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Hacerla en la vida
Lun, 01/04/2024 - 08:00

Luis Rubio

Lunes 5 de julio: cuando México ya sea otro
Luis Rubio

Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México. Fue miembro del Consejo de The Mexico Equity and Income Fund y del The Central European Value Fund, Inc., de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y de la Comisión Trilateral. Escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times. En 1993, recibió el Premio Dag Hammarksjold, y en 1998 el Premio Nacional de Periodismo.

Cuenta una leyenda que, siendo sinodal de una tesis, el gran maestro Gabino Fraga se encontró con un alumno cuyo trabajo no ameritaba ser aprobado, pero que su capacidad para ser un profesional exitoso era evidente, si se lo proponía. Los miembros del jurado debatieron y, luego de varias consideraciones, el maestro Fraga declaró que “lo vamos a aprobar para que tenga un modo honesto de vivir, pero siga estudiando para que no lo repruebe la vida”. La educación ciertamente no comienza ni termina en la escuela, pero cuando ésta falla, el resto queda cojo. El jurado de aquella anécdota apostó a que la educación que había tenido ese alumno le permitiría seguir aprendiendo, apuesta que quizá era razonable en aquella época. Hoy el resultado sería desastroso.

Sin pretender ser experto en materia educativa, me es claro que, en un sentido utilitario, hay dos escuelas de pensamiento: una ve a la educación como el medio para el progreso, en tanto que la otra la contempla como un instrumento para el control. El propio Chomsky afirma que el propósito de la educación es preparar a la gente para que aprenda por sí misma. Todo el resto, dice Chomsky, “se llama adoctrinamiento”.

Los que ven a la educación como medio para el progreso han evolucionado en el tiempo: primero se le concibió como una herramienta para la movilidad social y, en la medida en que la economía del mundo se fue integrando en lo que se conoce como la globalización, la educación adquirió dimensiones estratégicas, pues de ella comenzó a depender la capacidad de la fuerza de trabajo para agregar valor ya no en los procesos manuales tradicionales, sino en la creatividad de las personas que es la esencia de la economía de la información, que es la que hoy dominan las naciones más ricas del mundo. No es casualidad que las naciones nórdicas y las del sudeste asiático lideran en pruebas como la de PISA, pues se han abocado a transformarse a través de una educación cada vez más orientada a las matemáticas, el lenguaje y las ciencias.

Los políticos que conciben a la educación como un medio para el control de su población se han abocado a adoctrinar a los niños, para lo cual emplean profesores politizados y libros de texto dedicados a vender una historia artificiosa. El objetivo no es el desarrollo, sino el sometimiento de la población, para beneficio de un proyecto político. Aunque el objetivo de control se concibió desde la época callista, en los treinta, bajo el principio de que debemos “apoderarnos de las conciencias, de la conciencia de la niñez, de la conciencia de la juventud…” el proyecto sólo comenzó a cobrar forma durante el cardenismo y, especialmente, desde los cincuenta con la instauración de los libros de texto gratuitos (y obligatorios). Quizá no sea casualidad que la movilidad social en las décadas que siguieron al final de la Revolución fue mucho más rápida de lo que ocurrió en la segunda mitad del siglo pasado.

En las últimas décadas del siglo XX se dio un cambio de giro en materia educativa, pero, muy a nuestro estilo, el cambio fue parcial: se creó un régimen abierto en materia de libros de texto, pero se dejó al sindicato dedicado al control a cargo de la educación. Es decir, se dio un gran paso al permitir que hubiera competencia en la creación de materiales para asistir en la educación, pero no se estuvo dispuesto a prescindir del apoyo político-electoral del sindicato de maestros. Aunque hubo al menos dos intentos por negociar con el sindicato la reforma de las prácticas y procedimientos para educar a los niños, la realidad es que nada cambió. Si algo, han sido los sindicatos disidentes (la llamada Coordinadora, todavía más retrógrada) quien ha cobrado fuerza en esta materia.

El resultado de la estrategia educativa que se ha seguido, y que ahora se refuerza con los nuevos libros de texto, es que el país produce mano de obra eficaz para procesos industriales tradicionales pero que es, en lo general, incapaz de ajustarse para los procesos más avanzados que son los que agregan mayor valor. La consecuencia de esto es que toda la inversión que llega al país, desde las viejas maquiladoras en los sesenta hasta el nearshoring en la actualidad, sigue siendo atraído exclusivamente por el costo de la mano de obra. Es decir, han pasado seis décadas y no hemos hecho nada para elevar la agregación de valor, que es el factor que determina los ingresos de los trabajadores.

Sesenta años en que nuestros políticos no han aprendido nada respecto a la importancia de la educación para el desarrollo. Hablan de desarrollo (bueno, todos menos el actual) pero no han hecho nada para que la población prospere más allá de lo mínimo que permite el sistema educativo actual y el sindicato favorito de todos los políticos. Peor, no sólo no se ha avanzado, sino que el país involuciona a velocidad acelerada. Ojalá que la ciudadanía reconozca la obvia carencia a tiempo para el momento en que deposite su voto en las urnas.

Thomas Sowell resume la problemática en una frase lapidaria: “La nuestra puede convertirse en la primera civilización destruida, no por el poder de nuestros enemigos, sino por la ignorancia de nuestros maestros y las peligrosas tonterías que están enseñando a nuestros hijos. En una era de inteligencia artificial, están creando estupidez artificial”.

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