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EE.UU.: a frenar los excesos
Mar, 09/11/2010 - 09:30

Carmen Inés Merlo

Infortunio laboral en Ecuador
Carmen Inés Merlo

Es consultora económica independiente. Máster en Economía y Finanzas, London University.

El margen de acción se acorta y el tiempo apremia. La FED ha intentado reanimar la alicaída demanda agregada estadounidense con la inyección de colosales sumas de dinero y un sinnúmero de herramientas de política monetaria sin resultados halagadores: la economía norteamericana crecerá 3,3% este año; por encima de un mediocre 1% de la Eurozona pero bastante por debajo de otras economías grandes como China (10,5%) o Brasil (7,1%). El endeudamiento privado parece esquivo a las bajísimas tasas de interés; la producción industrial crece a ritmos modestos; el desempleo bordea niveles inquietantes del 9,6%; la pobreza afecta al 14,3% de la población y la inflación se halla por debajo de lo deseable por el Banco Central (entre 1,5% y 2%).

¿Por qué la economía estadounidense muestra signos anémicos de recuperación generando incluso temores de una nueva recaída? ¿Acaso las intervenciones de la FED para reactivar el crecimiento han sido equivocadas o insuficientes? ¿Tendrá EE.UU. que experimentar una nueva caída antes de alcanzar una expansión sostenida; lo que se conoce como recuperación en forma de “W”?

Todas estas interrogantes pueden explicar este prolongado aletargamiento, pero quizás una respuesta más categórica se halle en la incapacidad de las autoridades estadounidenses para propiciar un ambiente óptimo de certeza.

El índice de confianza del consumidor estadounidense se redujo en septiembre a 66,9 puntos, su nivel más bajo en casi un año. Este indicador es clave para reactivar el círculo virtuoso de la economía. Solo con mayor confianza sobre el futuro económico, crece la intención del gasto de los consumidores (el consumo de los hogares representa las tres cuartas partes del PIB) lo que a su vez eleva las proyecciones de ventas empresariales que inducen a un aumento de la inversión en capital por parte del sector corporativo, un alza futura de las contrataciones laborales y un aumento de la demanda de crédito.

Si bien es cierto que la dimensión de la crisis requirió de acciones urgentes para reactivar la abatida economía, también es innegable que muchas de estas medidas no están surtiendo el efecto deseado. A pesar de su aparente “irracionalidad” para responder positivamente ante los estímulos monetarios o fiscales; la sociedad estadounidense es ahora mucho más consciente de los efectos nocivos que tiene en su bolsillo y patrimonio la adopción de políticas equívocas e intervencionismos desmesurados. Por ejemplo, ¿no estará el gobierno estadounidense enviando señales contradictorias al fomentar activamente una política pro-mercado (mediante la firma de un sinnúmero de acuerdos de libre comercio) y a su vez restaurar prácticas anticompetitivas a través de indigentes ayudas fiscales a bancos irresponsables y empresas estructuralmente ineficientes?

De igual manera, la ampliación de la base monetaria mediante la compra de millones de papeles (el portafolio de valores y préstamos del Banco Central asciende a US$2,3 millones de millones) para reducir las tasas de interés a largo plazo puede estimular el escaso crédito, pero también puede desatar presiones inflacionarias en el futuro cercano y conducir a un debilitamiento peligroso del dólar.

Tal como sucede con un paciente gravemente herido que es atendido brevemente en la sala de urgencias para mantenerlo estable, las acciones hasta ahora adoptadas por las autoridades estadounidenses han ido encaminadas a sanar las heridas superficiales de la economía, sin ahondar mayormente en sus llagas más profundas originadas en varios excesos.

El primero y más obvio, el exceso de liquidez en la economía que infló artificialmente la burbuja inmobiliaria sin una contrapartida de producción real.

Segundo, la ambición desproporcionada de varios banqueros codiciosos e inversionistas poco prudentes que no evaluaron correctamente la relación directa que hay entre riesgo y retorno.

Tercero, el desbarajuste ocasionado por un consumo personal desmedido y un gasto fiscal excesivo que conllevó a un fuerte desequilibrio comercial y una escasez de ahorro interno, tan necesario en épocas de vacas flacas.

Por último, la excesiva desregularización de los mercados financieros.

Al aceptar que en estas exuberancias está la raíz de la crisis, se puede forjar una solución efectiva al eliminar del mercado los incentivos que fomentan estos excesos como constituyen las tasas de interés extremadamente bajas, los subsidios estatales desmedidos, la ausencia de una regularización financiera estricta y una política económica que desvirtúa el sistema competitivo de mercado.