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Se eleva el techo de la deuda en EE.UU., ¿y ahora qué?
Jue, 17/10/2013 - 10:26

Iván Franco

México: mercados de consumo antes y después de la crisis
Iván Franco

Economista del ITAM (México), con estudios de Econometría en la misma institución. Es consultor de negocios para diversas organizaciones en America Latina. @IvanFranco555

El Congreso de EE.UU. llegó a un acuerdo para elevar el techo de endeudamiento con todo y lo que esto implique en términos políticos. Por lo pronto, se evita la moratoria –que de cualquier manera era improbable– y regresa la confianza de manera temporal. No obstante, esto es lo menos importante, ya que el tema de la solvencia del gobierno es crítico y la credibilidad por parte del sistema financiero mundial depende del compromiso de EE.UU. de reducir el déficit fiscal de manera permanente.

Desafortunadamente, esto no pasará, ya que hay poco margen de maniobra para reducir el ritmo de gasto por los compromisos adquiridos con políticas sociales casi ineludibles y el pago de intereses sobre la deuda previamente adquirida. Por eso, la pregunta que queda es, ¿cómo va a hacer el gobierno de EE.UU. para solucionar su problema de endeudamiento y de paso salir de la crisis?

La administración actual no ha podido encontrar la puerta hacia la recuperación económica interna con todos los estímulos monetarios, y tampoco tiene una respuesta para el problema del déficit fiscal. Y es que la solución al rompecabezas está en otro lado.

El gobierno de EE.UU. está sufriendo una grave deuda pública por tres razones: en primer lugar, por la masiva compra y recompra de bonos del gobierno (únicamente la Reserva Federal incrementó en casi 300% la tenencia de bonos del gobierno entre 2008 y 2013). Estos bonos –que son deuda pública– se han intercambiado por liquidez que se inyectó directamente al sistema bancario, pero no a la economía. La segunda razón es precisamente el alto costo que ha representado rescatar a los bancos después de sus excesivas prácticas en inversiones de riesgo. Finalmente, por la extrema intervención del gobierno para resarcir las fallas de la banca en la distribución del crédito productivo. Con una banca que prefiere especular con los fondos que prestarlos, la actividad económica se desequilibra, haciendo del crédito productivo un privilegio. Con una economía cada vez menos productiva, el gobierno ha tenido que intervenir en la economía con políticas de gasto por encima de sus posibilidades y obligaciones.

El gobierno ha sido un rescatista de los excesos y de las pérdidas de la banca y, ahora que el gobierno se encuentra en una situación apremiante, la banca brilla por su ausencia. Uno se pregunta, ¿en dónde están los casi US$800 billones que la Reserva Federal y los demás billones que los bancos centrales del mundo han inyectado a través de la banca y que estaban destinados a estimular a la economía? ¿Por qué la economía no crece y el desempleo y la desigualdad no aminoran? El valor de los créditos comerciales e industriales en EE.UU. ha permanecido prácticamente igual desde 2008 hasta 2013.

La respuesta a esta incógnita está en la institución que asigna los flujos de liquidez al sistema. La política monetaria no ha funcionado porque el crédito productivo no ha marcado una diferencia a pesar de que las tasas de interés se encuentran en niveles históricamente bajos. La banca define cuanto, cómo y a quien se reparten estos flujos en forma de crédito. Los bancos prefieren evitar el riesgo que suponen los créditos a la inversión productiva y prefieren invertir y dar crédito para actividades más rentables dentro de la economía financiera. Por esta razón, la productividad y los salarios se estancan y por ende, también el consumo (que es la variable que mide la mayor porción del crecimiento económico). Vivimos bajo un modelo donde únicamente la inversión en activos financieros y otros instrumentos han ganado en detrimento de la economía real (productividad y salarios).

Desde sus inicios, se dio a la banca –bajo el auspicio de los bancos centrales– la capacidad y el monopolio de crear dinero a través del crédito,  pero el dinero ha ido a parar a otros destinos beneficiando a solo unos cuantos bancos, inversionistas y especuladores, generando el calentamiento de la economía y las crisis financieras posteriores. Los precios de activos financieros, de commodities y de monedas han sido refugios para la especulación y han estado sujetos a burbujas inflacionarias y subsecuentes pérdidas. Por esta razón cuesta tanto a un gobierno y a su población el rescate bancario.

En este contexto, no es tan relevante el hecho de que se autorice aumentar el techo de la deuda ni que EE.UU. nuevamente se endeude emitiendo más bonos. El problema es que el modelo de gasto público como generador del crecimiento económico y rescatista financiero, que fue tan aceptado desde el siglo pasado, es una fatalidad hoy en día. Los gobiernos no pueden seguir subsidiando las fallas del mercado, donde la banca no ha querido participar en la actividad económica vía el crédito productivo, siendo que esta es la actividad que debería regirla, no la inversión especulativa ni el crédito selectivo. El problema del techo de la deuda no se termina aquí, por el contrario comienza con un modelo de gasto público agotado en donde la insolvencia de los gobiernos para honrar sus deudas está en entredicho y donde el futuro económico no dependerá del gasto, ni de las políticas de relajamiento monetario, sino de las reglas que se impongan a la banca y a la distribución del dinero vía el crédito.

No habrá super bono, nuevos impuestos, ni oro que alcance para cubrir las deudas del gobierno de EE.UU. y de todo el mundo industrializado. Tampoco el colapso económico es la solución, ni la declaración de moratoria como dicen algunos, porque el dinero existe en la economía, pero está inerte. Por ello, es fundamental buscar la solución en la raíz y llamar a la banca a una revisión de las reglas del juego, mismas que claman una desmonopolización de los fondos de la economía que se asignen a actividades que estimulen el crecimiento económico en el sector privado.

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