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Evo Maduro
Mar, 05/12/2017 - 13:57

Alfredo Bullard

¿Petroperú compite en igualdad de condiciones?
Alfredo Bullard

Alfredo Bullard es un reconocido arbitrador latinoamericano y autor de "Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales". Es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.

Es un axioma. Quien rompe las reglas una vez, las romperá muchas veces. Chávez marcó el estilo: parecer una democracia para destruir la democracia. Su estilo se hizo contagioso. Contagió a Argentina, a Ecuador y a Bolivia. De buena nos salvamos con el giro de última hora de Humala. Algunos buscan (por un tiempo) guardar mejor las formas. Pero en ese estilo los chavistas y su prole no soportan perder poder.

El efecto es nefasto. La acumulación del poder se juega hasta “quemar el último cartucho”. La única manera de detenerlos es esperar a que destruyan al país. Es esperar a que lo conduzcan al borde del abismo para desbarrancar a la población junto con el gobierno.

El enquistamiento culmina con una catástrofe. La única manera de regresar a una auténtica democracia es el descalabro de todo, como viene ocurriendo en Venezuela. Argentina, con gran sufrimiento y esfuerzo, está reconstruyendo la destrucción institucional y económica dejada por el kirchnerismo. Ecuador se debate en la pataleta de Correa que, tras un error de cálculo, quiere echar por la borda al presidente (que él mismo impuso como candidato) porque busca corregir muchos de los atropellos del propio Correa.

La autocracia pasa por un proceso de maduración malvada. Se pierde la vergüenza, y con ella la dignidad.

Evo Morales ha dado un nuevo paso, impresionantemente desfachatado, para justificar su permanencia en el poder. Primero se reeligió cambiando las reglas. Luego, igualito a Fujimori, obtuvo su “interpretación auténtica” para volverse a reelegir.

Usando el populismo como herramienta, Evo buscó una nueva reelección con un referéndum que le permitiera un cambio de reglas para volver a reelegirse. Pero algo le salió mal (y bien para Bolivia) y perdió el referéndum. El pueblo le dijo no, a pesar de su popularidad. La institucionalidad pudo más que el populismo.

Pero cuando uno creía que la historia terminaba, el “bolivarianismo” nos recuerda su falta de escrúpulos.

El Tribunal Constitucional, solo cabe pensar que influenciado por Morales, ha declarado inconstitucional la propia Constitución de Bolivia. Algo que ni al mismo Fujimori se le ocurrió.

¿Cómo puede ser ello posible? Declarando que la Constitución contradice el artículo 23 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, que reconoce el derecho de los ciudadanos a la participación política. Algo parecido a decir que las normas que prohíben robar vulneran el derecho de acceder a la propiedad o que los secuestradores no deben ser sancionados porque todo ciudadano tiene derecho a tener un trabajo.

Es absurdo (un insulto a la inteligencia, o una oda a la estupidez) asumir que el artículo 23 la Convención Americana sobre Derechos Humanos se concibió para favorecer la reelección eterna del presidente. Es muy claro que el objeto de los tratados de derechos humanos es proteger los derechos individuales de los ciudadanos de los excesos del poder y no crear contextos que favorezcan los excesos del poder sobre los ciudadanos.

La razón por la que se limita la reelección del presidente es porque el poder lo convierte en un candidato con capacidad de competir deslealmente y crear una espiral sinfín de acumulación de ese poder. La civilización avanza en esa línea. Las reelecciones sin límite conducen precisamente a la vulneración del derecho que Evo invoca como base de su argumento: reducen el derecho a la participación política (justa y equitativa) de todos los demás. Por eso el mamotreto bolivariano es incivilizado, pues conduce al abuso y a los excesos que se demuestra cada día en las calles de las ciudades de Venezuela. 

La búsqueda del poder por el poder es suficiente razón para sospechar de quien lo persigue. Y es que como decía Goethe, “todo aquel que aspira al poder ya ha vendido su alma al diablo”.

Evo se parece cada vez más a Maduro. Hasta la maldad y la arbitrariedad pueden madurar. Nos hacen testigos de una madurez destructiva e irracional. Una madurez que convierte a los payasos en esos monstruos que, en lugar de divertir, asustan.

Es una pena que el pueblo boliviano tenga que pasar por esto. La acumulación excesiva de poder destruye la esperanza. El bienestar y la estabilidad se convierten en largo plazo. Reducen la diversidad y con ello eliminan las opciones para los ciudadanos. Como dice el escritor Antonio Gala: “Al poder le ocurre como al nogal, no deja crecer nada bajo su sombra”.

*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org.

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