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Mejor afrontar los aranceles con nervios de acero
Vie, 01/06/2018 - 10:02

Timothy Rooks

Timothy Rooks
Timothy Rooks

Timothy Rooks es periodista de DW.

Ya es oficial. Los aranceles a la importación, del 25 por ciento en el caso del acero y del 10 por ciento para el aluminio, desde la Unión Europea (UE), Canadá y México ya están en marcha. Tal y como se esperaba, Estados Unidos no ha reculado ante la presión de sus aliados. El presidente Donald Trump ha ignorado los consejos de su propio Departamento de Defensa y de los fabricantes de automóviles estadounidenses. Y de camino ha alienado a una buena parte del planeta en el proceso.

Los europeos, con razón, están furiosos. No son pocos los que han pedido medidas de castigo sobre productos estadounidenses icónicos como el bourbon o las motocicletas Harley-Davidson. Pero hablar con una única voz no es una tarea sencilla para un grupo de 28 países dispares. La UE es a veces demasiado tímida e intenta complacer a todo el mundo. México, por otro lado, ha mostrado agallas y ha aumentado los aranceles sobre determinados productos como castigo. Y, aunque nadie sale ganando de una guerra comercial, EE.UU. sigue aferrándose a su ruta en solitario.

Lo que se pasa por alto entre tantos tuits, gritos y quejas es que EE.UU. tiene un derecho legítimo para buscar un reequilibrio del comercio global hacia y desde su territorio, aunque justifique sus decisiones con aquello de la "seguridad nacional”. Habiéndome criado en Detroit y vivido una gran parte de mi vida en Europa, me resulta obvio que todas las partes tienen que guardar la calma y trabajar en pos de soluciones justas y constructivas.

Intervenciones arbitrarias. La administración de Trump ve esta táctica como un garrote con el cual puede intimidar a cualquier que perciba como más débil, lo cual para muchos en el país significa el resto del mundo. Por su parte, el presidente es conocido desde hace tiempo en el mundo de los negocios por sus amenazas y fanfarronadas, pero ahora este enfoque está desbaratando décadas de cooperación creciente. Por desgracia, además, se está convirtiendo en el procedimiento estándar que Washington aplica en sus actuaciones.

Lo extraño de esta jugada, así como de otras acciones similares, es que la desregulación es una pieza angular de la agenda de Trump. Las reformas fiscales y el desmantelamiento de muchas normas financieras internas dan cuenta de ello. Sin embargo, cuando se trata de comercio internacional, la administración se obsesiona con escudriñar cada detalle y con dar órdenes a los jefes de las empresas.

Solo dejando a un lado los intereses nacionales se puede escuchar a los verdaderos ganadores, o perdedores, de un marco de aranceles: las compañías. Hasta hoy las empresas se han estado quejando de esta partida de póker en la que solo hay apuestas arriesgadas. Muchos esperan que la polémica medida no sea más que una forma de chantaje y que no se convierta en una guerra comercial que acabe por afectar a cualquier industria. Los titulares relativos a una supuesta salvación de puestos de trabajo estadounidenses suenan bien, pero no garantizan nada.

Si hay algo que las empresas odian más que los impuestos, es la inseguridad. Los cambios repentinos en un mundo con una cadena de producción conectada globalmente son un shock y obligan a las empresas a buscar soluciones costosas. Si a esto se le suman los altos costes de capital, las hojas de balance se verán perjudicadas. En última instancia, los clientes ordinarios de todo el mundo se verán afectados porque es probable que se les traspasen los costes.

Mejor no tirar piedras. Pese a que los aranceles no son nada nuevo y que están vigentes en todo el mundo, lo que hace a este caso particularmente irritante es la aleatoriedad que lo rodea. La UE no cree que tengan un fundamento económico sólido, y menos aún que estén cimentados en un discurso constructivo. Trump cree simplemente que con lanzar un mensaje de "América Primero” a los trabajadores industriales del Medio Oeste satisfará sus promesas electorales.

Pero un nuevo estudio del Centro de Economía Internacional de Alemania muestra que hay un desequilibrio en la relación comercial entre EE.UU. y la UE. Los aranceles medios a las importaciones de EE.UU. son más bajos que los de la UE. Sin haber leído en profundidad investigaciones o haberse estudiado los gráficos, Trump tiene un punto de razón.

Los estadounidenses pagan un 10% por mandar sus coches a Europa, mientras que los automóviles europeos solo pagan un 2,5% para entrar en el mercado estadounidense. Pese a estos hechos irrefutables, ambas partes están atascadas en el embrollo y ninguna es capaz de encontrar una vía de salida que logre salvar los empleos y permita que los bienes sigan circulando.

Los europeos quieren poner todavía más barreras al comercio y llevar el caso a la Organización Mundial del Comercio. Washington cada día es más testarudo. Al final, no importa realmente si estas acciones son legales o si van contra las reglas de la OMC. China puede fácilmente entrar a ocupar el hueco, como está haciendo en Irán.

Lo que es realmente importante son los perniciosos efectos a largo plazo que esto tendrá en la caprichosa diplomacia estadounidense. Para mantener sus posibilidades de ganar la partida, tanto la UE como los tres países integrantes del TLCAN tendrán que poner sobre la mesa de negociaciones expectativas realistas, ideas constructivas y nervios de acero. Y es que un mundo sin socios comerciales o aliados es un lugar muy solitario.

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