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México: la familia y la escuela ¿crisis de valores o constante cambio?
Mar, 04/10/2011 - 09:21

Ursula Zurita Rivera

Ursula Zurita Rivera
Ursula Zurita Rivera

Ursula Zurita Rivera es socióloga política y doctora en Ciencia Política. Ha trabajado y publicado investigaciones sobre educación, políticas públicas, estudios de género y mundo laboral. Desde 2003 es académica de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), sede académica México.

La escuela y la familia son instituciones que históricamente se han mantenido en constante cambio. Algunos de estos cambios han derivado de políticas, programas y acciones diversas por parte del Estado y otras han surgido espontáneamente ante la combinación de múltiples factores sociales, culturales y económicos, como ocurre con la diversificación de los tipos y funciones de las familias.

En cuanto a las escuelas, se sabe que los procesos de reforma han buscado convertir a las escuelas públicas de nivel básico en el núcleo de los sistemas educativos, con mayores grados de autonomía mediante una mayor capacidad de decisión acerca de distintos tópicos.

Es así como las escuelas han tratado de impulsar la calidad y la equidad, de mejorar los resultados de aprendizaje escolar, de asegurar la cobertura y, asimismo, se ha buscado impulsar en ellas la participación social (PS) a través de diferentes estrategias que incluyen la instalación de los Consejos, el diseño e implementación de programas, proyectos y acciones diversas, así como la incorporación de asignaturas relevantes.

En este marco resulta pertinente preguntarse si en México estos cambios han generado algún impacto en la formación y práctica de valores democráticos en las escuelas de nivel básico. La Encuesta Nacional sobre Creencias, Actitudes y Valores de Maestros y Padres de Familia de la Educación Básica en México (Encrave, 2005), reveló que los docentes reconocen que la educación básica hace un aporte limitado en la formación de valores.

En esta encuesta expresaron que enseñan valores que no practican, y para mostrar este hecho basta ver que el 17% de los maestros no aceptaría (o lo haría en parte) que un indígena viviera en su casa, un tercio no aceptaría (o aceptaría en parte) que una persona de otra religión residiese en su casa y el 40% no aceptaría (o lo haría en parte) que un homosexual lo hiciera. Además, sólo uno de cada tres maestros piensa que al concluir la educación básica, los jóvenes actúan con respeto hacia sus semejantes y que son tolerantes a las diferencias entre las personas.

Para incrementar la tolerancia, los maestros consideran que la mejor opción es el diálogo con los padres y, en menor medida, con los jóvenes alumnos. Por otra parte, los docentes señalaron que en las escuelas se fomenta mucho el aprecio por el aprendizaje (57,7%), el gusto por el conocimiento (55%), el respeto por los demás (54,4%), el gusto por el trabajo (53,3%), la igualdad de género (53,1%) y la honestidad (51,4%).

Sobre la figura responsable de la formación de los valores, llama la atención que 65% de los maestros –y 73% de los padres de familia– opinan que los padres tienen esta tarea. Además, los múltiples esfuerzos por promover la formación de valores democráticos en las escuelas se han encontrado con serios desafíos como, por ejemplo, aquellos que les generan las profundas transformaciones que la escuela está experimentando.

Respecto a las familias, éstas han vivido cambios relevantes relacionados con el incremento del trabajo remunerado fuera de casa realizado por las mujeres, el aumento del cuidado de las niñas, niños y adolescentes a cargo de los hombres, el alargamiento de la esperanza de vida y la tardía independencia de los jóvenes del hogar de origen.

En México, cabe resaltar, prevalecen los hogares familiares. El 85% de los hogares nucleares son biparentales, mientras que un 15% son hogares monoparentales, generalmente a cargo de la madre.

Asimismo, se registra la diversificación en torno a su composición debido a la postergación de la primera unión y el decremento de la fecundidad, suscitando una reducción en su tamaño promedio. Si bien todavía predominan los hogares nucleares (cerca de dos terceras partes del total en 2005), lo que ha cambiado significativamente son las funciones realizadas a su interior y la persona que posee la jefatura del hogar. Así, la concentración en los biparentales de jefatura masculina se ha reducido de 90,3% a 85%; mientras la proporción de hogares monoparentales encabezados por una mujer se ha duplicado de 7,3% a 15%.

Estos datos indican algunas transformaciones, pero para saber cómo son las dinámicas familiares relacionadas con los valores que ahí se difunden, aprenden y reproducen, la Encuesta Nacional de Juventud (ENJ, 2005) proporciona información valiosa.

Para empezar, destaca el hecho de que para los jóvenes son mayores las coincidencias y las posibilidades para la comunicación y el diálogo que ellos tienen con sus padres sobre diversos aspectos, con la excepción del sexo y la política. De las relaciones en las familias, las madres fueron identificadas como las primeras personas que los jóvenes consideran cuando tienen algún problema concreto, quieren conversar, necesitan un consejo, necesitan dinero o cuando alguien está enfermo. En lo concerniente a la política, se encontró que los jóvenes, principalmente las mujeres, están en su mayoría poco o nada interesadas en ella; aunque esta situación cambia conforme aumenta la edad de los jóvenes.

En torno a las instituciones o personas que les despiertan mayor confianza, despuntó la familia, después están los compañeros de la escuela o del trabajo. Entre los grupos peor evaluados, se encuentran las personas más ricas que ellos y los líderes de la comunidad. Acerca de la credibilidad en instituciones y/o personas, nuevamente la familia fue la mejor calificada en cuanto a confianza, le siguen los médicos y la escuela. Por su parte, las instituciones y personajes que obtuvieron las menores calificaciones fueron la policía, los partidos políticos, los diputados federales y los sindicatos.

Al hacer un balance general de su vida, 9 de cada 10 jóvenes señalaron que la familia es muy importante, en lugares secundarios ubican el trabajo, la escuela, el dinero y la pareja. Pero también la familia es esencial para otros asuntos vinculados con los procesos de aprendizaje como la práctica lectora. Según los resultados de la Encuesta Nacional de Lectura (ENL, 2006), la familia, después de la escuela, constituye un referente primordial para leer, pues el 72,1% lee en casa y el 20,1% lee libros prestados por un familiar o un amigo.

Estos datos muestran que las familias mexicanas, aun con sus notorias transformaciones, continúan desempeñando funciones educativas cruciales. En otras palabras, es cierto que en las sociedades tradicionales las familias cumplían múltiples funciones reproductivas, educativas, sanitarias, proteccionistas, sociales, religiosas; pero conforme las sociedades fueron modernizándose surgieron otras instituciones especializadas que rápidamente asumieron esas funciones como propias o las compartieron con las familias. No obstante, éstas no han dejado de intervenir en la enseñanza, aprendizaje y práctica de valores que inciden en el desarrollo de las personas como individuos autónomos, independientes y productivos en la vida económica y política de nuestras sociedades.

En síntesis, tanto en las escuelas como en las familias se reconocen y exigen las responsabilidades que ambas tienen en el aprendizaje, desarrollo y bienestar de las niñas, niños y jóvenes. A la par, entre los propios jóvenes se manifiesta la relevancia que tiene, en primer lugar, la familia y, en segundo, la escuela. Este hecho contrasta con la desconfianza que les genera la política, la poca tolerancia que los distingue y la insatisfacción que les generan distintas instituciones políticas.