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El lugar incómodo de los jóvenes en el mercado laboral de México
Lun, 16/04/2018 - 09:39

Fernando Chávez

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Fernando Chávez

Fernando Chávez es economista y docente de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM). Actualmente es coordinador del sitio de divulgación económica El Observatorio Económico de México. Su línea de investigación abarca remesas y migración, política monetaria, banca central, federalismo fiscal y macroeconomía. Desde 1984 se desempeña en el ámbito editorial como autor y coordinador de publicaciones, boletines, revistas y secciones de periódicos.

Uno de los informes presuntuosos sobre el buen desempeño del mercado laboral durante el gobierno de Peña Nieto –anunciado en octubre del año pasado-, es el relativo a la trayectoria creciente del empleo formal: “En esta administración -tuiteó el mismo presidente-, juntos hemos alcanzado una cifra histórica en generación de empleos: se han creado más de 3 millones de trabajos”. Este dato, sin un contexto adecuado, pudiera llamar al optimismo, sin duda. Pero el panorama real y cabal de nuestro mercado laboral no se perfila con este escueto dato triunfalista. Allí se esconden duras realidades, en particular por los empleos formales precarios que predominan en esa cifra anunciada por el presidente: contienen mayoritariamente empleos con ingresos entre uno y tres salarios mínimos. Poca cosa, la verdad.

Otra dura realidad, francamente ignominiosa, es la de la frágil situación actual de los jóvenes en ese mercado, la que permite comprender sus pesimistas expectativas de vida, implícitas o explícitas, todas ellas desesperanzadoras.

¿Cómo medir la situación de fondo de los jóvenes en el mundo laboral mexicano?¿Hay alguna novedad en los métodos para realizar un diagnóstico urgente y acertado, sin artificios cosméticos? ¿Cuál es el instrumento de análisis para calibrar el tamaño del desempleo juvenil?

El acreditado economista Jonathan Heath (basándose en un artículo reciente de D. Blanchflower y A. Levin, publicado hace pocos años por la prestigiada NBER de Estado Unidos), reiteradamente nos ha mostrado en México las bondades de la Brecha Laboral (BL) como un indicador que nos advierte de una situación social riesgosa. La BL es un porcentaje que se obtiene con un numerador que suma a los desempleados, los subocupados (que trabajan semanalmente menos horas de las normales) y los “desempleados disfrazados” (los disponibles para trabajar dentro de la Población No Económicamente Activa: PNEA). En el denominador se coloca la PEA más la PNEAD (que incluye sólo a los disponibles de la PNEA). El valor del denominador es un indicador de la “fuerza laboral potencial” (FLP) del país; la que puede respaldar, en general, los requerimientos de mano de obra en una etapa de crecimiento sostenido. Así, el cociente obtenido, que es la BL, da una idea del grado de desintegración económico-social que representan los excluidos del mercado laboral (por diversas razones). Dicho de otra manera, la BL es una fuerza de trabajo “relativamente sobrante” que implica una débil cohesión social que pone en entredicho los fundamentos materiales de la democracia.

¿Cuáles son los datos de la Brecha Laboral en lo que va de este sexenio, tomando la serie de datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) que viene desde 2005?

Entre el cuarto trimestre del 2012 y el cuarto trimestre de 2017 la BL ha registrado una tendencia ligeramente descendente, alcanzando su máximo valor en el segundo trimestre del 2013 (22.4%) y su mínimo en el cuarto trimestre del 2017 (18.4%). Esta tendencia es consistente con la mejoría cuantitativa del empleo formal, y también con el mayor nivel de empleo informal (lleno de múltiples precariedades), de mucho mayor peso que el primero.

Sin embargo, estos altos porcentajes de la BL nos revelan, aunque sean descendentes, un elevado nivel de desperdicio o exclusión de la FLP en el sexenio de Peña Nieto. El lento ritmo de crecimiento económico de los últimos 35 años, subrayo, está como el primer factor que determina esta elevada BL, sin desestimar ciertos factores institucionales en los que históricamente se ha movido, muy cuesta arriba, la fuerza de trabajo asalariada (sindicalizada y no sindicalizada). La BL puede ser vista como un agregado macroeconómico residual que juega en contra de la mejoría del nivel de vida de las clases asalariadas (bajas y de clase media), puesto que bloquea indirectamente el aumento de su poder adquisitivo. Así podemos explicar -en buena medida- lo que los banqueros centrales llaman crípticamente “holgura laboral”: la escasa o nula capacidad de los trabajadores para empujar hacia arriba los salarios, aun en situaciones inflacionarias, lo cual permite mantener ciertos márgenes de utilidad en las empresas. Esta precariedad salarial (resultante de los bajos costos de la mano de obra), queda como la base de una competitividad empresarial espuria, y más ahora en esta fase de la globalización, donde por ello se reproduce y amplía la desigualdad social en los países emergentes y subdesarrollados.

