Uno de los grandes retos que debemos trabajar en relación a la innovación es que cuando en una empresa las cosas funcionan bien, cuesta tomar la decisión de innovar. Y surge la siguiente pregunta: ¿para qué innovar en procesos, servicios o gestión, cuando todo marcha bien? En cambio, cuando las empresas enfrentan una crisis, la  única forma es probar nuevas soluciones. Como muestra de ello, de las 500 mayores empresas en Fortune 1994, 154 ya habían desaparecido en 2004 y 130 sufrieron cambios radicales.

Para un enfoque de innovación correcto es necesario crear valor y generar ventajas competitivas. Esto requiere transformar el proceso de innovación desde una aproximación ad-hoc, como normalmente se tiene, en un proceso sistemático que desarrolle e introduzca la innovación en la organización.

Investigar nuevas formas, buscar nuevas preguntas y encontrar las mejores respuestas, genera beneficios concretos, tales como la creación de valor y crecimiento económico. Las ventajas competitivas aparecen cuando incorporamos poco a poco innovaciones en nuestra empresa, y no solo cuando sea urgente hacerlo. Más aún en el mundo de hoy, donde los hábitos de trabajo y de consumo se transforman en solo meses y donde unas tecnologías reemplazan a otras cuando apenas aprendemos a utilizarlas.

Hacer las cosas bien ya no es suficiente, hay que atreverse a ir por más, ser valientes y tomar desafíos. Invertir en innovación es invertir en sustentabilidad. Ninguna empresa actual puede sobrevivir sin tomar en cuenta este factor, esencial para el desarrollo de cualquier organización.

La innovación es muy importante porque tiene como resultado no sólo los nuevos productos y servicios, sino que genera nuevos conocimientos y capacidades que permiten poder enfrentar nuevos desafíos en el futuro. Un país con mayores fortalezas, en el ámbito de la innovación, está mejor preparado para enfrentar a los consumidores más exigentes, empresas dinámicas y trabajadores más preparados. Esto permite ser siempre competitivo.