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Los buenos, los malos y el efecto Rocky
Lun, 15/07/2013 - 14:39

Martín Rodríguez Pellecer

Destruir la política en Guatemala
Martín Rodríguez Pellecer

Martín Rodríguez Pellecer (1982) es periodista y guatemalteco. Estudió Relaciones Internacionales (una licenciatura) en Guatemala y luego una maestría en Estudios Latinoamericanos en la Universidad Autónoma de Madrid (España). Aprendió periodismo como reportero en Prensa Libre entre 2001 y 2007, desde la sección de cartas de los lectores hasta cubrir política e investigar corrupción. En 2007, ganó un premio de IPYS-Transparencia Internacional por el caso Pacur. Ha trabajado en think tanks (FRIDE, Flacso e ICEFI), aprendido varios idiomas, viajado por dos docenas de países, es catedrático en la URL y columnista de elPeriódico. Es director y fundador de Plaza Pública.

Como muchos, hace una semana seguí con interés el pulso entre Washington y Moscú por el hacker gringo Edward Snowden. Ese muchacho de 30 años, mi coetáneo, denunció el sistema de espionaje contra los ciudadanos de todo el mundo por parte de Estados Unidos y Gran Bretaña y escapó a Rusia. Y de pronto, entre las cejas apretadas de Putin y Obama, me transporté a aquella escena de Rocky contra Drago en un coliseo de la Unión Soviética.

Quienes nacimos antes de 1989, el año en que terminó la Guerra Fría, conocemos la historia de Rocky, este film gringo en el que Silvester Stallone llega a pelear el título de boxeo a Rusia. Y, contra todo pronóstico, se gana el apoyo del público y derrota al gélido, maléfico, comeniños, Ivan Drago.

Para quienes, como yo era hace unos años, son vírgenes políticos, les cuento que durante la Guerra Fría cada película o caricatura de Hollywood pasaba por un filtro de un departamento especializado de la CIA antes de salir al público, para que se aseguraran que hiciera propaganda pro-gringa y anti-comunista. Y eso son noticias viejas, documentadas.

Mientras la semana pasada me compadecía del “bueno” Rocky-Obama pidiéndole a Drago-Putin que “aplicara la ley” y devolviera al “malo” de Snowden, casi vituperé contra Drago-Putin por ser “tan malo” y negarse a la “buena legalidad” de Rocky-Obama. Hasta que me detuve. Putin ciertamente no es un angelito; es un autoritario en un reino feudal de mafiosos. Pero Obama está defendiendo que la CIA nos espíe a los ciudadanos de todo el mundo. Que viole nuestra privacidad, nuestros derechos, bajo la excusa de la amenaza terrorista. Justo como hacía la Stassi, la policía política comunista de la Alemania Oriental hasta 1989, cuando no había correos los lunes porque ese era el día en el que la Stassi revisaba cada uno de aquellos correos en sobres escritos a mano para ver si no había material “subversivo”.

Esto para decir que nos enseñaron mal cuando nos dijeron –muchos de nuestros papás, de nuestros maestros, de nuestros religiosos, de nuestros políticos y de nuestros periodistas– que el mundo es un teatro de buenos contra malos.

O, grosso modo, cuando nos aseguraron que los buenos y los malos eran los que ellos decían.

Por ejemplo, una amiga de mi mamá está ahora haciendo una cruzada contra la campaña que pide el respeto a “los diferentes”. Quiere firmas para quitarla de nuestro paisaje puritano. Es decir, que quiere eliminar una campaña que busca evitar que les den palizas y violadas gratuitas y sin derecho a reclamos a los gays, las trans, las trabajadoras sexuales y personas con VIH. Proteger a los débiles de una sociedad no es estar con “los malos”. Proteger a los débiles, en cambio, es hacer algo bueno, sin comillas. Porque las sociedades que protegen a las personas más débiles son las sociedades decentes. En los parámetros de la política, de la religión, de la ética, de la moral.

* Esta columna fue publicada con anterioridad en Plaza Pública.