Pasar al contenido principal

ES / EN

La magia de los tipos de cambio
Vie, 04/02/2011 - 10:11

Carlos M. Adrianzen

Latinoamérica en tiempos interesantes
Carlos M. Adrianzen

Decano de la Facultad de Economia de la UPC y Senior Executive Fellow de la Escuela John F. Kennedy de la U. de Harvard.

Pocos temas técnicos tienen tanta influencia en la vida de las personas como el manejo de los tipos de cambio. Esta observación, llevada a la práctica latinoamericana, cobra peculiar relevancia. Y es que nuestra región pocas veces ha implementado consistentemente algún esquema de manejo cambiario. Por ejemplo, entre los 50 y 60 (período en que posiblemente adquirimos ese pánico a dejar flotar el tipo de cambio), el grueso de la región quería tener todo controlado (precios de bienes y servicios públicos, salarios y tipos de cambio), cerrar su economía a los flujos de comercio e inversión global, al mismo tiempo que implementar políticas fiscales y monetarias que supuestamente fundamentarían -bajo la receta de la despistadísima Cepal -fases de crecimiento permanente y autosostenido. Este miedo a flotar el cambio tuvo como correlato severas irrupciones macroeconómicas en virtualmente todos los países de la región.

Así el manejo del tipo de cambio local fue por un buen tiempo percibido como una suerte de bomba de tiempo entre fases populistas y contractivas. Periodos en los que la tasa de inflación, el tamaño del déficit en la cuenta corriente y el stock disponible de reservas internacionales configuraban el tablero de las luces rojas.

Los 90 trajeron consigo otra perspectiva. Y es que el recetario del Consenso de Washington reflejó una odiosa comparación. América Latina se había hundido en sus errores económicos; mientras el Asia amenazaba con desarrollarse. Así pues el inventario -incompleto- de las diferencias de manejo entre asiáticos y latinoamericanos le permitió a John Williamson dibujar un consenso de políticas económicas recomendables para la región.

Es bueno destacar acá que cualquier dibujo aprensivo de las diferencias entre América Latina y el Sudeste Asiático debió haber señalado tres planos (apertura comercial, mercados competitivos y dinero estable) y aunque los escritos originales de Williamson eran bastante timoratos (destacaba algunas flexibilidades y mejores manejos fiscales y monetarios, pero omitía reformas capitalistas de fondo), lo complicado implicaba la realidad. Esa realidad que siempre nos recuerda que no importa lo que queremos decir, sino lo que la gente entiende.

Y lo que los gobernantes de América Latina entendían en el Consenso de Washington implicaba usualmente la mitad de lo que Williamson acotaba.

Así, en el ámbito de política cambiaria, estas modas nos llevaron a barbaridades como el manejo cambiario en la Argentina de Menen y De la Rua -ese monumento a cómo no se debe administrar una Caja de Convertibilidad- o a la flotación del real brasilero (mientras todos querían gastar y endeudarse).

En el Perú de aquellos días (post primera administración de Alan García), los seguidores del Consenso de Washington entendieron que necesitaban cierto grado de flotación… pero atenuada por un manejo monetario sucio. Aquí, como en el resto de la región, los gobiernos no dejaron de imponer innecesaria rigidez en la flotación de sus cambios. En retrospectiva podemos decir que más allá de las correcciones asociadas a crisis de corto plazo en México, Brasil o Argentina; entonces, sólo Chile y Colombia implementaron manejos que no castigaron recurrentemente sus competitividades sectoriales.

Tratando de extraer una lección del pasado -aún en un contexto global muy diferente- vale la pena enfocar dos planos  el micro (léase: es mucho más difícil manejar el tipo de cambio con mercados no-transables rígidos) y el de gerencia macro (léase: el manejar consistentemente el sistema cambiario elegido).

Es sobre este corolario cabe preguntarse: ¿qué tan inteligente es la política cambiaria hoy? Aquí primero vale recordar que no hemos flexibilizado nuestros mercados internos. La apertura comercial ha retroalimentado algunas mejoras en competitividad, pero la rigidez laboral existente configura una rémora pesada. En segundo lugar emerge el problema de la probada inconsistencia del manejo administrado. Resulta caro creer que podemos cumplir una meta inflacionaria y defender un piso nominal cuando el mercado esta significativamente distorsionado (por el BCR).

A pesar de todas las generosas críticas que recibe la política monetaria peruana (tan generosas como las que recibieron bancos centrales, mexicanos, argentinos o brasileros en su momento), la magia de los tipos de cambio y la consistencia que debe tener su administración nos amenaza hoy con pasarnos la factura. Estamos a tiempo de corregir.