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Mezcle los negocios y el placer... con una buena comida
Vie, 24/01/2014 - 11:55

Mark Dixon

¿Desconectarse o cambiar de marcha en el trabajo?
Mark Dixon

Fundó Regus Group Plc en 1989 y es consejero delegado del Grupo. En 1999, Ernst & Young lo presentó para el premio al empresario del año en el Reino Unido.

¿Se puede, o se debe, mezclar los negocios con el placer? Si al igual que yo, cree que los negocios son una fuente inagotable de placer, entonces esta pregunta le parecerá absurda.

Sin embargo, algunas personas todavía creen que estas dos actividades deben mantenerse separadas. Hace apenas un par de años, Harvard Business Review publicó un artículo de Jodi Glickman donde se advertían los peligros de mezclar negocios y placer al utilizar los medios sociales. En el artículo, Glickman se queja de recibir mensajes casuales del estilo "Hola, ¿cómo estás?", cuya intención real era hablar de negocios. En eso estoy de acuerdo con ella; ese tipo de intimidad falsa me molesta demasiado. Pero ella siguió argumentando que el negocio y el placer deben mantenerse separados de la misma manera que la iglesia y el estado. Sobre este punto yo no podría estar más en desacuerdo.

Creo que grandes cosas suceden cuando los negocios y el placer se mezclan; por ejemplo, cuando se comparte una buena comida. ¿Es menester realizar negocios exclusivamente en oficinas, salas de reunión o en ambientes diseñados para reducir al mínimo la posibilidad de la alegría o placer? ¿Por qué tanta abnegación?

Una de las cosas que más me importa es que las personas sean ellas mismas. Nadie debe sentirse obligado a adoptar una faceta en particular, o a asumir una actitud de negocios. Habiendo dicho eso, mi sugerencia es la siguiente: para hacer negocios con alguien, lo mejor es invitarlo a una comida. Dado que la mayoría de nosotros no solo come por necesidad a ciertas horas del día, sino que también porque disfruta de hacerlo, compartir una comida nos da la oportunidad de ser nosotros mismos, vivir una experiencia cotidiana e incluso hacer negocios al mismo tiempo.

Cuando comemos con alguien, se da por establecido que nos sentamos a la mesa para satisfacer nuestro apetito. Asimismo, mostramos nuestra consideración por los demás comensales, ya sea pasándoles la sal o llenando sus vasos. Es un momento en que, hasta cierto punto, las barreras se levantan y las jerarquías desaparecen, ya sea dentro de una organización, con los clientes o con contactos de negocios.

¿Ha estado alguna vez en una de esas reuniones de negocios que se extienden por toda la jornada y en que todo es tensión, inquietud y palabras aprendidas en la mañana, hasta que llega el descanso del almuerzo, se pasa a la conversación casual, luego de la comida y todo se vuelve más relajado? La causa de ello es que los negocios dependen de las relaciones humanas, y la reunión de negocios promedio entrega escasas oportunidades para forjarlas.

Sobre este punto se dan algunas variaciones culturales interesantes. En mi opinión, las culturas orientales en general corren con la mayoría de las ventajas. En primer lugar, la comida asiática o la del Medio Oriente es, obviamente, mucho más adecuada para compartir. Piense en esos magníficos banquetes chinos con las mesas redondas y una serie de platos puestos en una bandeja giratoria, en los entremeses de los países árabes, o en la tradición india donde los platos se comparten, se comentan con los comensales e incluso se prueban con antelación con el propósito de advertir quisiera evitar una comida muy picante. Ese es el mejor tipo de intercambio de conocimientos.  

No obstante, hay una razón cultural más profunda que explica por qué compartir la comida encaja tan bien con las culturas orientales. En muchas partes de Asia, sobre todo en Japón, la tradición dicta que los negocios solo se establecen una vez se ha construido una relación, y por lo tanto establecido un cierto grado de confianza y entendimiento. La norma en Japón solía ser que cualquier relación comercial debía estar precedida por una reverencia, un apretón de manos y un intercambio de tarjetas, seguidos por un intercambio de regalos bellamente envueltos, una comida y, si era posible, incluso un juego de golf, antes de considerar siquiera adecuado plantear el tema de los negocios. Aunque este elaborado protocolo preliminar ya no constituya la norma, la tradición persiste: se debe conocer a la persona primero y luego ir al grano.

En el otro extremo, la cultura anglosajona siempre ha tendido a ver la empresa como parte de los deberes de los cazadores-recolectores, mientras que los placeres de la comida y la vida social se reservan para el hogar. De modo que si se necesita ingerir alimento durante una jornada de negocios, debe ser estrictamente funcional, diseñado sólo para dar a los participantes ganen la resistencia suficiente para seguir trabajando. Esta actitud me parece una locura.

Fue el legendario chef francés, Anthelme Brillat Savarin, quien dijo en 1826: "Dime lo que comes y te diré lo que eres." O, como la gente tiende a abreviar hoy en día: "Eres lo que comes".

¿Qué habría declarado Savarin sobre los responsables de esos festines grises en los salones de reuniones, con un carrito que ofrece trozos de pollo blanco, pedazos de pizza fría y brochetas insípidas, además de bastoncitos de zanahoria o pepino? Al verlos los describiría como personas que viven sus vidas sin intensidad, con horizontes lamentablemente limitados. Y estaría completamente en lo cierto.

Donde quiera que se esté en el mundo, las personas, incluidas aquellas con las que trata de hacer negocios, se manifiestan con su actitud frente a los alimentos.

Incluso los anglosajones deben ser capaz de ver el valor de este rasgo. Piense en ello, si es necesario, como una oportunidad para conocer a fondo a aquella persona con la que posiblemente haré negocios y permitirle relajarse con el fin de revelar sus verdaderos puntos débiles.

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