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Proteccionismo: todo lo que esperaba escuchar de Maduro, pero oyó de Trump
Lun, 12/03/2018 - 09:54

Farid Kahhat

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Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Las sobretasas arancelarias a las importaciones de acero anunciadas por Trump no constituyen por sí mismas prueba de una política comercial proteccionista. Existen razones para creer que las acusaciones de subsidios o dumping en esa industria tienen asidero y las sobretasas punitivas se plantean como una medida temporal en tanto persistan esas prácticas (no es coincidencia, por ejemplo, que China ahora busque reducir su producción de acero).

Pero, como suele ocurrir bajo Trump, su gobierno no se restringe a actuar dentro de los límites de lo razonable y siempre parece dispuesto a dar un paso de más hacia los umbrales del delirio. Porque añade cosas como que “las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”, “Nuestro objetivo como nación debe ser depender menos de importaciones y más de productos hechos en los Estados Unidos” y “Los Estados Unidos tienen un déficit comercial anual de US$800.000 millones por nuestros estúpidos acuerdos y políticas. (…) lo que queremos es tener de vuelta esos US$800.000 millones”.

Lo cual sugiere una visión del comercio como un juego de suma cero propia del mercantilismo del siglo XVII: si el comercio no incrementa el tamaño de la economía mundial, el propósito de comerciar sería el de incrementar el tamaño de la porción que nos toca a través de un superávit comercial.

Pero al facilitar la especialización y, con ella, las mejoras en productividad el comercio sí incrementa el tamaño de la economía, con lo cual puede ser un juego de suma positiva en el que los beneficios de una parte no tendrían por qué darse a expensas de las otras. Por lo mismo, las guerras comerciales pueden convertir el comercio internacional en juegos de suma negativa en que todos suelen perder: durante la Gran Depresión algunas de las principales economías aplicaron políticas proteccionistas que no sólo se neutralizaron mutuamente, sino además contribuyeron a que la producción mundial siga cayendo.

Y las ganancias que el proteccionismo genere en algún sector (como la industria del acero con los nuevos aranceles), se producirán a expensas del resto de la economía: tanto las empresas que tienen entre sus insumos el acero como los consumidores que compran productos hechos de acero, pagarán precios más altos como consecuencia del nuevo arancel.

Tampoco tiene mayor sentido lo dicho sobre importar menos y producir más en forma local, en un mundo con cadenas de suministros internacionales: alrededor de un 30% del valor de cada avión fabricado por Boeing en Estados Unidos se explica por partes importadas del exterior. Y hasta un 40% del valor de cada auto que Estados Unidos importa de México, se explica por insumos que México importa desde Estados Unidos para su fabricación.

La prueba ácida de que la motivación de Trump es proteccionista, es la afirmación de que su propósito último es eliminar el déficit comercial. Si su motivación fuese, por ejemplo, obligar a sus socios a respetar las reglas de la Organización Mundial de Comercio (OMC), se concentraría en afianzar esas reglas. Pero su gobierno bloqueó incluso la declaración final en la reciente Conferencia Ministerial de la OMC. De hecho, si su motivación fuese la de buscar una competencia comercial en condiciones equitativas su única preocupación serían las reglas de juego, y no los resultados que estas producen (es decir, quién obtiene déficits o superávits comerciales).

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