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Renunciar o morir
Lun, 11/03/2013 - 21:48

Alfonso Reece

‘¿Cuándo se jodió el Perú?’
Alfonso Reece

Alfonso Reece es ecuatoriano, y se ha desempeñado como escritor y periodista. Posee estudios de Derecho y Sociología en la Universidad Católica del Ecuador. Como periodista se ha desempeñado en los canales de televisión Ecuavisa y Teleamazonas, mientras que en prensa escrita ha colaborado en las principales revistas de su país, como 15 Días, Vistazo, SoHo, Mango y Mundo Diners. Actualmente es columnista en el diario El Universo (Guayaquil, Ecuador).

El mundo ha asistido en los últimos días a dos sucesos que solo cabe calificar de extraordinarios: uno, la renuncia de un papa, y otro, la muerte de un dictador. En su diferencia los dos eventos tienen una esencia común: son alejamientos del poder, el primero, por la voluntad del retirado, el segundo, por la inexorabilidad biológica de la muerte. Pero las disimilitudes son mucho más trascendentales. 

Me llama la atención la súbita popularidad de Benedicto XVI, quien mientras fue pontífice en activo recibió las peores agresiones de los ignorantes y de los enemigos de la Iglesia, ahora es añorado por todos como el papa sabio y sensible que en efecto lo era. Por cierto que estas cualidades se han puesto más en evidencia con su renuncia. Amoroso con su grey y consciente de los colosales desafíos que enfrenta la Iglesia, que exigen energía y plenitud de facultades, deja el máximo poder eclesiástico para dar paso a un sucesor probablemente más joven que, con energía y pericia, empuñe el timón de la barca de Pedro. 

Por contraste, el teniente coronel Hugo Chávez muere aferrado al poder, el cual pretendió controlar a sabiendas de que estaba mortalmente enfermo, sumiendo a su país en la incertidumbre. Actitud irresponsable, típica de los caudillos que piensan que ellos y solo ellos tienen la llave de la felicidad de los pueblos.

Nunca se sabrá cuándo se produjo realmente la muerte de Chávez; la ciencia actual es capaz de mantener con vida, por mucho tiempo, a pacientes cuyas posibilidades de supervivencia son nulas fuera de las salas de terapia intensiva. Pero no es el primer presidente de Venezuela que gobierna muerto: el dictador Juan Vicente Gómez falleció por lo menos un día antes del anuncio oficial de su deceso, que se hizo el 17 de diciembre de 1935, fecha que se escogió por ser la de la muerte de Bolívar. En cambio, si como muchos malpiensan, Chávez murió días o semanas antes de la aceptación del hecho por parte de sus súbditos, estos eligieron para anunciarlo una fea pero significativa efemérides: la muerte de Stalin. En todo caso, los parecidos entre los dos dictadores venezolanos van más allá de esta circunstancia curiosa, porque entre los caudillos de los siglos XIX y XX y los del XXI, no hay diferencia sustancial, sólo ha cambiado el discurso.

De todas maneras, la muerte política del dictador se inicio el 8 de febrero último, cuando se decretó la macrodevaluación del bolívar. Una devaluación es, véase por donde se lo vea, un robo. Es moralmente equivalente a querer pagar sólo un porcentaje del valor de un cheque, en lugar de la cantidad originalmente consignada. A este delito recurren los gobiernos desesperados cuando son incapaces de financiar sus gastos desorbitados. Con este subterfugio sin ética el régimen chavista trató de prolongar una agonía que lo llevará a la catástrofe, pues la situación económica de Venezuela es insostenible. Lástima que Chávez no esté para cuando haya ocasión de pedirle cuentas de sus irresponsabilidades y desatinos.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.

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