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¿Se justifica el "sentimiento de inseguridad" de mi mamá?
Lun, 20/01/2014 - 13:27

Jorge Srur

El acertijo del asesino que amaba las estadísticas
Jorge Srur

Jorge Srur es licenciado en Ciencia Política de la Universidad Católica de Córdoba, con especialización en Gerencia y Control de Políticas Públicas. Srur cuenta con una extensa experiencia profesional en administración pública, y en el uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación en los procesos de modernización. Ocupó distintos cargos en el gobierno de Argentina y actualmente se desempeña como Especialista Senior en Modernización del Estado en el Banco Interamericano de Desarrollo.

Si todos coincidimos en que una vida vale más que un celular, lo lógico sería que el miedo a perder la vida sea mayor al de perder un teléfono. Pero, ¿funciona así nuestro “sentimiento de inseguridad”?

Veamos el caso de mi mamá. Ella reside en un barrio de Córdoba, Argentina, donde el homicidio es poco frecuente. El último que recuerdo sucedió cuando yo estaba en la mitad de la primaria y este año ya cumplo 25 de graduado universitario (no hagan cálculos, me recibí con 22 recién cumplidos). Aunque ya por su salud prácticamente no sale de la casa, vive con miedo, cerrando  puertas y ventanas con ocho llaves. Yo, que tengo su ADN pero distinta residencia, me siento seguro a pesar de vivir a pocas cuadras del Pentágono, donde el 11 de septiembre de 2001 se produjo el segundo homicidio masivo más grande de la historia de Estados Unidos: 172 muertos en un solo incidente. Y no muy lejos donde trabajo, en el Navy Yard en Washington, en septiembre pasado un hombre armado mató a 13 personas.

Aunque con tendencia a la baja, la probabilidad de que te maten era en 2012 todavía tres veces más alta en Washington que en Córdoba. Sin embargo, según las últimas cifras oficiales reportadas por los gobiernos,  la probabilidad de que te roben es varias veces mayor en Argentina que en Estados Unidos, en especial en grandes centros urbanos, Córdoba inclusive, donde recientes saqueos masivos durante una huelga policial deben de haber engrosado (excepcionalmente) su tasa de robos para 2013.

Que te maten es peor que te roben, por supuesto. Sin embargo, la percepción de inseguridad tiene su propia lógica (o ilógica, si prefieren).

Comparto algunas conclusiones de recientes estudios del  BID sobre el impacto de sufrir delitos contra la propiedad en el temor de la gente:

*Carol Graham y Juan Camilo Chaparro, revisando datos de la encuesta Gallup y registros oficiales de países de América latina,  no encontraron una relación directa entre la inseguridad y las tasas de homicidio nacionales, pero sí entre el miedo al crimen y el haber sido víctima de robos con violencia.

*Carlos Vilalta, por su lado, confirmó que, en el caso de México, uno de los principales factores explicativos de la percepción de inseguridad es la experiencia de haber sufrido robos y otros delitos. Pero con un agregado relevante: haber sido víctima directa genera inseguridad en la gente en similar proporción que si la víctima fue un familiar o un amigo, lo que la teoría llama victimización indirecta.

¿Es incomprensible que mi madre, que sufrió robos violentos en el pasado, y que se entera de frecuentes robos de a sus familiares o vecinos, se sienta insegura aunque viva en un barrio donde hace años no se mata a nadie?  No. Lo incomprensible es que sigamos siendo tan afectos a usar la tasa de homicidio como indicador excluyente para analizar la inseguridad en un país.

Para entender el temor de la gente, es esencial averiguar qué porcentaje de sus habitantes ha sido víctima directa o indirecta de robos y, además, cuántas veces. Y mejor por encuestas, ya que la mayoría de esos sucesos no se denuncian a la policía. Reducir la frecuencia en que las familias sufren un delito es un objetivo modesto, pero no poco relevante para las políticas de seguridad ciudadana.

En América Latina y el Caribe, el homicidio es una tragedia que acaba con una gran cantidad de vidas cada año. La experiencia repetida de robos y hurtos degrada cada día más la calidad de millones de vidas. La de mi mamá, la tuya, la de nuestros hijos.

*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Sin Miedos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

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