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‘¿Cuándo se jodió el Perú?’
Mar, 19/04/2011 - 09:12

Alfonso Reece

‘¿Cuándo se jodió el Perú?’
Alfonso Reece

Alfonso Reece es ecuatoriano, y se ha desempeñado como escritor y periodista. Posee estudios de Derecho y Sociología en la Universidad Católica del Ecuador. Como periodista se ha desempeñado en los canales de televisión Ecuavisa y Teleamazonas, mientras que en prensa escrita ha colaborado en las principales revistas de su país, como 15 Días, Vistazo, SoHo, Mango y Mundo Diners. Actualmente es columnista en el diario El Universo (Guayaquil, Ecuador).

El título de este artículo es una cita, obligada y clásica, de Conversaciones en la Catedral, de Mario Vargas Llosa. Una interrogación similar se pueden hacer todos los latinoamericanos con respecto a sus países y las respuestas se parecerán bastante. 

Los ecuatorianos, por ejemplo, podemos decir que nuestra cuesta abajo se inició el 6 de junio de 1960, cuando se prefirió el populismo verboso de Velasco Ibarra al pragmatismo austero de Galo Plaza, pero se pueden escoger, no sin razones, otras fechas. En el Perú pasa algo parecido, no se debe hablar del origen, sino de los orígenes de la tragedia nacional.

Pero, precisiones, ¿a qué llamamos tragedia nacional? Una tragedia no es tal si la víctima no la considera así. Entonces, sí es una tragedia tener un país que no se acerca a nuestras expectativas, como ocurre en el 96% de América Latina. Países que no crecen, con baja calidad de vida, con altos índices de pobreza, ciudades feas, cultura paupérrima, inseguros, contaminados, economía informal… nadie quiere eso, por eso la insatisfacción, por eso la tragedia. A los únicos que, a lo mejor, les gusta esto es a los industriales monopolistas, los funcionarios corruptos, a los “hombres de negocios”, en fin, a todos los que medran de la situación.

Ha ocurrido que alguno de estos países empieza a despuntar, a demostrar que el atraso no es un destino. El Perú, justamente, más de una década creciendo con indicadores cercanos a los dos dígitos. Brusca caída de la pobreza, parecía que esa República había despegado. Pero de pronto un proceso electoral pone en evidencia que ese desarrollo tenía bases endebles. 

Por un lado, clases dominantes incapaces de proponer un proyecto coherente. Si el proceso funcionó, no fue porque tenían una hoja de ruta, sino que les sonó la flauta. Por otro lado, masas que creen que por el mero hecho de ser ciudadanos se les debe algo, producto de una ética que prestigia la pobreza y criminaliza el éxito. Cuando estos grupos se enteran de que el país ha crecido, digamos en 10%, preguntan en qué ventanilla será de cobrar lo que les toca de ese monto, sin haber hecho nada para merecerlo. El camino al desarrollo es largo, no tiene atajos y exige sacrificios muy duros. Una década de expansión aceptable no significa que hayamos llegado a ninguna parte. Las clases dominantes deberían cuidarse bien de hacer entender esto.

La hermana República vivió un proceso de triunfalismo económico. Estaban mirando por sobre el hombro a sus vecinos que no crecían (Ecuador y Bolivia). Llega un proceso electoral y las cúpulas creyeron que ya era hora de sentarse a la mesa, que no importaba dividirse. No, las masas buscaron, con la fatal recurrencia latinoamericana, hombres fuertes, de origen popular, que les resultan más creíbles que los tecnócratas. Y de pronto el país que más crecía en América, se ve abocado a una disyuntiva que a los ecuatorianos nos resulta conocida: elegir el menos peor. 

Ahora vargasllosianamente podemos preguntar: ¿se joderá de nuevo el Perú?

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