Pasar al contenido principal

ES / EN

En juego
Mar, 12/06/2012 - 15:45

Luis Rubio

Lunes 5 de julio: cuando México ya sea otro
Luis Rubio

Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México. Fue miembro del Consejo de The Mexico Equity and Income Fund y del The Central European Value Fund, Inc., de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y de la Comisión Trilateral. Escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times. En 1993, recibió el Premio Dag Hammarksjold, y en 1998 el Premio Nacional de Periodismo.

En un episodio de “West Wing” le preguntan al contendiente para la siguiente elección por qué quiere ser presidente. El candidato balbucea y su respuesta es todo menos convincente. Sus asesores se ríen hasta que súbitamente se percatan que su jefe, el presidente, tampoco tiene idea de para qué quiere reelegirse.

Algo así parece la contienda actual: grandes poses pero poca claridad.

Hay muchas maneras de evaluar y contemplar los prospectos de una elección. Una es estudiar la historia del partido que postula a cada candidato, otra es analizar el desempeño pasado del propio individuo que contiende por la presidencia. Quizá sea tiempo de incorporar al análisis otras variables, probablemente más trascendentes.

Lo fácil es irse por la personalidad del candidato o por sus propuestas tal y como salen de una plataforma diseñada precisamente para convencer a los desprevenidos. Las campañas electorales son una oportunidad para que cada partido y candidato presente su visión del futuro de una manera sesgada, como si lo que uno quisiera y deseara fuera siempre posible. En este sentido, las campañas acaban siendo una excepcional ocasión para exagerar y vender el Nirvana sin la necesidad de empatar las propuestas con la realidad.

En el calor de la contienda, lo último que los candidatos quieren ver u oír es que la realidad es más complicada de lo que ellos suponen, que sus propuestas no son especialmente innovadoras o que hay factores limitantes que harían difícil, si no es que imposible, la instrumentación de sus deseos. Es por esta razón que, desde una perspectiva ciudadana, sería mucho mejor comenzar del otro lado: lo ideal sería que empezáramos por definir cuáles son los problemas del país y ver cómo los contendientes responden a esa realidad. Visto desde esta perspectiva, los ciudadanos obligarían a los candidatos a afinar sus propuestas y a aterrizar sus planteamientos.

Es posible que las necesidades y retos que el país enfrenta se resuma en una palabra: productividad. Según Paul Krugman, la productividad “no lo es todo, pero en el largo plazo es casi todo” porque determina el número y tipo de empleos que existirán y, por lo tanto, el ingreso de la población. Quizá una manera de proseguir en esta contienda sería exigirle a los candidatos que explicaran cómo le harían para elevar el crecimiento de la productividad de la economía del país.

La productividad es un concepto que resume el conjunto de retos que caracterizan a una sociedad. En términos simples, la productividad consiste en producir más con menos recursos, es decir, optimizar el uso de energía, mano de obra, infraestructura y materias primas para satisfacer al mayor número de personas. La razón por la cual el concepto es tan útil es que la productividad sólo puede crecer cuando no existen obstáculos para que eso ocurra.

Los obstáculos potenciales son de muchos tipos. Cuando un empresario se propone producir un bien o un servicio, tiene que comenzar por instalarse, obtener los permisos requeridos y conseguir los recursos materiales, financieros y humanos para poder hacerlo. Cada uno de estos pasos entraña problemas potenciales, cada uno ofrece la posibilidad de convertirse en un obstáculo infranqueable. Por donde uno le busque, la combinación de monopolios, sindicatos, burócratas, poderes fácticos y pésima educación e infraestructura es un obstáculo formidable que amenaza no sólo la productividad sino la viabilidad del país. 

Si aceptamos que la productividad es el objetivo a lograr, el país parece estar diseñado para impedir su crecimiento. No es casualidad que, en este contexto, la economía informal sea un recurso tan natural, pues permite obviar muchos de esos obstáculos. Sin embargo, también entraña límites absolutos a lo que una empresa, y por lo tanto el país, puede desarrollarse y crecer.

Elevar la productividad general de la economía va a requerir enfrentar obstáculos, es decir, poderosos intereses que hoy se benefician del statu quo: de que todo esté paralizado. En teoría, uno podría suponer que cualquiera de los candidatos podría vencer esos obstáculos. Sin embargo, eso no ha ocurrido en el país en décadas, lo que sugiere que no es tan sencillo. 

Frente a la necesidad de elevar la productividad, nuestros candidatos, ya a estas alturas, han sido más bien parcos. El PRI nos propone fortalecer al gobierno para que vuelva a florecer la economía, tal y como ocurría en los 60, cuando no había competencia china, las importaciones eran irrelevantes y el país no tenía compromisos comerciales o de inversión. El PRD es más avezado: nos dice que lo que hay que hacer es ignorar la realidad actual y sus restricciones para reconstruir los 70 porque así, como por arte de magia, se podría imitar a China o Brasil. El PAN nos dice que hay que ver hacia adelante y afianzar lo logrado porque no hay hacia donde regresar.

Por supuesto que cada uno de estos planteamientos no es más que una caricatura, pero el problema es que no es muy distante de la realidad. Nuestra única salida como país reside en elevar la productividad y eso no se va a lograr gastando más como propone el PRD, concentrando el poder como propone el PRI o sólo combatiendo a la criminalidad como lo ha hecho el gobierno actual. 

Lo que el país requiere es un planteamiento convincente de cómo se va a facilitar el funcionamiento de la economía, cómo se van a reducir los costos de producir en el país y cómo se va a acelerar la formación del personal disponible para que podamos competir de manera exitosa con el resto del mundo. En otras palabras, el candidato que merecería ganar será aquel o aquella que nos presente un proyecto razonable que entrañe: un mayor equilibrio de poderes que haga funcional, pero no abusivo, al gobierno en su conjunto; un sistema educativo que se concentre en el educando y no en las demandas del sindicato; y un esquema que privilegie al ciudadano por encima del burócrata.

Por encima de todo, la clave del próximo gobierno reside en cuál de los candidatos tiene la capacidad y la disposición para enfrentar los obstáculos y los intereses que yacen detrás sin destruir la estabilidad financiera ni afectar los derechos ciudadanos que con tanta dificultad han avanzado. Cualquiera de los candidatos podría enfrentar obstáculos. La pregunta es cuál de ellos lo haría sin destruir lo que sí funciona y que es crucial para el desarrollo. 

En lugar de ofrecer bálsamos falsos, los ciudadanos deberíamos exigir propuestas susceptibles de romper, de una vez por todas, los entuertos que nos tienen paralizados. Eso sólo es posible viendo hacia adelante porque lo de atrás es obvio que nunca funcionó.

Países
Autores