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Chinamérica y el fracaso del G-20
Mié, 17/11/2010 - 09:29

Roberto Pizarro

El ataque del "establishment" chileno a los Kirchner
Roberto Pizarro

Economista de la Universidad de Chile, con estudios de posgrado en la Universidad de Sussex (Reino Unido). Investigador Grupo Nueva Economia, fue decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile,  ministro de Planificación y rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (Chile).

La 5ª cumbre de las economías más desarrolladas, el G-20, ha resultado un fracaso. Ni acuerdo ni soluciones. Sólo retórica diplomática. Consecuentemente, la guerra de divisas y el vaivén de tasas de interés persistirán, a lo que probablemente le seguirá el proteccionismo comercial. Las conversaciones para favorecer un desarrollo equilibrado y sostenible de la economía mundial no encuentran acogida política. La alianza chino-americana es el obstáculo.

Las inestables tasas de interés y tipos de cambio encuentran su fundamento material en la alianza de dos países que se han convertido en una sola economía: China y Estados Unidos. El acuerdo entre el Partido Comunista y las trasnacionales norteamericanas para maquilar y exportar al mercado mundial permitió que Procter & Gamble, Avon, General Electric, Nike, y una oleada de otras empresas, se instalaran en territorio chino para maximizar sus negocios a escala global, con costos de producción imposibles de desafiar en el resto del mundo.

Vivimos un nuevo orden de comercio, producción y flujos de capital. China como centro manufacturero, Estados Unidos aportando capitales y marcas, con África y América Latina encargadas de la producción de minerales y alimentos. Así se maximizan recursos y ganancias para las transnacionales, y gracias a la Organización Mundial del Comercio (OMC) se erradican fronteras económicas, lo que facilita la fluidez comercial y de los capitales.

El nuevo orden, sin un adecuado sistema regulatorio, ha provocado tensiones macroeconómicas que remecen la economía mundial. La economía china atrae inmensas sumas de inversiones extranjeras y exporta vigorosamente. Con una moneda no convertible, acumula grandes cantidades de reservas, nominadas en dólares, lo que la vincula estrechamente a los Estados Unidos.

En medio de la crisis 2008-2009, la economía asiática siguió comprando bonos del Tesoro, no tanto porque creyera en la rentabilidad de su inversión, sino para apoyar la recuperación económica de su socio. Ello evidencia la manifiesta interdependencia, no sólo productiva sino financiera con los Estados Unidos. Al menos US$650.000M de las reservas de China están invertidas en deuda norteamericana. La acumulación de dólares, resultante de una balanza de pagos superavitaria, ha convertido a China en el principal acreedor de los Estados Unidos y el descalabro de éste acompañaría a su socio asiático.

Recientemente, la Reserva Federal, desesperada con el desempleo, hecha más leña al desorden macroeconómico global, emitiendo US$600.000M para financiar la compra de títulos de deuda pública a los bancos, con el propósito de incentivar el crédito y la actividad económica. Esa medida ha desvalorizado aún más el dólar, afectando la actividad productiva y exportadora de las economías emergentes y favoreciendo al mismo tiempo mayores flujos de capital de corto plazo, lo que aplastará los tipos de cambio.

Los Estados Unidos inundan el mundo de dólares, pero reactivan la economía y reducen su deuda externa. Esa medida afecta los activos financieros chinos, pero los socios asiáticos pueden resistir con el yuan artificialmente devaluado, lo que asegura su dinamismo exportador. La emisión de dólares por el Tesoro es un costo para China, es cierto, pero menor al que significaría un descalabro de la economía norteamericana. Esta es la forma de preservar esa economía de dos caras que es Chinamérica.

En consecuencia, con el yuan subvaluado la posición exportadora china en el mercado mundial está garantizada, mientras la emisión masiva de dólares por el Tesoro intentará recomponer la economía norteamericana, trasladando su ineficiencia a los tipos de cambios de los países emergentes y restando competitividad a sus exportaciones.

Como no hay coordinación entre los gobiernos, es muy probable que los países afectados intenten devaluar sus monedas más allá de los “equilibrios de mercado”. La voluntad política es escasa para arreglar este desorden, porque no conviene a los más poderosos: China, los Estados Unidos y las transnacionales. Por ahora no hay más alternativa: los tipos de cambio de mercado están fracasados y en consecuencia deberemos protegernos con controles de capital, regulaciones e intervenciones directas. Como el G-20 se ha probado inútil, hay que cubrirse a nivel nacional e intentar coordinar a escala regional.

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