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La relación bilateral México-EE.UU.: ¿oportunidad o una maldición?
Mar, 07/01/2020 - 08:35

Luis Rubio

Lunes 5 de julio: cuando México ya sea otro
Luis Rubio

Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México. Fue miembro del Consejo de The Mexico Equity and Income Fund y del The Central European Value Fund, Inc., de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y de la Comisión Trilateral. Escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times. En 1993, recibió el Premio Dag Hammarksjold, y en 1998 el Premio Nacional de Periodismo.

No existe frontera tan intrincada y diversa como la que separa a México de Estados Unidos. Lo fácil es simplificarla, racionalizándola como un asunto meramente comercial. La realidad es de una enorme heterogeneidad, complejidad y multiplicidad. La frontera con Estados Unidos incluye cruces legales e ilegales, drogas, contrabando, personas, ideas, mercancías, servicios y pleitos. Todo lo que existe en ambas naciones cruza la frontera. Un viejo dicho de aquella región afirma que "si cabe por el puente, puede pasar".

Desde el altiplano es difícil comprender la diversidad y complejidad de la zona fronteriza. Se trata de una región, en ambos lados, que experimenta una relación simbiótica en la cada uno vive del otro y ninguno podría explicar su existencia, y éxito, en ausencia del otro. Muchos han hablado de un "tercer" país, distante tanto de México como de Washington DC, pero en realidad se trata de un espacio de intercambio dinámico donde todo ocurre, tanto lo mejor como lo peor de ambas naciones.

Por décadas, los americanos vieron al lado mexicano de la frontera como un espacio de recreación y lujuria, pero también de mayor simplicidad y facilidad que la vida estructurada en su país. Los mexicanos acabamos viendo a la frontera como una oportunidad inagotable de mercados, clientes y desarrollos que jamás hubieran sido posibles sin la liberalización comercial que tuvo lugar al amparo del TLC. Más allá del T-MEC, sucesor devaluado del TLC, y, en general, de la cercana relación que existió hasta el 2016, los vínculos entre ambas naciones son cada vez más profundos y diversos. La guerra comercial entre Estados Unidos y China abre oportunidades adicionales que hubieran sido inconcebibles hace sólo unos años.

La gran pregunta es si los mexicanos seremos capaces de convertir esta coyuntura en oportunidad, ahora en el contexto de Trump (y de la campaña en ciernes) y de problemas estructurales mexicanos que no sólo no se resuelven, sino que ni siquiera están en la agenda pública.

El gobierno reconoce la existencia de problemas y limitaciones con relación al desarrollo del país, pero no ha estado dispuesto a aceptar que sus preconcepciones son inviables y actúan en detrimento de su objetivo de reiniciar el desarrollo. Por el lado de los problemas, reconoce que la inseguridad es persistente, pero no que sus grandes ánimos sean realizables con la estrategia que ha adoptado, que ni siquiera promueve el fortalecimiento y estandarización de las estructuras de policía a nivel local.

El mexicano, de todo origen y estirpe, ha demostrado enorme potencial de adaptación en lo cotidiano, a la vez que los migrantes, con cada vez más capacidad y disposición para desarrollar grandes proyectos de transformación económica y comercial, hacen su aparición en la vida nacional. La relación bilateral es contante, inequívoca y sistemática: fuente potencial de enormes beneficios o de conflictos insolubles. Pero no aguanta cambios radicales.

La violencia que caracteriza a la relación es producto de una interacción poco comprendida. Es obvio que una gran proporción de las armas que emplean las mafias del crimen organizado provienen de EUA. Igual de obvio es el hecho que México -a todos los niveles- ha sido incapaz de desarrollar estrategias de seguridad que le confieran certidumbre a los habitantes del lado mexicano de la frontera. Para nadie es secreto que México ha sido un enorme fracaso en la provisión del derecho más elemental, que es la seguridad, sea ésta en los municipios limítrofes o en las principales ciudades del país.

México vive un mundo de incertidumbre e inseguridad que todos los mexicanos conocen, independientemente de la lealtad o rechazo que le profesen al presidente. Aunque muchos respondan positivamente en las encuestas y con convicción apoyen al presidente, las mismas encuestas confirman que la abrumadora mayoría quiere una mejoría y no cambios radicales.

Desde la cima del poder es fácil acusar o perdonar a presumibles transgresores de la ley pero, para el mexicano común y corriente, cada ejemplo de corrupción, extorsión, asesinato y flagrante mentira es un hito más en una larga historia de abuso, imposición y corrupción. El presidente puede ser absolutamente inmaculado, pero su administración ha ido mostrando que es indistinguible de las que le han precedido. La corrupción ahoga a Morena, como lo hizo con el PRI, el PAN y el PRD. A menos que corrija el rumbo, sus resultados no podrán ser distintos.

La relación bilateral constituye una oportunidad o una maldición, dependiendo de la perspectiva que se decida adoptar. Quienquiera que haya vivido u observado la realidad cotidiana de la vecindad sabe bien que el problema de fondo no es la frontera, los americanos o la relación, sino la persistente incapacidad del lado mexicano para estabilizar al país, generar policías locales capaces de mantener el orden y garantizar la seguridad, igual al mexicano más modesto que al más encumbrado.

La agenda del presidente es tan ambiciosa como ciega. Lo que México requiere es soluciones; lo que el presidente busca es excusas para ir contra lo que la ciudadanía quiere y demanda. La pregunta es qué tanto tiempo -y daño- tomará para que la terquedad ceda ante la realidad.

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