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Las alertas de Davos
Jue, 10/02/2011 - 09:29

José Ignacio Moreno León

El presidente Santos y el futuro de Colombia
José Ignacio Moreno León

Ingeniero químico de la Universidad de Louisiana (USA), Master en Administración de Empresas de la Universidad Central de Venezuela y en Administración Fiscal y Desarrollo Económico de la Universidad de Harvard. Es además rector de la Universidad Metropolitana de Venezuela.

El Foro Económico de Davos, creado en 1970 por el profesor de economía Klaus Schwab, se reúne a finales de enero de cada año en esa pintoresca villa invernal de los Alpes suizos, con la participación de los más destacados representantes de grandes empresas y negocios globales, académicos, jefes de Estado y otras personalidades promotoras del libre mercado, orientados por las actuales tendencias de la globalización y la mundialización de la economía.

En la agenda de la reunión que concluyó este pasado fin de semana, se debatió, como en anteriores ocasiones, el futuro de la economía global con una asistencia de más de 2.500 personalidades de las diferentes áreas del planeta, organizadas en más de 200 comisiones. Los medios de comunicación, a la fecha, en los recuentos del evento, no han hecho referencia a un importante y denso documento que fue presentado a la consideración de los expertos asistentes y el cual, por su relevancia, es importante destacar.

El referido informe señala los 37 riesgos más preocupantes que confronta la sociedad global, entre los cuales las dos amenazas de mayor relevancia están representadas, en primer lugar, en las disparidades económicas, en términos de la distribución de la riqueza y el ingreso, no solo en el seno de los países, sino también entre países desarrollados y países subdesarrollados o en vías de desarrollo. Y en segundo lugar por la frágil gobernanza mundial derivada de débiles e inadecuadas instituciones globales, acuerdos y redes.

Por estas razones, los autores de ese estudio concluyen que la paradoja del siglo XXI nos presenta un mundo que, a medida que crece en su conjunto, se va igualmente fraccionando.

La globalización ha estado signada por una tendencia excluyente que está haciendo que los beneficios del desarrollo no se estén distribuyendo en forma equitativa. En efecto, cada vez es mayor la brecha entre países ricos y países pobres y cada vez se incrementa más la distancia entre los que más tienen y los marginados del progreso, con la proliferación en paralelo de vicios y debilidades como la corrupción, crisis demográfica, fragilidad de los estados, enfermedades crónicas, comercio ilegal y narcotráfico, inseguridad personal, crimen organizado, terrorismo, armas de destrucción masiva y crisis alimentaria.

Esta tendencia regresiva está provocando a nivel político un preocupante resurgimiento de nacionalismos, de movimientos populistas y frag mentación social, tendencias de las cuales nuestro país no ha escapado. Se percibe igualmente una creciente divergencia entre los países y los expertos en relación con las fórmulas y estrategias para lograr un crecimiento sostenible e inclusivo, y combatir los males señalados.

Es obvio que, tal y como se indica en el estudio referido, para lograr ese necesario progreso sostenible y con inclusión social, se requiere mejorar sustancialmente la gobernanza global. Pero sobre este tema también se señala la existencia de otra paradoja del siglo XXI que consiste en que las condiciones que pueden mejorar esa gobernanza tan crucial, tales como la divergencia de intereses y los conflictos entre normas y valores, son precisamente las que hacen más difícil y complejo el logro de este objetivo prioritario. 

Por ello hemos visto los fracasos de los esfuerzos intentados en la Organización Mundial de Comercio para lograr términos de intercambio comercial más justos, el pobre progreso en el logro de los objetivos del desarrollo del milenio definidos por las Naciones Unidas, al igual que su ineficiencia para detener el crecimiento del armamentismo nuclear, las fallas en los intentos a escala global para enfrentar las causas y graves consecuencias del cambio climático que representa la más grave amenaza que enfrenta la sociedad contemporánea; y en lo político el triste e insulso papel que han venido desempeñando organizaciones como la OEA, frente a los peligros que se ciernen sobre la institucionalidad democrática y los derechos humanos, en países en donde han estado surgiendo, en la última década, regímenes con marcados signos totalitarios.

En el entorno de esos factores de riesgo que atentan contra la sostenibilidad del proceso de globalización de mantener su sesgo excluyente y depredador, conviene resaltar, como se destaca en el informe del Foro Económico Mundial, la crítica relación del agua-alimentos y energía.

El rápido crecimiento de la población mundial y de la prosperidad económica en los países favorecidos por el progreso está ejerciendo presiones insostenibles sobre la demanda de estos recursos, la cual se estima que, según el patrón de consumo vigente se incrementará entre 30 y 50% en las próximas dos décadas, sin que aún se tengan claras estrategias viables para evitar una crisis inmanejable, que generaría inestabilidad social y política, conflictos entre países y daños irreparables al medio ambiente. 

Es por ello que ya es común el señalamiento entre los expertos de que las próximas guerras serán por el agua, los alimentos y la energía.

Como en anteriores encuentros, el Foro de Davos no llegó a conclusiones concretas; y en esta ocasión, enfrascado en las discusiones sobre la crisis financiera, tampoco hubo propuestas de solución a los graves señalamientos del informe, por lo que tal y como lo predijo, al comienzo del evento, su fundador Klaus Schwab "estamos en una situación tan compleja que los políticos y las instituciones están desbordados".

*Esta columna fue publicada originalmente en ElMundo.com.ve.