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Intereses económicos detrás de la caza de brujas
Mar, 03/11/2015 - 10:35

Karelys Abarca

Los controles de precios, miles de años de desatinos
Karelys Abarca

Karelys Abarca es Economista, egresada de la Universidad Central de Venezuela, y Profesora-Investigadora en la Facultad de Economía de esta casa de estudios. Ha sido dos veces Premio Nacional Alberto Adriani, galardón otorgado por el Banco Central de Venezuela y la Fundación Alberto Adriani. Twitter: @karelitabarca

Las brujas, tal como nos las muestran los cuentos de los hermanos Grimm, las películas de Disney y los relatos de Fausto de Goethe y otras obras de la literatura germánica, son mujeres vestidas de negro que salen a dar paseos en escoba, mujeres malvadas con poderes mágicos, capaces de convertir a niños en ratones o en sapos, capaces de comerse a los niños vivos, transformarse en animales, esfumarse, participar en aquelarres sangrientos con el diablo y ser amantes lujuriosas de Satanás. Hubo una época en la historia del mundo, donde verdaderamente se creyó todo esto, generando una persecución de personas cruenta y en muchos casos injusta.

No obstante, las verdaderas razones que impulsaron la cacería de brujas en Europa fueron económicas. En la Edad Media hubo persecución de las brujas desde la Iglesia Católica, a través de la creación de la Inquisición en el siglo XIII, institución que tenía como fin castigar a herejes e infieles, pero que luego se especializó en brujas, hechiceros y magos, todos aquellos considerados simpatizantes del diablo. Porque paradójicamente en la etapa de la historia de mayor fanatismo religioso, el medioevo, fueron Satanás y el pecado los protagonistas.

Marino Barbero Santos nos revela en sus estudios de cacería de brujas, que la Inquisición como tribunal era una institución peligrosa, pues ofrecía pocas oportunidades de defensa para un presunto inocente; las condiciones no permitían el debido proceso: testigos falsos o fantasmas, la denegación de un abogado, la inexistencia de apelación, empleo de tortura para lograr una confesión, jueces inescrupulosos, avaros y corruptos, que se hacían de los bienes de muchos inocentes condenados.

La caza de brujas y la locura de la brujería en Europa alcanzaron su punto cumbre en el siglo XV. La base para la creencia en brujas y la satanización de mujeres perseguidas por hechicería fueron la Bula Papal de Inocencio VIII el 5 de diciembre de 1484 y el Malleus Maleficarum (o Hexenhammer, martillo de brujas), una especie de manual de brujas, escrito por los monjes dominicos Henricus Institoris y Jacobus Sprenger.

En Alemania, donde la persecución de brujas se extendió todo el siglo XVI y XVII y acabó en el siglo XVIII, la cacería alcanzó proporcionalmente la magnitud del Holocausto de judíos en la Segunda Guerra Mundial. La muerte en la hoguera se volvió una práctica común y se justificaba bajo la creencia que brujas, brujos y hechiceros eran capaces de provocar tormentas, enfermedades, muerte del ganado, pérdida de cosechas, desapariciones, muertes de niños, impotencia en hombres, infidelidad de mujeres, entre muchas otras culpas. Las brujas eran amantes de Satanás y podían con él  engendrar hijos, como fue para algunos el caso del legendario mago Merlín.

Las persecuciones de la Iglesia protestante en Europa, fueron incluso más violentas y fanáticas que las de la Santa Inquisición Católica. A lo largo de los años fueron cientos, miles o incluso para Hugo Zwetsloot millones de personas quemadas, especialmente mujeres acusadas de practicar la brujería. El estudio de actas de condena a brujas y hechiceros, por parte de algunos investigadores en Alemania, revela que las mujeres y hombres, hasta niños, imputados por cargos de brujería y hechicería eran herederos de grandes fortunas y durante esos procesos se les confiscaban sus bienes. Las candidatas perfectas para ser acusadas de brujas eran las viudas de millonarios, incluso mujeres embarazadas que llevaban en su vientre al heredero. Una vez eliminados en la hoguera los afortunados, o desafortunados millonarios, las autoridades religiosas y civiles y hasta los acusadores, se quedaban con el abultado patrimonio.

Muchas autoridades eclesiásticas y políticas se enriquecieron en Alemania, confiscando los bienes de los ejecutados por brujería. Una alta proporción de los condenados eran parientes de los ejecutados en antiguas persecuciones de brujas, incluso se acusaron y llevaron a la hoguera a niños. Contra esa cacería loca y cruel se levantaron voces de protesta a favor de la razón y la justicia, pero esas voces fuesen calladas con más juicios por brujería y más confiscaciones. ¿Quién diría, a simple vista, que detrás de esa cacería de brujas se escondían intereses económicos tan mezquinos?

Los últimos procesos por brujería en Europa tuvieron lugar en Alemania en Würzburg, en 1749 y en Kempten en 1775. El 11 de abril de 1775 fue ejecutada la última bruja, Annemarie Schwälegin, cerrando con esto una de las etapas más oscuras del fanatismo religioso y de los intereses económicos solapados de la historia europea. Este fatídico capítulo de avaricia se repitió con el Holocausto judío provocado por los nazis, también movidos por intereses económicos. Sin duda, detrás de toda persecución y discriminación social, hay intereses económicos de grupos de personas con poder, que se hacen del patrimonio de los débiles o de los que han amasado sus fortunas con trabajo, por eso hasta hoy en día se usa el término “cacería de brujas”. 

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