(Dicho sea de paso, esta BL supongo que es lo que K. Marx denominó el “Ejército de Reserva de Trabajo”, famoso por su explicación de la dinámica capitalista de largo plazo, cuya función primordial es regular el nivel y el movimiento de los salarios, en particular en las fases de expansión económica. Curiosamente, los marxistas contemporáneos lo aluden mucho en su análisis económico general, pero nunca lo han abordado empíricamente).

¿Hay una Brecha Laboral Juvenil (BLJ), calculada con la misma fórmula referida, considerando exclusivamente al grupo de edad entre 15 y 29 años? Sí, y es muy fácil de calcular, que es mejor indicador que la tasa de desempleo juvenil, ciertamente útil, pero insuficiente para diagnosticar la magnitud de la exclusión de los jóvenes del mundo laboral.

Primero se suman el total de este grupo de edad que están desempleados, subocupados y los que viven el “desempleo disfrazado”. Si a este contingente juvenil se le analiza como una proporción de la PEAJ (PEA Juvenil) más la PNEAD juvenil, ya tenemos un porcentaje que nos da una idea muy adecuada de la “reserva laboral juvenil”. En el análisis económico es frecuente desestimar los valores absolutos, que por sí mismo no dicen mucho, y que sólo cobran sentido cuando se les ubica como proporción de algo, es decir, midiendo su importancia relativa, que se expresa en un porcentaje.

Es destacable es hecho actual de que el primer lugar de estos “jóvenes reservistas” lo aportan desde el “desempleo disfrazado” (59%), seguido por los ubicados en el subempleo (23%) y al final los que están en el desempleo abierto (18%). Todo indica que esta composición es estable en los últimos años. El primer porcentaje desmiente las versiones erróneas de que los NiNi que se ubican totalmente en la PNEA. Lejos de ello, estamos allí frente a una enorme masa juvenil que espera su oportunidad de trabajo, decorosa y estable (lo cual ahora, lamentablemente, no se percibe como factible).

La BLJ es alarmante en la administración de Peña, aunque sea descendentes: en el segundo trimestre del 2013 fue de 25.3 por ciento y en el cuarto trimestre de 2017 bajó hasta el 18.4 por ciento. En otras palabras: en el primer caso, uno de cada cuatro jóvenes de la FLP estaba en la reserva laboral (excluido) y en el segundo caso, casi uno de cada cinco igual. Este indicador puede ser ajustado, sin duda, pues dentro de los actores sociales considerados en la BLJ podrían quitarse aquellos jóvenes que tienen una actividad económica con ingresos no salariales, fuera del mercado laboral, la que tiene que ver con la producción no capitalista (o alternativa, o autogestionaria, o de subsistencia, como se le quiera llamar, pero siempre orientada esencialmente al autoconsumo).

Una acotación: cabe suponer razonablemente dos cosas sobre estos grupos que viven en la periferia del capitalismo dominante: uno, que son una fracción relativamente insignificante de la fuerza laboral potencial, y dos, que, en su inevitable intercambio con la economía de mercado, como compradores de bienes y servicios, su bajo poder de compra los reduce a una situación permanente de pobreza. Venden barato y compran caro, dicho de forma simple; es el tema de unos precios relativos desfavorables para la mejoría de su bienestar económico.

Es claro, entonces, que en este sexenio la BLJ está por encima de la BL, lo cual expresa que esta multitud de jóvenes en particular viven una mayor situación de exclusión social que la registra la población en general. Como grupo demográfico mayoritario que son hoy, estas condiciones descritas no auguran nada bueno para su futuro, inmediato o lejano.

Creo que hay consenso político y ético sobre lo que esa masa juvenil vive y siente por su lugar incómodo e injusto en un mercado laboral excluyente. Es crucial, por lo tanto, plantearse el desafío social y económico más grande que tiene el país: ofrecer a los jóvenes excluidos oportunidades decentes de trabajo y de estudio de calidad para llegar a un mundo mejor que el de ahora, marcado por muchas carencias, las que aniquilan sus inimaginables dotes creativas y emprendedoras.