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Tilapia china
Mié, 07/07/2010 - 16:36

Jacobo Velasco

Tilapia china
Jacobo Velasco

Economista ecuatoriano, con formación en macroeconomía, finanzas y posgrado en ciencias políticas. Trabaja en el análisis macroeconómico con énfasis en los mercados laborales de los países de América Latina y el Caribe. Es columnista de medios locales como revista Vistazo, Gestión e Iconos de Flacso. Ha sido instructor en seminarios de la Cepal, Corporación de Fomento de Chile, Deloitte & Touche, Ministerio de Trabajo de Chile, y Organización Internacional del Trabajo (OIT), entre otros.

Como padre de familia y responsable de la economía familiar, hago las compras del súper. En otras palabras: hago el mandado tras recibir instrucciones.

Una de ellas consistía en comprar tilapia (pez de río, de consumo habitual en Ecuador y otros países de la zona andina) envasada al vacío. La compra me provocó una nueva alegría. En Chile, según sabía, toda la tilapia era importada desde Ecuador, al igual que las latas de atún, el banano, las rosas y la mayoría de los mangos que se encuentran en los estantes de Santiago, la capital chilena.

Sentí que con la compra iba a ayudar a la balanza comercial ecuatoriana en momentos en que más lo necesita. Me imaginaba colaborando con la cadena de producción que incluye a los trabajadores acuícolas, los proveedores de insumos y los pequeños, medianos y grandes productores. En fin, me sentí satisfecho de mi buena acción nacional-comercial.

Pero la emoción final no fue alegría, sino decepción y estupor cuando me enteré, por mi esposa, de que la tilapia no era ecuatoriana, sino ¡china! Así como lo lee. Yo también tuve que comprobarlo, mirando la hoy famosa frase: “Hecho en China”.

Ahora resulta que ese país-continente no solo produce y exporta toda la gama imaginable de manufacturas, inundando el mundo con una producción caracterizada por su bajo precio y cada vez mejor calidad, sino que además se ha vuelto tan competitivo que es capaz de entrar a mercados lejanos con productos perecibles, a pesar de las distancias y sin una aparente ventaja específica en ese tipo de mercados.

Las apariencias engañan. China es el motor de un proceso que empezó con fuerza en los 80 -el incremento del comercio- como efecto de rebote, ante lo que predominó en los 50 y 60: la sustitución de importaciones.

El gigante asiático no solo entró en el juego del comercio. Se convirtió en el jugador dominante desde finales del siglo pasado. Con su poder monopsónico como proveedor de mano de obra barata, la escala de su economía, las reformas que alentaron la inversión, y la activación del tridente mercado interno-demanda externa-proceso de aprendizaje productivo, se convirtió -tal como quedó consagrado tras la crisis financiera- en el émbolo de la economía y del comercio mundial, en un período de la historia en que el comercio de bienes y servicios ha llegado a niveles impensados: en las dos últimas décadas se duplicó gracias a un proceso con varias aristas.

Por un lado, aumentaron significativamente los acuerdos comerciales. Ello significó una reducción, tanto de los aranceles como de diversas trabas al comercio, prácticamente en todos los países y regiones del orbe. Por otra parte, el boom de las nuevas tecnologías permitió separar los procesos de producción, porque las tareas de gestión, diseño y producción de partes o insumos se pueden articular rápidamente a nivel mundial.

Hoy ya no se comercian productos finales que son generados en un solo país. En realidad, se adquieren bienes que son ensamblados en un lugar, pero cuyas partes o insumos provienen de lugares muy distintos. Por ejemplo, los autos americanos solo lo son (en cuanto a la producción de ese país) en 37%.

Como resultado, la mayor parte del comercio no está dirigido al consumidor final, sino al consumidor de bienes intermedios. Y por ende, a las empresas. Este proceso se convirtió en un tren que empezaron a tomar pasajeros importantes, como China, India, Vietnam, Bangladesh y otros que, dado el espacio de crecimiento y la cantidad de mano de obra barata que poseen, podían aprovecharlo usando sus ventajas comparativas. Ello ha provocado un aumento de en esos países, pero también una sobre todo en los commodities la demanda por bienes producidos depresión de muchos mercados,.

El caso de Vietnam y la industria del café es elocuente. Por recomendación del Banco Mundial comenzó a plantar café a fines de los 90 y, de la noche a la mañana, se convirtió en el segundo exportador mundial. Su entrada condujo a la depresión del precio del café, que a inicios de esta década se cotizaba al 40% de lo que valía hace 20 años, y a la recesión y pérdidas de empleo en ese sector.

El comercio llegó para quedarse y con jugadores en expansión, aprendiendo y mejorando cada vez más. Este es un proceso que afecta las economías, tanto desde la perspectiva de ampliar mercados -o reducirlos-, como en el impacto que la competencia puede generar en el corto plazo. Por eso se vuelve fundamental apuntar hacia metas que permitan aumentar la competitividad: mejorar la educación de la mano de obra nacional, implementar más y mejores servicios públicos, facilitar la inversión y alentar la innovación. De lo contrario, se cerrarán los mercados para nuestras tilapias y otros productos. O, peor, tendremos que importar tilapias desde China.

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