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Sobre los fascismos de antes y de ahora
Mié, 19/06/2019 - 11:10

Esther Shabot

Amos Oz, más allá de la literatura
Esther Shabot

Esther Shabot Askenazi es licenciada en Sociología de la UNAM (1980, México), con estudios de maestría en Sociología en la UNAM y con especialización en Estudios Judaicos en la Universidad Iberoamericana (1982-1985). De 1983 a 1986 fue colaboradora semanal del periódico "El Nacional", tratando asuntos del Oriente Medio. Desde 1986 hasta la fecha es editorialista semanal en el periódico Excélsior, donde trata asuntos internacionales.

Somos testigos de un mundo que sufre la avalancha de movimientos y liderazgos políticos que poseen significativamente rasgos y pulsiones típicos de los fascismos de derecha e izquierda que conocimos en el siglo XX. Sin que haya una receta única acerca de qué define a un régimen o a un líder como fascista, es un hecho que aquí y allá se están implantando modelos de organización nacional y social que se alejan más y más de los parámetros propios del liberalismo y de la democracia representativa.

Algunas de sus características: la exaltación nacionalista en detrimento de “los otros, los diferentes”; la centralidad del Estado por encima de todo y la exigencia a los ciudadanos de una entrega incondicional a éste como meta privilegiada que pone muy por debajo a cualquier otro interés; el pueblo, así, en abstracto, como entidad dispensadora de la línea a seguir en todas las áreas; el combate a muerte contra la estructura de pesos y contrapesos, a fin de centralizar todo en manos del líder y sus acólitos más cercanos; la polarización social entre nosotros los buenos y ellos los malos; el desprecio a los medios de comunicación, los intelectuales y los científicos, al ser ellos acusados con frecuencia como quintacolumnistas y traidores si no se apegan a lo que el liderazgo marca como rumbo; la censura y la represión –abiertas o disimuladas– contra las voces independientes. Y por supuesto, está también, en su origen, el trampolín que el funcionamiento de un sistema democrático ha significado en ocasiones para catapultar al poder a esos aspirantes a dictadores.

Debido a que podemos reconocer muchos de estos rasgos ya instalados o en proceso de hacerlo en tantos lugares, resulta útil e ilustrativa la lectura del recién publicado libro de la exsecretaria de Estado de EE.UU., Madeleine Albright, "Fascismo: Una advertencia". En este texto la autora recorre con agudeza e información abundante y precisa las diferentes modalidades que los fascismos han presentado en el curso de los siglos XX y XXI.

El recorrido principia con Mussolini, Hitler, Stalin y Franco, para seguir con Milosevic, Putin y Erdogan. Aparecen tanto los perfiles de Hugo Chávez, Maduro y Castro como los del actual primer ministro húngaro Viktor Orbán, el líder del partido polaco en el poder Jaroslaw Kaczynski, el presidente egipcio Al-Sissi, el filipino Duterte y los miembros de la dinastía coreana de los Kim.

Por supuesto, Albright dedica un capítulo al ascenso a la presidencia de EU de Trump. Analiza los factores que precipitaron ese resultado y el efecto alentador e inspirador que la figura de Trump ha tenido para reforzar las tendencias que en esa misma línea han aparecido por doquier. Su evidente xenofobia ha purificado de alguna manera la de sus émulos, su desprecio a los migrantes ha apuntalado aún más a quienes enarbolan la bandera del patriotismo y la pureza de “lo propio” para justificar las medidas más cuestionables al respecto, que no tienen empacho en ignorar el mínimo respeto a compromisos y obligaciones de derechos humanos.

Señala así de manera especialmente prolija el perjuicio y las amenazas que toda esta atmósfera significan para la seguridad en el mundo, para la cooperación entre naciones, el imperio del Estado de derecho a partir de un basamento institucional y la convivencia pacífica entre naciones. Da cuenta de cómo en las circunstancias de nuestro siglo no existe otra manera de enfrentar los múltiples desafíos que se presentan renunciando a la cooperación internacional y regresando al aislacionismo nacionalista del que tantas funestas lecciones tenemos a la mano.

Refiriéndose a los liderazgos que analizó a lo largo del libro, Albright concluye que “cada uno de ellos ha intentado ganarse seguidores a los cuales puedan desvincular del consenso alrededor de las normas democráticas que requirieron décadas de luchas y sacrificios para ser construidas. Esos hombres voluntariosos ven su acceso al poder no como un privilegio temporal, sino como el medio para imponer sus propios deseos por tan largo tiempo como sea posible (…) no muestran interés en cooperar fuera de los grupos específicos a los que representan. Todos ellos se adjudican el título de ‘líder fuerte’, hablan en nombre ‘del pueblo’ y se relacionan entre sí para ayudarse en la expansión de sus públicos”.

En tiempos como los que vivimos, el libro de Albright constituye un importante diagnóstico de buena parte de la realidad actual, necesario para disipar la confusión que a menudo sirve a los intereses de esas corrientes no liberales y antidemocráticas que están cobrando tanta fuerza.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.

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