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El espejo del éxodo venezolano
Mar, 28/08/2018 - 10:23

Hernán Pérez Loose

Fujimorato judicial
Hernán Pérez Loose

Hernán Pérez Loose es analista político ecuatoriano.

El éxodo de los venezolanos caminando por los valles de nuestros Andes no solo que constituye un desgarrador cuadro que hiere nuestra conciencia, es una cruel ironía, además, si uno piensa que dos siglos atrás era otro venezolano, Simón Bolívar, el que andaba por esos mismos parajes liderando con enorme sacrificio personal la causa de la libertad americana. No solo que es desgarrador, decíamos, sino que la tragedia de los venezolanos es un vivo testimonio, un tenebroso recordatorio, si se quiere, de lo cerca que estuvimos los ecuatorianos de caer en un abismo similar. Quizás nos cueste aceptarlo o se piense que es una exageración, pero si hay algo que debemos tener claro es que nuestro país pasó rozando, por así decirlo. Estuvimos muy, pero muy cerca de correr la misma suerte de esos venezolanos, de vernos hundidos en el mismo pantano de miseria en el que ellos cayeron y del cual no parece que saldrán en un futuro cercano.

Con un agravante: mientras Maduro y nuestro exdictador tuvieron en común el haber convertido a sus naciones en un antro de corrupción, donde una banda de asaltantes se enriqueció desaforadamente, el primero brilla por su estupidez, mientras que el segundo por su maldad. Aquel ha tenido todo el tiempo del mundo para demostrar su ignorancia, mientras que al otro le faltó tiempo para infligirnos todo el mal que deseaba. Si alguien alberga alguna duda sobre e l grado de malevolencia de nuestro exdictador bastaría que vea su reciente teleconferencia ante la comisión que investiga el asesinato del general Gabela.

Allí, con el mayor desenfado no disimuló su desdén por el dolor de la familia del general asesinado. No solo que entre risas y burlas sacó a relucir otra vez su conocida cantaleta de que no recuerdo y no recuerdo –un verdadero insulto a la inteligencia de los ecuatorianos–, sino que también fue evidente que mentía, que mentía descaradamente; que siempr e supo que este asesinato se trató de un crimen gestado por razones políticas, para silenciar una denuncia de corrupción –que luego habría de confirmarse– y que a pesar de todo ello optó por encubrir a sus autores. Y otro tanto puede decirse del secuestro del exasambleísta Balda o de la prisión y torturas de Galo Lara.

La personalidad que emerge de estos episodios y, en general, de la forma como este individuo se comportó desde el poder es la de un sujeto ahogado en resentimientos y que buscó sembrarlos en la sociedad ecuatoriana a punta de insultos y billete. Que en el camino se hayan enriquecido desaforadamente y que bajo su dictadura se pulverizaron las instituciones públicas hasta convertirlas en peones de sus deseos, no es sino una consecuencia de su torcido perfil.

Así como en su momento este sujeto expresó su satisfacción por el éxodo cubano y hoy guarda silencio ante la tragedia venezolana, los ecuatorianos no debemos olvidar que durante la pasada década estuvimos cerca de correr la misma suerte de esos dos pueblos.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.