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¿Por qué hay menos guerras en el mundo?
Lun, 21/03/2011 - 09:09

Farid Kahhat

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Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

En la literatura académica se establece un umbral convencional en materia de definiciones: un conflicto armado califica como una guerra cuando los combates producen 1.000 muertes o más por año. Si nos basamos en la información disponible en internet (como, por ejemplo, los “Human Security Report” de los años que median entre 2005 y 2010), podemos afirmar que, desde el final de la Guerra Fría, el número de conflictos armados en general se redujo 40% entre 1990 y 2005; el número de guerras inter-estatales se redujo 80% entre 1990 y 2005, y el número de guerras civiles se redujo 75% entre 1992 (año hasta el cual continuó creciendo) y 2005.

Entre 2005 y el presente, el número de guerras civiles continuó en declive, y no hubo ninguna guerra entre Estados entre 2003 y 2010 (el conflicto armado entre Georgia y Rusia, por ejemplo, no alcanzó el umbral crítico de las 1.000 muertes en combate). Puesto el asunto en perspectiva, las guerras de cualquier tipo disminuyeron 78% entre 1988 y 2010.

Ahora bien, en cuanto a la pregunta de por qué hay menos guerras y menos muertes por guerras en el mundo, en años recientes, no existe una respuesta clara e inequívoca, pero existen varias respuestas probables. La primera es el significativo incremento en el número de Misiones de Paz de Naciones Unidas: allí donde éstas se despliegan o bien cesa eventualmente la violencia política o, cuando menos, disminuye de manera significativa. Lo cual contrasta con la menor eficacia relativa de Naciones Unidas cuando se trata de reconstruir la infraestructura y las instituciones de un país. Lo cual es significativo si se considera que, según algunos cálculos, el costo promedio de una guerra civil fluctúa entre US$60 y US$250 mil millones. Según esos mismos cálculos, una inversión de US$8.500 millones en misiones de paz durante una década reduce en 30% la probabilidad de que ocurran guerras civiles, lo cual provoca un ahorro de entre US$18 y US$75 mil millones. 

Existen además dos estudios de la Corporación Rand (creada por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos) que comparan las intervenciones militares de Naciones Unidas con aquellas que lideran los Estados Unidos. El estudio encuentra que de ocho intervenciones militares lideradas por las Naciones Unidas, en siete se había logrado una paz sostenida. A su vez, el segundo estudio encuentra que de ochointervenciones militares lideradas por los Estados Unidos, sólo en cuatro se había conseguido una paz sostenida. Lo cual es interesante, si se tiene en cuenta que el costo anual de todas las misiones de paz de Naciones Unidas, durante 2005, fue menor que el costo mensual de la ocupación estadounidense en Iraq.

Otra razón por la que podría haberse reducido la incidencia de las guerras a nivel mundial sería la reducción de la pobreza en el planeta. Pero no nos referimos a la proporción de la población en situación de pobreza, sino a qué tan pobre es en general un determinado país, medido por el nivel de su ingreso per cápita. La probabilidad de guerra civil en un país, en los siguientes cinco años, se triplica si el ingreso per cápita del país en cuestión es menor a los US$1.000 anuales. Según algunas fuentes, la mitad de la población mundial vivía con un dólar o menos al día en 1990. Esa proporción se había reducido a 28% en 2007. 

En el África Sub-sahariana, por ejemplo (una región que creció por encima del promedio mundial durante la década pasada), murieron en combate 46.000 personas durante el año 2000. Esa cifra se había reducido a 6.000 durante 2008. Contra lo que podría pensarse, la desigualdad en la distribución del ingreso no está fuertemente asociada con la probabilidad de guerra civil, pero si hace que, cuando una guerra civil se inicia, ésta sea más prolongada. La desigualdad en la distribución del ingreso, más que a la violencia política, parece estar asociada a la violencia delincuencial. Eso ayudaría a explicar porque América Latina tiene simultáneamente tanto los niveles de desigualdad (medidos por coeficiente Gini), como las tasas de homicidio más elevadas del mundo.

Un tercer factor que parece ayudar a explicar la reducción en las guerras es el cambio de regímenes políticos. Al margen de las explicaciones que puedan ofrecerse para ellas, existen ciertas regularidades empíricas sobre la relación entre régimen político y violencia política: los regímenes autoritarios padecen menos guerras civiles que el promedio. Los regímenes democráticos también padecen menos guerras civiles que el promedio, pero además no suelen librar guerras entre sí. Pero si consideramos el régimen político como una variable continua, son los regímenes políticos que caen en alguna categoría intermedia, entre los polos (que algunos autores denominan “anocracias”), los más proclives a padecer guerras civiles. Pues bien, el número de regímenes autoritarios ha descendido en las últimas décadas, y el número de anocracias se ha mantenido relativamente constante, mientras el número de democracias representativas se ha incrementado. Sobre esto habría que recordar que jamás una insurgencia marxista derrocó a un gobierno democráticamente elegido y que los cuatro gobiernos derrocados por revoluciones sociales en América Latina, durante el siglo XX, fueron autoritarios: México en 1910, Bolivia en 1952, Cuba en 1959 y Nicaragua en 1979.

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