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La volatilidad de los precios y las crisis alimentarias
Mar, 01/02/2011 - 10:04

Jacques Diouf

La volatilidad de los precios y las crisis alimentarias
Jacques Diouf

Jacques Diouf es director general de la FAO.

¿Es la Historia un eterno volver a empezar? Estamos ante lo que podría ser otra gran crisis alimentaria. El índice de precios de los alimentos de la FAO volvió a su nivel más alto a finales de 2010. 

El aumento y la volatilidad de los precios continuarán en los próximos años si no se abordan las causas estructurales del desequilibrio del sistema agrícola internacional. Seguimos reaccionando en el plano de los factores coyunturales y, por tanto, se sigue haciendo gestión de las crisis. Hoy en día, casi mil millones de personas padecen hambre en el mundo.

En los próximos 40 años, se necesitará un aumento del 70 % de la producción agrícola en el mundo y de 100 % en los países en desarrollo.

Ante todo tenemos la cuestión de la inversión: la participación de la agricultura en la asistencia oficial para el desarrollo, que ahora se sitúa en torno al 5%, debería volver a los 19% de 1980, y alcanzar los US$44.000 millones por año y volver al nivel inicial que permitió, en el decenio de 1970, evitar la hambruna en Asia y América Latina. 

Los gastos presupuestarios destinados a la agricultura en países de bajos ingresos y con déficit de alimentos representan alrededor del 5% y deberían alcanzar un mínimo del 10 %; por último, la inversión privada nacional y extranjera, cercana a los US$140.000 millones anuales, debería ascender a US$200.000 millones. Estas cifras deben compararse con los gastos anuales en armamento, que se elevan a un billón y medio de dólares.

A continuación tenemos el comercio internacional de productos agrícolas, que no es ni libre ni justo. Los países de la OCDE proporcionan un apoyo equivalente a unos US$365.000 millones anuales a sus agricultores, y las subvenciones y protecciones arancelarias a favor de los biocombustibles tienen el efecto de desviar unos 120 millones de toneladas de cereales del consumo humano al sector del transporte. 

Por último, tenemos la especulación exacerbada por las medidas de liberalización de los mercados de futuros de productos agrícolas en un contexto de crisis económica y financiera, que han transformado instrumentos de arbitraje del riesgo en productos financieros especulativos que sustituyen a otras inversiones menos rentables.

Por tanto, en un contexto climático marcado por inundaciones y sequías, es necesario poder financiar pequeñas obras de control del agua, medios de almacenamiento locales y carreteras rurales, así como puertos pesqueros y mataderos. Sólo de esta manera será posible dar seguridad a la producción de alimentos y mejorar la productividad y la competitividad de los pequeños agricultores para disminuir los precios al consumo y aumentar los ingresos de las poblaciones rurales, que representan el 70% de los pobres del mundo. 

Además, se debe llegar a un consenso en las negociaciones de la Organización Mundial del Comercio para poner fin a la distorsión de los mercados y a las medidas comerciales restrictivas. Por último, es urgente la introducción de nuevas medidas de transparencia y reglamentación para hacer frente a la especulación en los mercados de futuros de productos agrícolas.

La aplicación de estas políticas a nivel mundial debe basarse en el respeto de los compromisos asumidos por los países desarrollados, especialmente durante las Cumbres del G8 en Gleneagles y L'Aquila, y del G20 en Pittsburgh. Los países en desarrollo también deben aumentar la cuota de asignaciones para la agricultura en sus presupuestos nacionales. 

La gestión de crisis es indispensable y es buena, pero su prevención es mejor. Sin decisiones de naturaleza estructural a largo plazo, acompañadas por la voluntad política y los recursos financieros necesarios para su aplicación, la inseguridad alimentaria se mantendrá. Ello dará lugar a inestabilidad política en los países y amenazará la paz y seguridad del mundo. Los discursos y las promesas de las grandes reuniones internacionales, si no van seguidos de hechos, no hacen sino aumentar la frustración y las rebeliones, en un planeta que pasará de los 6.900 millones de habitantes actuales, a 9.100 millones en 2050.

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