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La masacre en Siria
Vie, 17/02/2012 - 14:06

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

A diferencia de Túnez y Egipto, las fuerzas armadas sirias no abandonaron al dictador de su país cuando este enfrentó protestas masivas. Y a diferencia de Libia y Yemen, el alto mando de las fuerzas armadas sirias no sufrió deserciones cuando decidió respaldar al dictador. Dos variables parecen explicar esas diferencias. La primera es el grado de desarrollo institucional de las fuerzas armadas: en Túnez el escalafón militar se basa en buena medida en los méritos profesionales. Si bien es cierto que en Egipto los principales mandos se han eternizado en los cargos (por ejemplo, el Mariscal Tantawi es comandante en jefe de las fuerzas armadas desde 1991), cuando menos tienen cierta legitimidad social basada en su performance en el campo de batalla durante la guerra de 1973 contra Israel. No se trataba por lo demás de parientes del presidente, como sí era el caso en Libia (en donde Mutasim Gadafi era teniente coronel del ejército y Saif Al Islam Gadafi se convirtió en jefe de facto de las fuerzas armadas), o Yemen (en donde Ahmed Ali Saleh, hijo del presidente, comandaba la Guardia Republicana, fuerza de élite del ejército yemení).

Ahora bien, el tener a parientes en puestos de mando de las fuerzas armadas no impidió que tanto en Libia como en Yemen militares de alto rango desertaran durante las revueltas. De hecho, en el caso de Yemen el principal desertor fue un primo del presidente, el general Ali Mohsen al-Ahmar. En Siria en cambio tuvieron que pasar 11 meses y morir más de 6,000 personas antes de que desertara el primer general, Mustafá Al Sheij, quien acaba de conformar el denominado “Consejo Militar Revolucionario Supremo para Liberar Siria”. La paradoja es que esa entidad fuera creada sin coordinación previa con el grupo que conducía hasta ahora la insurgencia armada, el denominado “Ejército Libre de Siria”. Podríamos ironizar sugiriendo como explicación que la dirección de este último está a cargo de un ex coronel de la fuerza aérea (Riyad Al Asaad), y que por muy desertor que sea, un ex general que se precie de serlo no recibe órdenes de un ex subalterno. Pero la conducta de estos ex militares parece explicarse más bien por la conducta de sus patrocinadores. Así, el gobierno turco que da cobijo a las huestes del Ejército Libre de Siria, decidió de súbito cerrar la cuenta bancaria de Riyad Al Asaad (que, entre otras cosas, permitía pagar a los combatientes bajo su mando).

Ahora bien, en Siria, como en Libia y Yemen, el alto mando de las fuerzas armadas no debe su posición a méritos profesionales, sino a lealtades políticas, y como en esos países, familiares del presidente ocupan cargos prominentes en el alto mando militar. Por ejemplo Maher Al Assad, hermano del presidente sirio, comanda tanto la Guardia Republicana como la Cuarta División Blindada del ejército: es decir, tanto las fuerzas de élite como la unidad militar que concentra buena parte del armamento pesado. Pero, como mencionamos, en Libia y Yemen hubo deserciones relativamente tempranas dentro del alto mando militar, cosa que no ocurrió en Siria.

Cabe preguntar, entonces, qué explica la lealtad virtualmente incondicional de los militares de alto rango en Siria. Aquí entra en juego una segunda variable: la mayor parte del alto mando militar (y también de la élite política), proviene de una minoría étnica, los alawitas. Se trata de una escisión del islam chiita a la que pertenece poco más del 10% de la población. Es decir, en el mejor de los casos perderían su posición de privilegio bajo un nuevo régimen, y en el peor, perderían la vida en forma violenta por las tropelías que cometieron durante décadas. Por eso es difícil separar la suerte que pudieran correr los generales alawitas de la suerte que el futuro le depare al régimen, y este sólo puede confiar en los generales alawitas para reprimir a mansalva todo vestigio de rebelión.

Ese es a su vez el origen del problema que afronta ahora el régimen sirio. La Cuarta División Blindada, cuyos oficiales y tropa son mayoritariamente alawitas, tuvo el protagonismo en la represión. Pero tras nueve meses de represión no logró impedir que surgiera una rebelión armada, ni que esta se extendiera por el territorio del país. Ello obligó al régimen a rotar e incrementar las unidades militares destacadas en los distintos frentes. Pero la tropa y los mandos medios de esas nuevas unidades ni provenían de la minoría alawita, ni (a diferencia de la Cuarta División), cobraban sus sueldos a tiempo (dado que el país está inmerso en un proceso de implosión económica). Y fue entre esa tropa y mandos medios que se produjeron las mayores deserciones.

Por eso los bombardeos sobre ciudades como Homs son una barbarie calculada: en combates directos con los insurgentes, las fuerzas menguantes del régimen sirio sufrirían no sólo nuevas bajas, sino además nuevas deserciones. E incluso en caso de prevalecer en esos combates, no tendrían suficientes efectivos como para ejercer control sobre los territorios capturados. Por eso, como hiciera su padre en la ciudad de Hama en 1982, Bashar Al Assad prefiere apelar al monopolio que aún preserva sobre el armamento pesado (blindados, artillería, etc.), para bombardear insurgentes y civiles por igual desde una prudente distancia. Eso además facilitaría el posterior control territorial, dado que sólo quedarían cadáveres y escombros por resguardar. Y en esa labor cuenta además con los denominados Shabiha, o  milicianos alawitas.

El régimen de Saddam Hussein también apeló a minorías étnicas (los árabes sunitas), redes locales (provenientes de Tikrit, su pueblo natal), y lazos de parentesco (dos de sus hijos, sus dos yernos, y un par de primos suyos ocuparon puestos prominentes en los servicios de seguridad), para asegurarse un entorno leal. Aun así, los Estados Unidos lograron evitar una cruenta batalla final por Bagdad, fomentando deserciones entre los generales encargados de su defensa. Pero la condición necesaria para que esos generales desligaran sus propios intereses de la suerte del régimen, fue la convicción de que este tenía los días contados. Condición que, al menos por ahora, no es evidente en el caso de Siria.

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