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La elección presidencial en México
Lun, 02/07/2018 - 16:48

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Discutía en un artículo anterior si América Latina había tenido un giro hacia la izquierda a inicios de siglo, sucedido por uno hacia la derecha hoy. Decía entonces que la evidencia sugiere que el criterio fundamental con el que los electores juzgan una opción política sería su desempeño en el gobierno y no su orientación ideológica. Por eso en Colombia una candidatura oficialista lastrada por una gestión mediocre padeció un severo deterioro en su respaldo electoral, mientras crecían opciones a diestra y siniestra. Y esa sería también la principal explicación del triunfo, por primera vez en la historia democrática de México, de una candidatura presidencial escorada hacia la izquierda.

Es decir, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador se debería menos a los méritos del candidato (que no en vano perdió ya dos elecciones), que al descrédito de sus oponentes. Descontando la pintoresca candidatura de Jaime Rodríguez Calderón (quien no tuvo mejor ocurrencia que proponer la amputación de extremidades a los delincuentes), las otras dos candidaturas cargan a cuestas con el fardo de gestiones fallidas. Y tanto por separado como en mancuerna. Por ejemplo, las principales fuerzas políticas que sustentan las candidaturas de Ricardo Anaya (PAN y PRD) y José Antonio Meade (PRI), suscribieron en 2012 el Pacto por México, el cual auguraba un crecimiento promedio de 5% anual para la economía en un país menos desigual. Seis años después esa tasa apenas frisó la mitad de la cifra prometida y la desigualdad (la mayor de la OCDE) permanece incólume: según el analista Mark Weisbrot, durante ese período la proporción del ingreso nacional que se apropiaba el 10% de la población de mayores ingresos pasó del 35 al 36%, y la del 10% de menores ingresos se mantuvo en alrededor de 1.8%.

Pero a juzgar por las encuestas la principal explicación del hartazgo ciudadano vendría dada por la evolución del crimen y la corrupción. En cuanto al crimen, la tasa de homicidios alcanzó una cifra record en 2011, luego de que el gobierno panista de Felipe Calderón decidiera emplear a las fuerzas armadas en la estrategia contra el narcotráfico. Peña Nieto prometió reducir esa tasa a la mitad, pese a lo cual esta se incrementó al punto que se espera que este año el número de homicidios alcance por vez primera el umbral de las 32,000 muertes.  

Una serie de indicios confluyen para sugerir un incremento tanto en  los niveles de corrupción como en los de impunidad. De un lado, diecisiete exgobernadores de la última década (sobre todo priístas) están presos, bajo investigación o fugados. De otro, bajo Peña Nieto México retrocedió 30 puestos en el Índice de Corrupción de Transparencia Internacional (que lo ubica en el puesto 135 de 180 países analizados). Además, según el diario El País, México y Venezuela son los únicos Estados en los que las acusaciones por el caso Odebrecht procedentes de Brasil y los Estados Unidos no han derivado en cargos penales (siendo el caso más notorio el del allegado del presidente, Emilio Lozoya). 

Tal vez López Obrador carezca de las virtudes que sus rivales estiman imprescindibles para ser un buen presidente. Pero para alcanzar ese cargo pareció bastarle con una virtud innegable: la de no haber formado parte de los gobiernos que condujeron a México hacia el desaguisado actual.

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