Quizás por lo tardío del diagnóstico, el desenlace no hubiera cambiado, pero la imagen de esa madre llorosa, de las mujeres protestando, de un cura descalificándolas, lo cambia todo. ¿Hasta qué punto las mujeres somos dueñas de nuestros cuerpos? ¿Somos realmente sujetos de derecho o nuestros derechos básicos –como el derecho a nuestras propias vidas- tienen límites?

En República Dominicana se aplica estrictamente la prohibición del aborto, pero en la mayoría de los países latinoamericanos está permitido cuando la salud de la madre está en peligro. Sin embargo, la nación caribeña tiene su paralelo en Chile. Hay variantes. El ministro de Salud, Jaime Mañalich, argumenta que el país no tendría necesidad de una legislación sobre el tema pues “en Chile existe aborto terapéutico y nunca ha habido ninguna duda respecto a la legitimidad de aplicarlo”, y que cuando “los equipos médicos se enfrentan a esta disyuntiva tratan a la madre aún si eso tiene como consecuencia indeseable el término del embarazo”. Eso implicaría que el caso de Rosalba no ocurriría en Chile, que la mujer queda a merced del criterio de los médicos, quienes deciden en el contexto de una legislación que prohíbe el aborto, pues si bien entre 1931 y 1989 existió la figura del aborto terapéutico en el Código Sanitario, la junta militar liderada por Augusto Pinochet la derogó durante el último suspiro de la dictadura.

Tras el regreso a la democracia, la discusión ha saltado al tapete político en varias ocasiones –casi diez veces se ha visto en el Congreso-. El último debate legislativo sobre el aborto terapéutico en Chile se dio a principios de este año cuando el senador socialista, Fulvio Rossi, con la entonces senadora de la UDI y actual ministra del Trabajo, Evelyn Matthei, presentaron un proyecto que legalizaba el aborto en casos de inviabilidad fetal y cuando estuviere en riesgo la vida de la madre. Uno de los orígenes de este último debate se encuentra en la televisión, cuando una famosa lectora de noticias, Mónica Pérez, relató su propia experiencia: “tenía 14 semanas de gestación y supimos que tenía una enfermedad incompatible con la vida, no había posibilidades de que naciera… pese a ello, me obligaron a estar cinco semanas más con ella en mi guata (vientre), con la pena que ello conlleva”. Luego, la hija del presidente de la Democracia Cristiana, Elisa Walker, escribía una carta al diario El Mercurio. La joven se embarazó mientras vivía en Inglaterra y los médicos diagnosticaron que el feto padecía una patología genética incompatible con la vida. A pesar que podía abortar, decidió seguir con el embarazo. Y justamente en esa carta, Elisa puntualiza la importancia del derecho a la elección. “A pesar de que tengo la convicción de que la vida merece protección, también me parece importante entender que existen ciertos casos en los que el dolor que puede afectar a algunas mujeres y sus familias simplemente no se puede sobrellevar. En estos casos, la coacción de la decisión de otros sólo puede generar más dolor (especialmente si está respaldada por la potestad punitiva del Estado)”, escribió.

Previo a la discusión legislativa del proyecto, la senadora de la UDI (partido político oficialista en Chile), Ena von Baer, daba una de sus más famosas declaraciones oponiéndose a la idea. "No tiene derecho, desde mi punto de vista, una mujer que presta el cuerpo en el fondo, presta el hogar a esa vida que se va a desarrollar, a terminar con esa vida", puntualizó. La frase causó delirio en las redes sociales y fue comentario público. Sin embargo, a mi juicio, la senadora apunta justamente al fondo de la cuestión. Si “una mujer presta el cuerpo”, significa que ella no tiene propiedad sobre su propia carne, sobre su propia vida. Es sujeto de derecho a veces, hasta que su vientre contiene un feto, pues ese feto la termina convirtiendo en un objeto que aloja a otro, y sus propios derechos quedan supeditados a los derechos de ese otro. En República Dominicana, la promesa de vida en el vientre de Rosalba Almonte estaba por sobre la existencia de la joven de 16 años, y terminaron muriendo los dos; en Chile, decenas de mujeres están obligadas a lidiar con embarazos imposibles.

El cuerpo de las mujeres es una fuente de debate, en el que ellas tienen poca voz. La última muestra de ello fueron las palabras del congresista republicano, Todd Akin, quien afirmó que, de acuerdo a los expertos que él había consultado, si una violación era real “una mujer no puede quedar embarazada porque su cuerpo tiene formas de defenderse contra eso y reaccionará de manera natural”, como si en los cuerpos femeninos hubiera una suerte de anticuerpos contra las violaciones. Otro hombre, el presidente Obama, le respondió: “una violación es una violación”.

Las mujeres fueron activas participantes de la Revolución Francesa, sin embargo cuando redactaron la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, muchas se dieron cuenta que las estaban dejando afuera. Olympe de Gouges respondió y promovió la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. Murió en la guillotina.