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Repensar a los maestros
Vie, 22/07/2011 - 11:33

Andreas Schleicher

Andreas Schleicher
Andreas Schleicher

Andreas Schleicher es investigador y estadístico alemán, director del Departamento para Indicadores y Análisis del Directorio para Educación y coordinador del informe PISA, en la OCDE.

Partamos por las buenas noticias.Desde un punto de vista cuantitativo, la educación en América Latina lo ha hecho razonablemente bien. En los últimos 25 años, la mayoría de los países de la región han incrementado el número de matrículas en escuelas y universidades. Eso es bueno. Los países e individuos que invierten en educación se benefician económica y socialmente. Los que más han incrementado la cobertura de su sistema universitario ven cómo sus profesionales siguen elevando sus ingresos. Y es que un incremento en la masa de trabajadores del conocimiento no conlleva a una reducción de sus salarios, tal como ocurre con los trabajadores menos cualificados. Además, contar con una gran masa de profesionales favorece la adopción de nuevas tecnologías que incrementan la productividad.

No obstante, el mundo está en un imparable proceso de cambio caracterizado por poblaciones cada vez más diversas e interconectadas, un acelerado cambio tecnológico en el lugar de trabajo y en la vida cotidiana, así como por ladisponibilidad instantánea de una gran cantidad de información. El problema es que el tipo de educación que se está entregando en América Latina no es lo adecuado para enfrentar estos retos.

Uno de los grandes dilemas para los educadores en América Latina es el foco en las habilidades cognitivas rutinarias. Son las más fáciles de enseñar y en las que los estudiantes latinoamericanos muestran mejor rendimiento. Pero son también las más fáciles de digitalizar, automatizar y externalizar.

Tomemos matemáticas. Lo típico en América Latina es enseñar una técnica aritmética y luego a practicarla resolviendo cálculos. Se enseña a solucionar una ecuación para luego repetir el ejercicio varias veces. Un proceso en abstracto, que no ayuda a la comprensión de los conceptos y a aplicarlos a situaciones nuevas. Esto es justamente lo que se mide en el test PISA (siglas en inglés para Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos), que se aplica a nivel internacional y en el cual los estudiantes latinoamericanos se desempeñan muy por debajo de los demás estudiantes de los países de la OCDE. Este menor desempeño se mantiene incluso si se comparan los resultados entre colegios de similares niveles de ingreso.

Lo mismo sucede en la alfabetización. La mayoría de los latinoamericanos han adquirido habilidades de lectura, pero una gran proporción no ha incorporado la capacidad y motivación para utilizar material escrito de manera activa, asociado a diferentes situaciones en continuos cambios de contexto. Y eso es lo que cuenta en la actualidad. Mientras en el pasado bastaba con ir a una enciclopedia para encontrar la respuesta a una pregunta, hoy la alfabetización consiste en el manejo de estructuras de información no-lineales, en la construcción de la propia representación mental de la información, tal como uno encuentra su propio camino a través del hipertexto en internet.

De hecho, la evidencia muestra que estas competencias evaluadas en el PISA son fuertes predictores del éxito para alcanzar mayores niveles en la educación y en el trabajo.

No es que América Latina no tenga logros. Desde el año 2000, Brasil ha sido capaz de mejorar significativamente sus resultados en todas las áreas evaluadas por el PISA. Para Colombia, Chile, México y Perú esto también es cierto, al menos en algunas áreas.

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Sin embargo, el PISA muestra que en Latinoamérica hay poco espacio para la mejora en la gestión de escuelas y de los profesores, en un fuerte contraste con los sistemas de los países más avanzados en educación.

Mientras a los profesores latinoamericanos se les deja solos en las salas de clases, armados simplemente con un conjunto de recetas sobre qué y cómo enseñar, los sistemas de educación más avanzados tienden a establecer objetivos ambiciosos, mostrando claramente lo que los estudiantes deberían ser capaces de hacer. Crean inteligentes sistemas de monitoreo, tras lo cual entregan a los profesores herramientas para establecer los contenidos e instrucciones que necesitan proveer a cada estudiante individualmente. Estos  sistemas se han movido desde la entrega de conocimientos a la generación de conocimientos por parte del alumno.

Otra característica de la educación latinoamericana es que a diferentes alumnos se les enseña similarmente. La respuesta a la diversidad en el alumnado es el monitoreo y la repetición de curso, que tienden a asociarse con grandes inequidades socioeconómicas y altos costos de fracaso. En los más avanzados, los profesores adoptan la diversidad con prácticas pedagógicas diferenciadas y experiencias educacionales personalizadas. Reemplazan la estandarización con ingenio, moviéndose desde prácticas centradas en currículas hacia las que se centran en el aprendizaje.

Todo eso, por supuesto, requiere de profesores de un calibre superior. Cuando la enseñanza es comunicar contenidos ya establecidos, los países pueden valerse de profesores de calidad moderada, recursos eficientes cuando son los gobiernos los que dicen qué y cómo enseñar. Los sistemas más avanzados requieren que los profesores sean profesionales del
conocimiento de alto nivel.

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El obstáculo es que quienes tienen potencial para ser este tipo de profesionales no se sienten atraídos por las burocracias de autoridad y control de los colegios de la región. Para cambiar esto, los sistemas educativos de América Latina necesitan transformar la organización de sus escuelas a un entorno en el que las normas de la gestión profesional complementen las formas burocráticas y administrativas. Ambientes con el estatus, la remuneración y la autonomía que atraen a estos profesionales.

Hay que replantear muchos aspectos de las políticas de formación docente en América Latina: optimizar la selección de los futuros maestros; mejorar los sistemas de reclutamiento; monitorear la educación que obtienen antes de ser reclutados, las inducciones y los sistemas de monitoreo, así como los programas de educación continua. Hay que reformar las estructuras de compensaciones, los mecanismos para mejorar los desempeños de los profesores que no lo están haciendo bien, así como las oportunidades de adquirir más estatus y responsabilidad para quienes lo hacen mejor.

La calidad de un sistema educativo no puede ser mejor que la calidad de sus profesores. Y la calidad de los profesores no es mejor que la organización de su trabajo, de la calidad del desarrollo profesional docente. La gestión de la carrera docente y sus sistemas de evaluación son, justamente, los grandes
desafíos de América Latina para los próximos 25 años.